Para leer al candidato: la mano en la licuadora

En un auténtico desliz freudiano cita: «Dijeron: “Es un país que nos pertenece…”». Ajá. Les pertenece. ¿Y cuándo será este país propiedad de los pobres, o aunque sea de la clase media?

El 23 de enero, Nómada publicó una entrevista con Edmond Mulet, guatemalteco destacado, subsecretario general de Naciones Unidas. Mulet contempla lanzarse como candidato a la presidencia.

Con un efectivo juego de policía bueno-policía malo, los entrevistadores le sacaron respuestas que ilustran cómo funciona la política en Guatemala. O más bien por qué no funciona. Poniendo atención se aprende mucho, aún sin juzgar a Mulet. Haga un alto y lea la entrevista, pero regrese. A ver si coincidimos en estas lecciones.

1. El hombre digno. Estamos los ciudadanos hartos de la venalidad de los políticos. En Ejecutivo, Judicial y Legislativo no reconocemos dignidad alguna. Ante ello, el aspirante ofrece otra cosa: se presenta como digno. Ha probado su valía en un escenario más grande que la estrechez guatemalteca.

2. El mercado político y sus transacciones. Con esa reputación como capital sale el candidato a candidato al mercado político. No el de las elecciones, sino uno más insalubre, donde se negocia entre candidatos ofrecidos como mercancía y partidos que pagarán en efectivo y votos acarreados. Con demasiada candidez afirma buscar «algún vehículo, algún partido político viable, para poder participar». Descartadas quedaron las ilusiones de la democracia de base y el partido con plataforma de políticas. Lo esperábamos de los políticos venales, pero encontramos que el hombre digno trafica con la misma moneda.

3. El ¿mito? del indignado listo a movilizarse. Dejemos las menudencias de cómo entrar al ruedo. Digamos que el candidato ya está allí. Ahora debe convencernos de votar por él. Mulet apuesta por los «suficientes indignados», el 70% indeciso. El reto es ofrecer algo que movilice, un remedio a nuestra indignación. La cosa se complica, pues enfrenta nuestro conservadurismo masivo. Ya por la derecha (grande) o la izquierda (pequeña) predomina el ansia de volver a tiempos pasados, de anticomunistas y revolucionarios, precisamente posiciones que ya no sirven. Vaya desafío: ¿cómo indignarnos contra nuestras propias posturas?

4. Una agenda de radical tímido. Contra ese reto encalla el barco del aspirante. Mulet quiere que apostemos por su valía personal, pero sin arriesgarse a tomar partido en los debates que definen a la atribulada Guatemala. Habla de violencia y anticorrupción, pero ¿quién no? Los entrevistadores lo arrinconan con cuestiones difíciles: el genocidio, Claudia Paz y Paz, Alfonso Portillo, el financiamiento político. Una y otra vez hace gala de dotes diplomáticas y zafa el incómodo bulto: quizá a Alfonso habría que darle otra oportunidad (para no perder su apoyo político); hay Alejos malos, pero también Alejos buenos (porque contempla asociarse a Todos); hay que enseñar la historia de la guerra, pero sin juzgar (porque no quiere asociarse con quienes dicen que aquí hubo genocidio). Y este es el corazón de su problema: son precisamente los temas donde yo, votante indeciso, buscaría claridad, un candidato que sin ambigüedades diga dónde está parado, que llame bien al bien y mal al mal.

5. La mano en la licuadora. La ambigüedad de Mulet tiene explicación. Basta leer lo dicho sobre el financiamiento (siempre la cochina plata). Apunta como financistas deseables el rosario usual: Cacif, Cámara de Industria, agricultores, empresarios individuales, comerciantes. Y en un auténtico desliz freudiano cita: «Dijeron: “Es un país que nos pertenece…”». Ajá. Les pertenece. ¿Y cuándo será este país propiedad de los pobres y de los marginados, o aunque sea de la clase media, también capaz de financiar campañas si se las tomara en serio?

Los entrevistadores le dan una pala y el aspirante sigue cavando. Preguntan: «¿Quién pagó el anuncio que salió en elPeriódico y en Prensa Libre?» Responde: «[un] agricultor de Guatemala, un caficultor» de quien no está autorizado a revelar el nombre. Allí lo vemos sin ambigüedades: es un hombre que metió la mano en la licuadora. Ya no importan dignidad, intenciones ni ofrecimientos. La decisión la tiene, hoy y siempre, quien tenga el dedo sobre el interruptor de la licuadora. Mulet lo entiende bien cuando trata de escapar con un disparate: promete informar sobre su financiamiento de campaña «siempre y cuando cuente uno con la autorización de los donantes». Qué bonito. ¡Si justo lo que necesitamos es conocer a los financiadores, lo quieran o no!

Necesitamos gente digna, sí. Pero no basta. Necesitamos gente atrevida. Hay incertidumbre, pues cuesta entrar a la política sin someterse a las reglas del poder. Pero también certeza: si se entra bajo las condiciones impuestas por quienes no muestran la cara, ya se perdió la batalla. Sin haber firmado un solo decreto presidencial, sin haber emitido una sola política.

Original en Plaza Pública

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