Específicamente le preocupa que el endeudamiento público, aunque parezca no afectar los impuestos, sí lo hace. Solo que no somos nosotros quienes pagaremos tales tributos, sino nuestros hijos, cuando toque devolver el préstamo. Incontestable, poderoso argumento. Pero incompleto.
Resulta que el mismo efecto que en el tiempo tiene el gasto público por el lado del costo –lo que se gasta hoy, se deberá pagar mañana– también opera por el lado del beneficio: lo que bien se invierta hoy, redituará mañana. Sin embargo, este es el lado de la ecuación que, en el fragor de la prédica antifiscal nunca se escucha, por preocuparnos tan obsesivamente con la evitación del costo.
¿De dónde piensa usted que hayan venido los problemas de hoy? La inseguridad, mala infraestructura, mala educación y pobreza que hoy sufrimos, son frutos perversos de la falta de inversión pública en décadas pasadas; y la poca inversión pública es hija del matrimonio entre corrupción y falta de tributos pasados. Ver en el pago de los impuestos el problema, es como cortar la última rama del árbol, aquella escueta rama en que estamos sentados. El problema empezó mucho más abajo, mucho más atrás.
Sin duda, limitar la deuda que hoy se amasa y atender los riesgos que impone es urgente. Así también es indispensable mejorar el gobierno y perseguir la corrupción que malgasta los dineros públicos. Sin embargo, ello no es excusa para ofuscar la necesidad urgente de más y mejor inversión pública, y por ende de la inevitable tributación. Lo que enfrentamos es un dilema y la salida es clara, aunque dolorosa. Vale la pena invertir en los demás, aún en contra del más inmediato interés propio. No hacerlo resulta aún peor.
Le pongo un par de ejemplos. Si la generación de Walter Widman senior hubiera invertido hace décadas los recursos para asegurar la certeza jurídica de la tenencia de la tierra para todos, con el mismo ahínco con que se dedicaron a asegurar su propio acceso a la tierra, seguramente su hijo Carlos Widman, y Walter Widman junior, su nieto, no tendrían que lidiar con una sociedad en la que son, literalmente, los malos de la película: una sociedad donde los derechos de propiedad siguen tan inciertos como siempre.
Igual con la inversión en seguridad pública. Para un Widman, no tener que subirse a un bus porque se viaja en Mercedes Benz o en helicóptero ha de ser un gusto. Lo sería también para usted o para mí. Sin embargo, no subirse a un bus o salir a caminar por miedo a ser asaltado, debido a medio siglo de no invertir en policía, eso es motivo de vergüenza; y hace tan prisionero al Widman en su privilegio, como a los demás ciudadanos que debemos aguantar el riesgo.
Tenga por seguro, entonces: estas situaciones no son casuales. Más bien, son los frutos tardíos de la poca inversión pasada. Son los frutos podridos de un Estado que no puede hacer gobierno, porque le falta plata, y de una sociedad que no construyó Estado, porque se resistió a pagar impuestos.
Sin haber pasado la Navidad y sin aún tener gobierno nuevo, ya vemos arrancar la maquinaria anti-fiscal que el año entrante estará bien ocupada resistiendo aún los intentos más tibios por hacer de Guatemala una sociedad con un fisco moderno, justo y decente. Así que, con tiempo, póngase a pensar cuál será su papel de cara al futuro. ¿Será usted de los que legarán al futuro una Guatemala aún más miserable, porque tuvieron miedo a perder y no quisieron invertir, o de los que nos correremos el triple y ciudadano riesgo de pagar, exigir y vigilar?