Esta es la naturaleza de la realidad: nunca se consigue todo lo que se quiere. Pero, si se intenta, algo saldrá.
Siendo miembro del culto a Seinfeld, pienso que esta teleserie cómica tiene una característica bíblica: con sus episodios puede ilustrarse casi cualquier argumento.
En una ocasión, el personaje principal visita una tienda de alquiler de autos para recoger un vehículo que había reservado, solo para descubrir que no está disponible. Con gracia y gestos de manos recrimina a la dependiente del mostrador que para alquilar autos no basta tener reservaciones (mueve las manos en el aire). ¡Hay que tener autos! (hace garras con las manos, como atrapando el auto tan deseado).
La escena ilustra bien nuestro reto en educación: no bastan buenas intenciones, sino que cuentan los hechos. Hace poco estuvo aquí Michelle Bachelet hablando de la reforma educativa. En esto Chile es buen ejemplo para Guatemala. Como aquí, su sector privado llegó a tener un papel desmesurado en la educación. Al verla como bien de consumo, no como derecho básico, provocó una fuerte segregación por capacidad de pago en las oportunidades educativas de los ciudadanos. Peor aún, fragmentó la sociedad y desperdició la oportunidad de que gente de extracción diversa conviviera en las mismas escuelas públicas. Pero, a diferencia de nosotros, reconoció que esa segregación es un problema (mueva las manos en el aire) y comenzó a hacer algo concreto al respecto (hoy sí, haga garras con las manos atrapando el problema).
Es obvio que hacer el bien costará en reputación política, dinero y tiempo. Y causará desagrado, sobre todo a quienes lucran con la educación. Ya tocará superar estos retos. Pero hay un paso previo, pues hemos estado empeñados en escribir cartas a Santa Claus ignorando que, en última instancia, mamá y papá tendrán que ir a la juguetería, gastar dinero, envolver regalos y ponerlos bajo el árbol. Y los niños tendrán que resignarse a que, aunque el gordo imaginario pueda meterse por la chimenea que no tienen, igual no traerá todo lo que pidan. Esta es la naturaleza de la realidad: nunca se consigue todo lo que se quiere. Pero, si se intenta, algo saldrá.
Tenemos antecedentes. La reforma educativa ayudó a que todos reconociéramos la necesidad de la primaria universal. Se concretó en la Constitución, en los acuerdos de paz, en las instituciones y en iniciativas de la sociedad civil, incluyendo al liderazgo empresarial, que también es sociedad civil y nada más. Veinte años más tarde esa comunidad de propósito rindió frutos. Escuálidos, pero frutos al fin. Aunque recientemente perdimos tiempo debatiendo sobre la tasa neta de escolaridad primaria porque nadie se molestó en conseguir datos, al menos constatamos que la mayoría de los niños y las niñas llegan a la escuela. ¿Ve? Ponerse de acuerdo funciona. ¡Funciona!
Sin embargo, los acuerdos tienen costo, pues hay que ceder. Nunca conseguimos todo lo que queremos. Es muy concreto, como ilustran un par de conversaciones que tuve en semanas recientes.
En la primera, un empresario interesado en la educación me repetía lo que bastante he oído decir a la élite: apoyaría una iniciativa mientras no se asocie su «marca» al Gobierno, pese a que esta administración le ha sido muy fiel —demasiado— al sector empresarial. ¿Cuándo reconocerán que esa desconfianza mina la capacidad de ejecución del Ministerio de Educación, que el sector empresarial ni debe ni puede sustituir la función pública en la escala necesaria? La ampliación explosiva de la primaria fue producto de la expansión del sector público. La ampliación de la secundaria será igual. No hay de otra.
La segunda conversación fue el reverso de la misma moneda. Se me ocurrió promover en Facebook el uso de un instrumento para verificar el cumplimiento de los 180 días de clase desarrollado por Empresarios por la Educación. A cambio me gané que algunos lectores lanzaran una crítica virulenta a la oligarquía recomendando que se fueran (y quizá también yo) a monitorear a su madre o poco menos. Esto confunde gimnasia con magnesia. Claro que hay que vigilar a las élites, que aquí hacen su sobrada gana. Pero ¿quita ello un ápice de la necesidad de garantizar que cada escuela esté abierta siempre? Y si alguien ha desarrollado un instrumento para verificarlo, ¿por qué no usarlo? ¿Nomás porque el promotor es rico en un país de pobres? Si esta fuera la norma, habría que dejar de escuchar a Michael Jackson por pederasta. Y ni pensar en leer a Hemingway por borracho y suicida. Lo que necesitamos es aprovechar lo bueno que haya, venga de donde venga, y con ello construir en común, tender puentes de ciudadanía aunque sean estrechos. Urge en educación. Urge en todo.