La batalla que se viene

¿Cómo hacer valer la voluntad ciudadana si los poderosos no la acatan excepto cuando les conviene?

Si la protesta callejera es eficaz, ¿por qué renunció Baldetti, pero no se va Pérez Molina? Obtener resultados de esta ciudadanía activa que empezamos a practicar los guatemaltecos exige entender cómo opera sus efectos el poder. De lo contrario, jamás conseguiremos los resultados deseados.

La semana pasada comenté sobre Baldetti, cuya renuncia ya estaba en ella desde que tomó el cargo. Solo se largó cuando el beneficio de quedarse se hizo menor que el costo de irse. Ni un minuto antes.

Considere ahora a Pérez Molina. Enfrenta el mismo cálculo. Algunas cosas lo impelen a quedarse. Aquí incluya su personalidad y formación militar. Seguramente pesan la inmunidad ante posibles denuncias y la oportunidad de seguir sangrando los recursos públicos. Contarán también la presión de la Embajada y del Cacif, que no quieren una Honduras 2.0, aunque ello exija sacrificar la justicia.

Otros factores lo impulsan a abandonar el cargo: huir a tiempo para disfrutar su riqueza o evitar la fatiga de un gobierno escarnecido. Pero sospecho que en el cómputo de pros y contras pesa poco la posibilidad de que la multitud se torne violenta y quiera verlo ultrajado y colgado de los pies, como a Mussolini con Clara Petacci, su amante. Al fin, el movimiento ciudadano ha reiterado su intención pacífica y Pérez Molina aún tiene de su lado al Ejército. El mismo Ejército que aún hoy no duda en agredir y matar ciudadanos.

Hasta aquí el presidente confía en sus cálculos, y es bueno que sea así. Queremos una patria civilizada, y ya demasiada sangre se ha derramado. Pero deja sin resolver el problema: ¿cómo hacer valer la voluntad ciudadana si los poderosos no la acatan excepto cuando les conviene? Esto interesa en el caso simbólico de la renuncia del mandatario, pero es crítico cuando lo que está en juego son exigencias estructurales. Dos tareas urgentes lo ilustran.

La primera es la transparencia y rendición de cuentas de los políticos. Aunque vinculada a la reforma electoral y de partidos políticos, vale incluso sin cambiar la ley: un candidato puede revelar su patrimonio y sus fuentes de financiamiento, y la ciudadanía exigírselo, aunque no cambie una letra de la ley. Sin embargo, aunque la demanda ha estado presente desde el 25 de abril, ni un solo político en Gobierno ni fuera de él da señal alguna de transparentar su capital y su financiamiento. Ni uno solo. El flamante vicepresidente, que en apenas una semana logró proponer dos personas impresentables para ser su secretario privado, se estrenó rechazando publicar su patrimonio con el manido argumento de que alguien podría extorsionar a su familia (¿quién, si todos los malandros parecieran estar del lado del Gobierno?). ¿Qué medidas tenemos usted, yo o los 57,000 del parque para obligarlos a cumplir?

La segunda tarea es más crítica. La mayoría reconocemos que sin una buena Ley Electoral y de Partidos Políticos será imposible encauzar una vez más nuestra democracia. Hace dos años se presentó una propuesta aceptable, con respaldo de múltiples instancias políticas y de la sociedad civil, pero el Congreso la diluyó y engavetó. ¿Qué hace pensar que cualquier otro esfuerzo —suponiendo que se trate de una buena propuesta— no correrá la misma suerte?

Es serio esto, pues además de necesitar como ciudadanos ponernos de acuerdo e identificar propuestas útiles, debemos encontrar mecanismos para hacer valer nuestra voluntad. #EstoApenasEmpieza será solo un bonito lema si no tenemos forma de obligar a la autoridad a cumplir. Retirar el voto obviamente no alcanza cuando todos los candidatos son insatisfactorios.

Considere que Baldetti ya intenta escabullirse intacta. ¿Qué medios tenemos para impedir que lo haga cuando se le dé la gana? Debemos encontrar recursos para hacer creíble la voz ciudadana. Pasear 57,000 gentes con graciosas pancartas ayuda: deja ver que somos muchos, que estamos hartos y que estamos juntos. Pero debemos transformar esa voluntad en eficacia. Los campesinos entendieron esto hace ratos y por eso bloquean carreteras, porque con ello golpean al poder donde le duele. Los sindicatos hacen huelgas por la misma razón. Hoy el reto es grande: renunciamos a la violencia, lo que nos hace más dignos. Pero ¿cuáles serán los instrumentos de poder, duros y eficaces, de la gente en el parque? ¿Cómo compeler a unos operadores acostumbrados a cerrar tratos a puerta cerrada, donde la muchedumbre apenas se escucha? ¿Cómo flexionar el músculo ciudadano? ¿Cómo torcer la obstinada cerviz de unas autoridades que, aun acorraladas, se niegan a hacer caso?

Original en Plaza Pública

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