Reforma del servicio civil, para atraer a la mejor gente al servicio público, exigir que cumplan y que rindan cuentas. Reforma fiscal para tener los recursos que paguen a esos funcionarios de calidad que tanta falta nos hacen. Recursos para protegernos de la enfermedad, la ignorancia y la pobreza, para empoderar nuestros negocios, crecer como personas y vivir con libertad.
Finalmente, reforma del sistema político, para encontrar gobernantes honorables, con visión pública y capacidad gerencial para dirigir la administración pública. Para encontrar representantes que no se sientan atados por compromisos a unos pocos.
El problema, el enorme problema, es que los responsables de hacer estas reformas son los mismos políticos que hoy llegan al poder gracias al sistema perverso que tenemos. Esos que buscan enriquecerse y pagar sus deudas con los recursos del fisco, y colocar a sus allegados en los puestos de la administración pública.
Viene al caso la entrevista que unas semanas atrás le hiciera Asier Andrés a Javier Monterroso. Monterroso perdió en el intento por ser Diputado por el Distrito Central con el Frente Amplio, y recibió justo palo por sus respuestas incautas. Sorprendentes por lo obvias, tanto que el entrevistador se vio obligado a subrayarlo: “pero eso ya lo sabían…”.
Con todo y la ingenuidad manifiesta, lo que señala Monterroso es un auténtico prontuario para políticos novatos: gana el que tiene más plata; los guatemaltecos votan por el que ofrece más, sin importar la realidad de su oferta; le va mejor al que ofrece resolver problemas urgentes, no el que tiene visión y entendimiento. Las instituciones favorecen a los fuertes, nadie conoce a los candidatos a diputados, y no importa.
Bajo las reglas actuales, quien no reconoce esto fracasa. “Debemos volvernos un poquito más demagógicos, ofrecer lo que quiere la gente” es la lección que saca Monterroso. Dilema terrible: o mentir más para ganar votos, o afirmar que la gente no sabe lo que quiere y ofrecerles espejitos y cuentas de colores.
Grave error. Hacerse demagogo para entrar al sistema es meterse en una cuesta resbalosa que termina en despeñadero. Para cuando al fin se haya conquistado al premio, el aspirante habrá transado tanto que será indistinguible de aquellos a quienes buscaba sustituir.
Por supuesto, hay otra salida. No es el atajo de montar el partido en el último año, negociar la publicidad millonaria y ofrecer el oro y el moro a los macro/narco financiadores. Tampoco es la compra del cacique local que garantiza la multitud en el mitin, ese que a la primera oportunidad se cambiará de bando si le ofrecen más. Es el camino muy largo de hablar con las personas, una a una, casa por casa, calle por calle, barrio por barrio. Es pedirle a cada uno su esfuerzo y su dinero para la campaña. Contarles por qué se metió a política, escuchar qué necesitan y pedirles, a cada uno, que le apoyen. Es tener un sueño claro, soluciones prácticas y un equipo fuerte. Como se necesitan varios millones de votos, haga la cuenta: tomará años estrechar tantas manos.
La reforma política que tanto nos urge se concretará en una nueva ley electoral y de partidos políticos. Pero no se engañe, la ley no hará sino codificar y habilitar las prácticas sociales y culturales. Si la forma de conseguir votos no cambia, de poco servirá la ley. Así que en vez de perder tiempo con dos presidenciables insulsos, si va en serio el cambio, mejor empezar de una vez a hacer política. No para el 2015, tal vez para el 2019.