Por qué escribo: pensar la ciudadanía clasemediera

Rara vez los clasemedieros llevamos la voz cantante. No gozamos de las certezas que dan el dinero y la pobreza, y nuestro cómodo pero precario bienestar nos hace parcos para alterar lo que ya camina, aunque camine mal.

Hay de todo entre quienes tenemos el privilegio y la responsabilidad de escribir una columna en alguno de los medios nacionales. En un extremo están los que consiguen información en primicia y, además, la analizan con precisión y pertinencia.

Son los periodistas profesionales que además forman opinión. Y son los menos. Cuento entre ellos, por ejemplo, a Gustavo Berganza, a Juan Luis Font, a Martín Rodríguez, a Phillip Chicola. Ponen los mojones de la opinión pública creíble.

En el otro extremo están los autores de una nueva ficción latinoamericana. Y no es un halago. Son los que tienen la mente poblada de fantasmas divorciados de la realidad circundante, que nacen de sus prejuicios y bloqueos mentales. Sus argumentos son consignas repetidas hasta la hartura. Aquí pongo a los opinadores que, por ejemplo, ignoran 200 000 muertes civiles en manos de funcionarios públicos y mandan ánimos a los militares más bellacos. Pongo a los que por obcecación, más que por conveniencia (que al menos sería racional), siguen peleando la Guerra Fría, los más como fascistas, algunos también con hoces y martillos.

En medio de esos extremos estamos los demás. Algunos reflexionan con pericia técnica, quizá en educación o salud, desde la ciencia política, el mercadeo o la astronomía. ¡Hay tanto de qué escribir! Plaza Pública y luego Nómada ampliaron este espacio, pese a que los medios tradicionales no veían en ello –destilar el saber humano cada semana– algo que vendiera anuncios.

Allí se mueven también los ágiles que hacen volutas entre filosofía y letras, como hasta hace una semana nos regalaba Raúl de la Horra, recordándonos que el mundo no es todo horrible, pero que hay que pensarlo. Están allí las que traen las voces de la gente sin voz, recordándonos que aun hoy mujer, indígena, pobre, campesino, lesbiana y ateo son nombres de exclusión y oprobio.

En ese terreno medio me incluyo también, uniendo datos, razones y razón para agregar al acervo propio y de mis lectores. Lo mío no está en la primicia, que no sabría cómo llegar temprano a la novedad aunque quisiera. Intento hablar con evidencia, pero más de una vez me ha tocado enmendar. Lo mío está en la reflexión: entender, formular y modelar lo que implica ser clasemediero.

Rara vez los clasemedieros llevamos la voz cantante. No gozamos de las certezas que dan igualmente el dinero y la pobreza, y nuestro cómodo pero precario bienestar nos hace parcos para alterar lo que ya camina, aunque camine mal. Pero somos una enorme y ruidosa caja de resonancia. Cuáles sean las vibraciones que nos hagan simpatizar, cuáles las pulsiones que amplifiquemos, resulta crítico para el tránsito histórico. Somos la multitud que se indigna por la corrupción porque apreciamos lo que significa trabajar para ganar la plata. Somos la masa sentimental que carga el anda en Semana Santa porque nos cuesta resolver nuestras culpas y la que corea al chambón futbol nacional porque en algo queremos vernos triunfantes.

Pensarnos clasemedieros significa reflexionar sobre las reacciones. ¿Hacer caso o no cuando la élite llama a «respetar la institucionalidad»? ¿Cumplir con el rito democrático del voto el 6 de septiembre o seguir a quienes claman que «en estas condiciones no queremos elecciones»? ¿Procesar la historia pidiendo justicia o metiendo la cabeza en la arena del «no hubo genocidio»? Cada llamada de los más activos o los más ideológicos, cada novedad que destapa la Cicig, invita al clasemediero a reaccionar, a resonar.

Es aquí donde quisiera ver mi papel modelando un clasemedierismo mejor. Porque demasiadas veces lo clasemediero pasa de reactivo a reaccionario. Como en el racismo, esa campana maligna que lleva cinco siglos tañendo y aún movemos su aldaba despreciando a nuestros iguales. Como en las palmas alzadas de quienes prefieren callar a gritos la razón y abdican de un Estado laico y para todos porque exige pensar por cuenta propia.

No veo lo mío en dar respuestas, sino en buscarlas, pero desde el reconocimiento de que juntos —quien lee y quien escribe— podemos y debemos reconstruir nuestra identidad de clasemedieros. Más razonables, menos timoratos, más solidarios, más activos. Más veraces, más informados, más educados. Más cosmopolitas, apartados por igual del espíritu de la aldea y de la finca. Que apreciamos la tradición, pero no vivimos subyugados. Más sujetos a la ley, pero dispuestos a construirla para todas y todos, no para proteger el privilegio. Sobre todo pacíficos, porque nuestras soluciones no vienen de la trampa o la violencia, sino de la razón, el diálogo y el debate.

Original en Plaza Pública

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