Desarrollo: ¿destino o camino?

Casi con exclusividad, el precio del futuro «desarrollo» es cobrado a los más pobres y débiles, no a los que más tenemos.

El desarrollo está en boca de todos, y con razón. La coyuntura la ofrece el Foro Esquipulas, de manera particular el elocuente discurso de Rafael Correa.

La parte fácil es tomar bando –la estética de lo político, podríamos decir: «me gusta lo que dijo Correa», o «no me gusta lo que dijo». Pero esto ayuda poco para abordar nuestros problemas, menos aún para resolverlos. Lo importante tiene más que ver con qué aprendimos y qué nos sirve para ser mejores, aquí.

Una clave la ofreció Karin Slowing la semana pasada, cuando subrayaba que en el corazón de la discusión ha estado el desarrollo como destino. Ha sido así desde que W. W. Rostow escribió sobre las «etapas del desarrollo» para explicar –quizá justificar– que algunas sociedades fueran ejemplo y aspiración de otras.

En esto encuentran espacio quienes buscan aplicar el concepto de gratificación postergada a la sociedad. Vale pedir sacrificio hoy, dirán, si el premio es una «sociedad desarrollada» mañana. Esta idea, que subyace en mucho de lo que aún hoy pasa por hacer gobierno, tiene al menos dos problemas.

La primera y más inmediata limitación es que, casi con exclusividad, el precio del futuro «desarrollo» es cobrado a los más pobres y débiles, no a los que más tenemos: ceda sus tierras para la hidroeléctrica, y todos tendremos luz. Tome agua envenenada, y la riqueza de la exportación, –azúcar y ron, metales o petróleo– regará prosperidad para todos.

El segundo problema es que dicha lógica se equivoca en el fondo, no sólo en la implementación. El sacrificio se hace, pero el bienestar para todos nunca llega. Para entenderlo, hagamos diferencia entre riqueza y desarrollo. Concentrar recursos siempre es posible con el sacrificio presente. Pero esto es acumulación, no desarrollo. Aquí sí importa el orden de los factores. El enriquecimiento prioriza la economía, ordena al Estado para asegurarla, y moviliza a los ciudadanos como insumos productivos. El desarrollo prioriza el bienestar de los ciudadanos, ordena al Estado para garantizarlo, y moviliza la economía para sostener dicho orden. En otras palabras, el desarrollo es una forma de relacionarnos, aún antes que de producir. Esto nos pone en una carretera de dos vías con barrera medianera. Por más que se acelere en una dirección, nunca se llegará al destino de la otra. Las vías corren en paralelo y en direcciones opuestas.

Aclarado este por qué, detengámonos en un cómo fundamental, pues Dios y el diablo están en los detalles. Las críticas, aún desde posiciones en contraste, hallan en común una debilidad en Correa: el autoritarismo. Por ejemplo, Rodrigo Arenas del MCN criticó que Ecuador no experimente más que la sustitución de una élite vieja por una nueva. Mientras tanto, Míchel Andrade puso de relieve que el gobierno ecuatoriano obvia las consultas previas al decidir sobre las industrias extractivas.

Lamentablemente, ello no es ni a leguas una particularidad ecuatoriana. Más bien, Ecuador es un caso más de la marca de nacimiento de los Estados latinoamericanos. La lección, tantas veces enseñada y nunca aprendida, es que en esta región no contemplamos que pase nada –ni para bien ni para mal– sin atropellar la voluntad de los demás. Aquí en casa, igual lo muestran Pérez Molina, queriendo pasar una reforma constitucional a punta de sabios, que Sandra Torres empujando Mi Familia Progresa sin rendir cuentas; el Cacif, insistiendo en justicia y privilegios a su medida. Todos iguales: lo que yo diga, sí o sí.

Esta mala costumbre nos enfrenta con una disyuntiva ingrata: ¿asegurar las reformas o respetar la democracia? Es un dilema persistente para sociedades sin las instituciones ni las micro-prácticas cotidianas de la democracia efectiva. Explica por qué resulta mejor el peor es nada de las nuevas élites, que al surgir compiten con las viejas, antes que seguir sufriendo una persistente hegemonía. Por esto importa tanto evitar la cooptación de la riqueza emergente por el Cacif. Explica también la crítica a los medios: ¿cómo hacer frente al acaparamiento mediático, si los medios no se vigilan a sí mismos, y no es opción mandar su fragmentación al amparo de leyes antimonopolio? La perversa industria de la TV abierta en Guatemala es un caso urgente. En suma, sin democracia cotidiana, se pone la mesa para que el reformador se sirva del plato del autoritarismo. La mano autoritaria del reformador de izquierda se sostiene, paradójicamente, en una derecha que históricamente no ha querido ser democrática ni consigo misma.

Original en Plaza Pública

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