2013: cuando al fin admitieron su incompetencia

Sólo el tonto, o el malicioso al que le conviene el statu quo, insisten en hacer cosas que no funcionan sólo porque lo manda la ideología.

Cuando estamos convencidos de lo que hacemos, actuamos sin pensarlo demasiado. Si los resultados se consiguen, repetimos las conductas.

La historia de Guatemala ha sido la historia de una élite que se consideraba competente: sabía lo que quería, sabía cómo conseguirlo. Hacía lo que tocaba, obtenía resultados y repetía. Hasta que de tanto éxito llegó, como los burócratas, a su nivel de incompetencia.

Las cosas venían cambiando al menos desde que El Colocho (Cerezo, no Dios Todopoderoso) y la gente de la DC dibujaron los trazos del Estado de post-guerra en sus “memorandos presidenciales”, en el lejano 1987. La historia tarda, pero no perdona, y la crisis se concretó en 2013.

Mientras nos entretenían los diputados mañosos, el año pasado nos dejó cambios más interesantes en los vientos históricos. Pasemos revista.

Primero, un Presidente que tenía todo para triunfar. Tan distinto del atribulado Colom, contaba con el respaldo de la derecha. Con el  favor del ejército, signatario de la Paz, ofreció una “mano dura” que lo hizo popular con la clase media urbana. ¡Y le ha costado tanto! Reducido a mandadero por los poderosos, tropieza sin innovación, salvo por los regalos de sus tecnócratas más ilustrados.

Segundo, una justicia capturada, donde las triquiñuelas se hicieron tan, pero tan obvias. Lejos quedó la cómoda ventaja, el “para mis amigos justicia y gracia y para mis enemigos la ley”  atribuido a Estrada Cabrera. Sentado en el banquillo, el viejo Estado oligárquico y violento no dejó más remedio a sus adalides que apuntalarlo sin sutileza, a fuerza de pronunciamientos y con el penoso pleno del Cacif.

Tercero, un ejército chambón, que no aprende a ser probo, que no aprende ni a cuidar sus propias municiones, y sólo sobrevive por gracia de los poderosos y como bully de la sociedad. Como su sombra contrahecha, una “fundación” para fabricar pasquines. Antes hubiera inspirado terror, pero hoy, como la mano del Dr. Strangelove, no es sino una incontrolable caricatura. Daría pena, si no fuera tan venenosa.

Cuarto, una élite empresarial, que a regañadientes se vio obligada ¡por sus propios miembros más precoces! a abrazar el desarrollo humano. Firmaron un Acuerdo que hace unos años hubiera sido anatema e incluso hoy causará agruras a sus miembros más ortodoxos. Como contrapunto, una población urbana, urbanísima y multitudinaria, que aun siendo pobre se aleja con rapidez de la aparcería injusta de la finca.

Y quinto, para terminar mis ejemplos, uno menor pero emblemático. Una escuela neoliberal, de derechas, fundada por leales hijos de la Universidad Francisco Marroquín, que apostó por el gobierno. En palabras de aquel bardo de rimas sin par… ¡Quién diría!

Así que se podrán maquillar las cosas, pero los hechos son elocuentes. Si meto militares en la administración pública, no importa cuánto diga que el camino es civil, usted no me creerá. Igual, cuando a los herederos del poder sin límite no les queda más remedio que adoptar el desarrollo humano como consigna, y deben salir en pleno y en público a defenderse contra una catástrofe en tribunales, cuando los bastiones del libre mercado y de la propiedad privada a como dé lugar se ven obligados a predicar la necesidad del gobierno, ya no hay justificaciones que valgan. No importa lo que digan, ya no hay vuelta atrás. Ni para ellos, ni para el resto de la sociedad.

Y esto es bueno, muy bueno. Porque modernidad es hacer cosas que funcionan. Siempre tendremos que discutir los propósitos, pues de eso se trata el debate político. Pero sólo el tonto, o el malicioso al que le conviene el statu quo, insisten en hacer cosas que no funcionan porque lo manda la ideología. Como los tristes anacrónicos que siguen dando coces contra reformar el agro. Mientras tanto, en la élite los más agudos reconocen sotto voce –o admiten en la práctica– que la inclaudicable realidad exige actuar en contra de sus “instintos de clase”.

No se apure a proclamar el Milenio, sin embargo, pues el progreso tardará mucho en venir. Pero es un atisbo de fractura, un deshielo en el núcleo frío, duro y brutal de nuestra historia. Hoy, que todo puede parecer oscuro, me atrevo a decir que hay oportunidad en el corazón de la crisis. Hay miembros de la élite que podrán –o no– ser portadores de futuro. A ellos los juzgará la historia. Los que no tenemos excusa aquí y ahora somos usted y yo. Así que venturoso 2014. Perdemos poco y ganamos mucho aprovechando nuestras circunstancias.

Original en Plaza Pública

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