Clase media: definiciones e insultos

Una economía excluyente que no crece, una sociedad fragmentada y la escasa oferta cultural, han redundado en una clase media precaria, desconfiada y de imaginación estrecha.

Recientemente la BBC y seis universidades del Reino Unido publicaron la Encuesta Británica de las Clases, que describe cómo se divide por estamentos dicha sociedad. Algo podremos aprender.

Para hacer su clasificación, los investigadores examinaron tres tipos de capital. El capital económico se refiere al volumen de dinero y recursos materiales de las personas. Bajo este criterio, el más usual, la clase media en Guatemala tiene problemas.

El cambio en el volumen de la clase media señala la prosperidad de la sociedad. Cuando crecen las oportunidades y la riqueza, la clase media se ensancha. En las últimas dos décadas, muchas sociedades latinoamericanas han ampliado su clase media. Guatemala persiste estancada, con una clase media pequeña y que apenas crece. No hace falta ser anticapitalista para ver en esto una descalificación a los programas de las élites que sin interrupción han controlado nuestra economía.

La segunda dimensión usada por los británicos fue el capital social, referido al número y diversidad de los contactos personales. Típicamente el éxito clasemediero da bastante de esto. Piense en un ingeniero graduado de una universidad privada: tan a gusto habla de squash con los dueños de la empresa, como del Comunicaciones con los obreros.

El reto aquí es que la inseguridad, sobre todo la percepción de inseguridad, recorta los contactos. En vez de frecuentar lugares públicos, las familias se recluyen en condominios cerrados, y socializan con un círculo pequeño de amigos en casa. Las personas optan por colegios privados selectivos, que dan a sus hijos menos oportunidades de conocer gente distinta. Priva la desconfianza y se empobrece el capital social de la ya estrecha clase media.

Finalmente está el capital cultural. No se refiere esto al consumo de la “alta cultura”, sino al rango y variedad de bienes culturales a los que se accede. La marginalidad global y la falta de inversión nos ponen en desventaja a todos. Al estar fuera de los circuitos mayores, en este país algo como el Cirque du Soleil es un evento excepcional, y es pésima la oferta nacional de TV. El más pudiente subsana el problema viajando −Panamá o Miami le dan sus conciertos−; o compra TV por cable o Netflix, por ejemplo. Mientras tanto la clase media, escasa en volumen y limitada en contactos, se ve también recortada en experiencias culturales.

¿Por qué importa todo esto? Hay quienes ven la clase media como una situación vergonzosa. Personalmente estoy con mi amigo Edgar: ser clasemediero es de buena fortuna, pues nos hace navegar en aguas donde se experimenta “una correspondencia entre el esfuerzo y los resultados”. Ser clasemediero no es bueno ni malo en sí mismo, como nacer en la élite no es virtud, ni la pobreza asegura la buena intención. Sin embargo, la triple amenaza de una economía excluyente que no crece, una sociedad fragmentada que no deja hacer nexos, y la escasa oferta cultural, ha redundado en una clase media precaria, desconfiada y de imaginación estrecha.

El resultado es patente. Insistimos como clase en proteger las causas de los poderosos que nos dañan, aunque sea por miedo a perder las pocas oportunidades de acceder al empleo en sus empresas. Campea un racismo inexplicable ante el espejo, pero que subraya lo poco que conocemos la diversidad global. Resulta más cosmopolita una familia indígena rural con tres miembros en Los Angeles o Virginia, que una familia de clase media que nunca ha emigrado y pasa toda la vida en una colonia de la capital.

Finalmente, es notoria la poca flexibilidad cultural. Dese nomás una vuelta por las redes sociales o la prensa digital. La ironía y el sarcasmo con frecuencia son incomprendidos. Hay indignación desconfiada ante manifestaciones artísticas que hace ratos dejaron de ser de avanzada en otras partes. La duda propia tacha de elitismo cualquier referencia a la cultura universal, y “académico” es manejado como ofensa.

Todo esto nos ha hecho como clase media una cuña efectiva contra el desarrollo. Como muestran las respuestas al juicio a Ríos Montt, basta con que los más conservadores den el grito de guerra, porque la clase media se encarga de pelear sus batallas.

No lo tome a mal, entonces. “Clasemediero conservador” no es un insulto, es una descripción. Con cariño y solidaridad de origen, es una llamada urgente a cambiar el papel que jugamos en nuestra propia historia.

Original en Plaza Pública

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