Reglas simples

Las ovejas también siguen reglas simples, y los pastores hacen buen uso de ello.
Seguramente, habrá visto volar una bandada de pájaros. La fluidez con que se desplaza y cambia de dirección un conjunto numeroso de aves, hace pensar en una danza coordinada.

Quizá se haya preguntado quién es el coreógrafo: ¿en qué momento el ave mayor da la orden de giro? Lo sorprendente del asunto es que nadie da la orden. No hay jefe, sólo seguidores.

Hace 25 años Craig Reynolds, un especialista en imágenes digitales para el cine, se interesó en simular el comportamiento de de las aves en el computador. Esto resultaba muy atractivo para el séptimo arte, pues es difícil hacer películas que involucren aves de verdad. A diferencia de un caballo o un perro amaestrados, las aves tienen la mala costumbre de no hacer caso. Una bandada digital que se comportara según la voluntad del director podía resultar muy conveniente. El reto era hacerlo de forma que pareciera natural. Al programar aves que obedecen órdenes directas se consigue un ejército de robots emplumados, pero no el dinámico movimiento del vuelo.

La salida resultó más sencilla de lo esperado. En vez de dar a cada individuo instrucciones detalladas sobre cada giro, ascenso o descenso, bastó con dar a todos tres reglas sencillas: “no te choques con tus vecinos”, “quédate cerca de tus vecinos” y “sigue la dirección de tus vecinos más cercanos”. El resultado fue un comportamiento indistinguible del natural. Cualquiera que haya visto Parque Jurásico lo ha experimentado de primera mano: bandadas de dinosaurios que corren, saltan o vuelan con naturalidad.

La discusión viene al caso porque, aunque parezca sorprendente, los humanos nos portamos de forma similar. Baste con pensar en el caso de una “ola” en un estadio. Nadie se para a media gramilla a gritar, “¡okey, a la cuenta de tres, la fila cinco, levanten sus brazos!”. Más allá del inicio, basta con que todos sigan una única y sencilla indicación interna: “Levanta tus brazos cuando veas que tu vecino de la izquierda lo hace”. La conducta social masiva, propia de un gigantesco organismo-estadio, surge sin liderazgo, producto de una simple instrucción inserta en cada individuo.

Comprender la naturaleza extraordinaria de los procesos que emergen de reglas simples es más importante de lo que parece. Muchas veces son tales reglas simples las que sostienen y reproducen el orden social. Basta pensar en el bíblico “honrarás a tu padre y a tu madre”: al convertirse en la regla simple de “hacele caso a tu tata en todo” garantiza la reproducción, tanto de lo bueno como de lo malo. Aunque podamos imaginar un padre que dé a sus hijos instrucciones para ser distintos, lo usual es esperar que les instruya en cosas a la medida de lo que él mismo conoce. El resultado: la siguiente generación es poco distinta de la anterior.

No es sino cuando se disemina extensamente una instrucción diferente que cambia el conjunto de la sociedad. En la década de 1960 la regla simple de “haz el amor, no la guerra”, desempeñó este papel. Como en las aves, el resultado fue espectacular, orgánico y fluido.

Este fenómeno también sirve para explicar la relativa ineficacia de medidas “demasiado pensadas”: a la larga, la planificación centralizada que practicó el socialismo soviético, donde cada movimiento de la economía debía preverse con anticipación, no pudo competir con el fluido mercado que parte de una regla muy simple y que siguen todos sus actores: “compra barato y vende caro”.

Las ovejas también siguen reglas simples, y los pastores hacen buen uso de ello. Cada una busca evitar el borde de la manada (donde ancestralmente podría ser tomada por un lobo), de modo que basta un par de perros ovejeros para conducir a todo un hato hacia el corral. En esta patria hay una regla simple que de forma similar ha fungido como persistente organizadora de la sociedad. El “no a los impuestos”, que encierra un más insidioso “sálvate como puedas”, programado en las cabezas de muchos por décadas de prensa, boicot y pobreza, no requiere de instrucciones específicas para surtir efecto, menos aún de líderes visibles para conducir a la sociedad entera y de forma fluida por un cauce de conservadurismo marcado. Cuando una regla simple como esta se ha extendido suficientemente, ya no hacen falta teorías conspirativas para entender la conducta social.

Para aquellos que buscamos el cambio, la implicación es crítica. No basta el plan perfecto y la estrategia detallada. Más allá de la urgencia, lo que se necesita es la descolonización de la mente de muchos respecto de las “reglas simples” que definen desde dentro las pulsiones que seguimos como guatemaltecos: “mula el que no aprovecha”, “de esta salgo yo solito”, son apenas ejemplos. Más aún, requiere su sustitución por otras reglas, igual de simples pero mejor encauzadas: “toma turno”, “todos somos dignos”, “no te quedes callada”. ¿Cómo se hace esto? La respuesta obvia, pero de largo plazo, es la educación. En el corto y mediano plazos debemos buscar también otras formas. Así que le dejo un encargo: piense cómo usted puede comenzar a cambiar las reglas simples heredadas de tres décadas de guerra, y que nos han servido tan mal hasta aquí.

Original en Plaza Pública

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