Se apuran los pícaros a decir que no hay razón para extender el mandato de la Comisión, a pesar de ser más que obvias las debilidades que suple. Para quienes desde la derecha y el empresariado dicen querer justicia, será muy difícil eximirse de este enredo.
La vieja derecha quiso ganar todas las batallas. Toda la tierra, todo el dinero, sí. Pero también todas las oportunidades, toda la ley, toda la justicia, solo para ella. Todo el liderazgo en sus manos, todo el reconocimiento solo a sus iniciativas, toda la verdad solo a sus políticas. Solo su idioma, solo su ideología, solo sus creencias, solo sus formas de organizar, solo sus formas de hacer dinero.
La estrategia tiene mérito, pues es sencilla de entender y de aplicar: no dar tregua nunca, en nada. Nunca aceptar derrota, en ningún debate admitir error. Perseguir siempre, en todo, al contrincante. Ignorar la diversidad, despreciar el desacuerdo, obviar la evidencia en contra. Explica también el pasado tenebroso, pues si la victoria no llega, se estrangula al oponente en sus recursos. Se le aniquila físicamente si no hay más remedio, o quizá como primera y expedita opción cuando se acaba la paciencia.
No es un abordaje novedoso. Recién vimos un ejemplo cruento, pues los EEUU la ha usado desde hace tiempo cuando se le intenta chantajear: no negocia rescates, así la decisión cueste sangre. Cuentan que la corporación Disney usa la misma estrategia al enfrentar demandas por daños y perjuicios en sus parques. Gastará todo lo que haga falta para rebatir los pleitos de cada cliente descontento.
Una estrategia así, de todo o todo, funciona cuando se es a leguas el jugador más grande en el terreno. Imagine lo disparejo de la pelea judicial cuando alguien le reclama a Disney por haberse golpeado en un parque de diversiones. Aunque tenga razón y litigue en un sistema justo, se le hará cuesta arriba por simple escala. Igualmente el EIIL en Irak, con toda su brutalidad, es apenas una pulga sobre el lomo belicoso de los EEUU. Podrían degollar periodistas hasta dejar romos los cuchillos, que igual el dinero y las armas del coloso alcanzarán para mucho tiempo.
Pero saquemos la lección y volvamos a lo nuestro. La pregunta, por supuesto, es si en estas tierras la vieja derecha tiene hoy la ventaja descomunal que es precondición para usar con éxito la estrategia del todo o todo. No dudemos que históricamente la disfrutó. Tras el aggiornamento conservador de la «reforma liberal» de 1871, los déspotas de la primera mitad del siglo XX pulieron el poder omnímodo para las élites. Peor aún, desde que tumbó a Árbenz y destruyó con él la mejor oportunidad de conseguir una modernidad democrática, esa vieja derecha se apoderó de todas las palancas del poder. Con la Constitución del ‘85 y los Acuerdos de Paz, cedió a regañadientes una orilla de uña, pero emprendió casi inmediatamente su recuperación. El fruto perverso de este regateo a la democracia está en todas partes. En las disfuncionales Comisiones de Postulación y en el mercado obsceno que aquí llamamos Congreso de la República. En las demasiado frecuentes alianzas entre gobierno, empresa y crimen organizado. En la viabilidad de las denuncias de un Lima Oliva desbocado.
Sin embargo, hay razones para reconocer grietas en el edificio del triunfalismo insolente. El poder que antes se ejercía sin mayor trámite, exige esfuerzos cada vez más evidentes. Este año, aplicar la grasa para que gire la deforme rueda de las Comisiones de Postulación está dejando muy sucias las manos de quienes practican esos menesteres mañosos. El año pasado, resistir la acusación de genocidio exigió un muy obvio jalar de la tramoya, una defensa oficiosa del CACIF e incluso sacar a bailar a algunos «notables» artífices de la Paz, que con ello sacrificaron para siempre su lugar en la historia.
Estos días, y tras década y media de desmanes, el intocable Lima Oliva tropieza ante una CICIG más eficaz. Se apuran los pícaros a decir que no hay razón para extender el mandato de la Comisión, a pesar de ser más que obvias las debilidades que suple. Pero el capo igual se ve en aprietos, menos porque la justicia funcione, que porque sus protectores-víctima le han tenido que retirar la venia, al menos para guardar las apariencias. El acusado amenaza con arrastrar a la cloaca a los muchos que en juegos venales se comprometieron con él. Para quienes desde la derecha y el empresariado dicen querer justicia, será muy difícil eximirse de este enredo. O se pronuncian a favor de la CICIG como recurso de soporte a la justicia, o terminarán ellos mismos marcando sus oscuras lealtades.