San Martín ha reducido en más de un tercio la pobreza y la desnutrición. Queda mucho por andar, pero el camino es el correcto.
El funcionario del Departamento de Estado me cuenta que les preocupó el triunfo electoral de Humala. Temían que el Perú fuera la nueva Venezuela.
Sorprendentemente, agrega, el pragmatismo del ex-militar de izquierda ha brindado a la Potencia del Norte la mejor relación con un mandatario peruano en veinte años. Prioriza la inversión social, pero reconoce que necesita el dinero que está en el mercado. Algunos en la élite aún temen que Humala se arranque la piel de oveja y emerja un lobo chavista, pero hasta aquí no ha pasado.
Estoy en Lima con una colega que vivió aquí hace 30 años, en los días terribles del Sendero Luminoso. Encuentra otra ciudad. Paredes pintadas, calles con pocos baches; la misma mezcla de cautela y afabilidad limeña, pero hoy la gente tiene esperanzas. A mí me llama la atención la bandera izada en cualquier parte. El rojo de la patria insinuado en todo: los productos turísticos, con su pe estilizada; la imagen gubernamental que no se mudó antojadizamente con el nuevo gobierno; rojo hasta en los logotipos privados.
Por la ciudad veo grandes rótulos sobre las puertas clausuradas de algunos negocios. Leo: “cierre temporal por infracción tributaria”. Evidencias de un Estado que va perdiendo el miedo a poner orden.
Los funcionarios explican cómo pegan las piezas. El mismo discurso, así se trate del viceministro, una directora general o una jefa de unidad. Gente que se formó en la cooperación internacional sí, pero que ha tejido una comunidad nacionalista de ideas y de práctica. Más que con xenofobia, disciplinan a los cooperantes con planes nacionales; porque plata falta siempre y pobres sobran, ¡bienvenida sea la ayuda!
Una década de precios al alza en las industrias extractivas ha llenado los cofres de la hacienda pública y ha dado confianza para actuar. Pero no es sólo dinero. Esos funcionarios saben qué hacer con la plata, y lo procuran. Cobra realidad lo dicho por el norteamericano: crecimiento económico con inversión social, ambos de la mano.
Las políticas públicas encuentran eco en otras partes. El gerente de responsabilidad social corporativa de una empresa minera es taxativo: no actúan sin antes alinearse con las políticas y planes del gobierno regional. Suena extraño, acostumbrado como estoy a un sector empresarial que hace todo por distanciarse de lo público.
No tengo tiempo para entusiasmarme con las industrias extractivas, cuando partimos para la región de San Martín. La tercera región de crecimiento económico más rápido en el país no tiene minas. Es orgullo del Presidente Regional que allí no dependan del canon minero (la porción de las regalías que ha revolucionado las finanzas regionales y municipales peruanas), sino de lo que él llama el canon de las personas.
Me relata un economista el caso del “darwinismo” cooperativista en San Martín. Luego de una ola de fracasos tras la reforma agraria de los años setenta, hoy un cooperativismo de nuevo cuño apuntala la pujante economía local. ¿El secreto? No aceptan socios con propiedades mínimas. Han reconocido, explica, que esos no son microempresarios, sino pobres, empujados por necesidad a una empresarialidad insostenible. Deben en cambio ser atendidos por programas de combate a la pobreza, y con empleo. Con realismo, cada cosa por su nombre; con el programa correcto, sin atascarse en moralinas ideológicas.
El resultado: tras la diversificación de la economía forzada por la falta de minas y el combate a la coca, y una década de inversión en servicios públicos coordinados, San Martín ha reducido en más de un tercio la pobreza y la desnutrición. Queda mucho por andar, pero el camino es el correcto.
He disfrutado de la espléndida combinación de sabores precolombinos, españoles, chinos y japoneses que Gastón Acurio elevó a los altares gastronómicos, y mi visita termina. Me topo con un nicaragüense en el elevador del hotel. −¡Guatepeor!− exclama al enterarse de dónde soy. −Dicen que los ricos de Guatemala van a pasear a Nicaragua porque allá no se puede estar en la calle− agrega al salir, sin darme tiempo a replicar.
Podría desanimarme, pero llevo en la mente el regalo del joven director de una ONG peruana. Convicción, me dijo, ésa es la palabra clave. Mezcla de confianza, visión y acción. Tiene razón. Hace apenas tres décadas, Perú era un “caso perdido”. Al equilibrar el poder político en una de las sociedades más elitistas del continente, el país comienza a traducir el crecimiento de la economía en oportunidades para todos, y a salir de la trampa del subdesarrollo.