De censos y encuestas educativas

¿Cuántos graduados de la élite aspiran a ser maestros de escuela, y cuántos de sus padres los alientan a serlo?

Las encuestas empresariales ayudan a explicar la economía. Contar número de empleados, volumen de ventas y otras variables ayuda a entender cómo varía la producción nacional.

Tales encuestas no interrogan a todas las empresas, sólo a una muestra pequeña. Muy eventualmente se hacen censos, siempre caros, pues aunque pudiera interrogarse a más entidades, una muestra bien seleccionada consigue la información necesaria. Lo importante es saber cómo usarla. Una encuesta toma el pulso del sistema, pero no juzga individuos. Sería absurdo que tras una encuesta el Ministro de Economía “regañara” a los encuestados, si encontrara que sus negocios no producen las ganancias deseadas.

Sin embargo, fácilmente olvidamos esto cuando discutimos sobre “mejores” y “peores” colegios. Hoy el Ministerio de Educación publica con regularidad resultados de las pruebas de graduandos del diversificado por centro escolar, en fichas de fácil uso. Con acierto, en 2013 la élite empresarial adoptó la evaluación educativa como elemento clave de su Acuerdo Nacional de Desarrollo Humano. Allí pide a la clase política comprometerse con “… pruebas periódicas, continuas y comparables para 6o Primaria, 3o Básico y último año de Diversificado…”.

Esto es positivo, pero para dar en el blanco no basta quererlo, hay que apuntar con precisión. Hace poco un empresario muy empeñado en la educación, calificaba el compromiso de dicho acuerdo recomendando “pruebas censales (no muestrales)”. Con ello reconocía que mejorar la educación exige mejorar todas las escuelas. Pero, como señala una publicación reciente del MINEDUC, muy distintos son evaluar el desempeño del sistema, monitorear el aprendizaje de los estudiantes, y pedir cuentas. Las pruebas finales aplicadas por censo ayudan a pedir cuentas, pero pecan por exceso para evaluar al sistema y no alcanzan para monitorear el aprendizaje.

Me explico. Los malos resultados en las pruebas señalan la débil formación de mucho del magisterio, lo escaso de los recursos educativos y la insuficiencia del apoyo en muchos hogares. Una prueba por encuesta, diseñada con cuidado, basta para vigilar si esto mejora o empeora. Como con las encuestas empresariales para la economía, evaluar una fracción de escuelas cada año, rotar la muestra y variar los temas evaluados de forma sistemática, alcanza para entender el desempeño del sistema educativo. Más, no es necesariamente mejor, solo más costoso, si no conduce a mejoras.

Las pruebas anuales son limitadas porque llegan demasiado tarde en el ciclo lectivo, y por ello no sirven para mejorar el aprendizaje. Cada maestra necesita hacer evaluación formativa en su aula, determinando allí mismo el progreso y dificultades de cada estudiante, para actuar de forma inmediata, no nueve meses más tarde. Hacer esto bien depende de la formación magisterial, no de las evaluaciones.

Igualmente importante resulta no moralizar los resultados de las pruebas. Formalmente los maestros son empleados, pero una vez cerrada la puerta del aula son independientes, casi “emprendedores de la enseñanza y el aprendizaje”. Volvamos al ejemplo empresarial. Poco ganaríamos censurando en público a un empresario por resultados de una encuesta o un censo, pues escasamente podría mejorar su desempeño sin acceder a mejores técnicas productivas, mercados y capital.

Entonces, podremos estigmatizar a maestros y escuelas por su pobre desempeño. Pero lo que necesitamos son intervenciones eficaces: incentivos para reclutar estudiantes mejor formados para la docencia –¿cuántos graduados de élite aspiran a ser maestros, y cuántos de sus padres les alientan a serlo?–, condiciones técnicas para producir mejores docentes, y establecer procesos y proporcionar recursos en las escuelas para que su práctica sea lo más eficaz posible.

En conclusión, las pruebas censales o muestrales primero evalúan al sistema, no al estudiante, mera víctima o beneficiario de aquel. Ni siquiera evalúan al maestro, sino que buscan entender qué funciona, qué no, y cómo mejorar. El maestro es socio implementador del MINEDUC, y ayuda poco “continuar con los azotes hasta que mejore la moral”. Si el fenómeno que interesa es perceptible por una muestra, basta con la encuesta. Si el fenómeno requiere retroalimentación inmediata, como con el aprendizaje, sirven poco las costosas evaluaciones censales cada año.

No perdamos de vista que las evaluaciones son medidas del progreso, nunca remedio, y los censos frecuentes acarrean sus propios riesgos para la eficiencia y la equidad educativa. Así como todas las empresas pueden prosperar más fácilmente en una economía que crece, todas las escuelas progresan más fácilmente en un sector educativo que crece y se enriquece. Es en esto que debemos invertir, aún sin perder de vista el valor de la evaluación por censo. La evaluación nos dirá si lo estamos haciendo bien, nada más.

Original en Plaza Pública

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