Persistencia

Muchas cosas nos indignan, pero son más las que nos llevan a abandonar el barco por razón de principios.

Transformar la sociedad es una tarea más parecida a una carrera de fondo, que a un sprint. Logran mejoras sólo quienes persisten en la dirección correcta por mucho tiempo.

La persistencia es tanto un asunto de capacidad como de actitud. El éxito de largo plazo depende de las características de lo que se quiere conseguir y de las herramientas que se tiene para procurarlo, pero también de nuestra disposición psicológica para insistir en alcanzarlo.

Es más fácil persistir cuando lo que se busca es sencillo de entender, o depende de pocas variables. Por ejemplo, acabar con la polio, que buscaba un resultado obvio (“no más niños inválidos”) con un medio claro (“tomate estas gotas, m’ijo”), fue algo más fácil que luchar contra la desnutrición, que depende de cosas tan variadas como tener dinero, mejorar la producción de alimentos, comer más, comer mejor y distribuir mejor los alimentos.

Igualmente, mientras al Cacif en su combate al fisco le basta seguir insistiendo en un concepto simple (“no al cambio”) y a la vieja izquierda le alcanzaba con denunciar a la Oligarquía, la agenda progresista incluye gran variedad de demandas. ¿Por dónde empezar, en qué insistir cuando son tantas y tan distintas las cosas que faltan?

La actitud es la segunda parte de la ecuación de la persistencia. Con independencia de la complejidad del reto, la disposición de ánimo de las personas que lo enfrentan cuenta para mucho en el largo plazo. Las víctimas del ejército durante la guerra podrían haberse dado por vencidas hace mucho tiempo. Les habrá ayudado que su causa sea obvia, pero han mostrado una gran capacidad de rebote: donde el pragmatismo mandaría abandonar el esfuerzo por tanto revés, el impulso psicológico hacia la justicia no les deja claudicar.

Más fácil resulta persistir cuando son pocos los escrúpulos, pues la conciencia calla: los principales oponentes a nuestras intenciones no son nuestros contrincantes, sino nuestras propias dudas. Es así que la defensa de Ríos Montt no tuvo inconveniente en hacer maromas y plantear recursos espurios, pues opera por propósitos (descarrilar el proceso), no por principios (que prevalezca la justicia). Igualmente la “Fundación” “Contra el Terrorismo” lanza con desenfado sus libelos, pues la psicología de sus promotores no incluye el respeto a la evidencia como principio.

El problema es que a los progres la indignación parece salirnos natural, y nos convierte en fabricantes de espuma bien intencionada. Muchas cosas nos indignan, pero son más las que nos llevan a abandonar el barco por razón de principios.

En apenas dos años he visto a muchos – yo incluido – despotricar por: niños cortando caña, la masacre en Totonicapán, femicidios al alza, injerencia eclesiástica en Plaza Pública, el juicio fallido a Ríos Montt, abusos a la soberanía en la extradición de Portillo, una conspiración contra la dignificación gay, la difamación de activistas por la “Fundación” “Contra el Terrorismo”, los abusos de las industrias extractivas, el asesinato de niños cortadores de café, el maltrato a los animales, los pésimos resultados en las pruebas de desempeño estudiantil, el irrespeto europeo a la soberanía boliviana, la obcecación del alcalde de Guatemala, y la trata de personas por el hijo de un magistrado. ¿Cómo fijar la atención a largo plazo, cuando en materia política pareciéramos sufrir de déficit de atención con hiperactividad?

A los progres nos urgen propósitos compartidos, específicos y suficientemente concretos para que todos y cada uno apuntemos al mismo sitio. Es necesario desarrollar el cuero duro de un Ríos Montt, pero sin perder el corazón. Esto exige al menos dos cosas: primero, ejercitar la disciplina que tanto nos cuesta, admitiendo que si bien toda justicia es necesaria, hay veces que toca subordinar la intención propia a la causa común. Segundo, definir de manera activa esa causa común. No bastan las oleadas de indignación y desistimiento. Cuando la “Fundación” “Contra el Terrorismo” fija la agenda malintencionada, los demás simplemente respondemos, ¡hasta que surge una nueva causa de escándalo! Debemos definir hitos concretos deseados e ir tras ellos con empeño sostenido, sin distraernos.

Ambos resultados −disciplina y metas definidas− pueden cultivarse dentro de un proceso de movilización social. Organizar acciones concretas de manifestación ciudadana servirá para ejercitar la disciplina, y envolverlas en actividades de negociación entre grupos diversos, aunque amigos, servirá para fijar propósitos comunes, pero específicos.

Original en Plaza Pública

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