Es evidente que la urgencia del caso les obligó a mostrar su mano más que de costumbre.
Escribo para usted, clasemediero conservador, escandalizado por la muerte y la violencia, pero que no comparte el alboroto contra los militares. Mi invitación es sencilla: use la evidencia, piense por sí mismo. Sin especular sobre la injerencia de los poderosos sobre la Corte de Constitucionalidad, que no podemos ver, examinemos lo que sí es evidente.
La semana pasada, el Cacif publicó un comunicado bajo el título “Ahora dicen que los guatemaltecos somos genocidas”. El argumento del desplegado era que, al haberse declarado culpable en primera instancia a Ríos Montt por genocidio, ahora “el mundo nos mira como GENOCIDAS.” Así, con las mayúsculas usuales de quienes niegan este asunto, que parecieran no poder discutir sino a gritos.
Gracias a la tecnología, los particulares podemos verificar una afirmación como ésta con facilidad. Así que hice algunas búsquedas en Google[1] para ver si “el mundo” en efecto nos consideraba genocidas. El resultado se lo digo en pocas palabras y destacado: nadie dijo que los guatemaltecos fuéramos genocidas.
Las únicas entradas en la Internet con esta expresión vinieron de Guatemala. Los únicos que lo dijeron fueron: familiares de militares, ex-militares, la Fundación contra el Terrorismo y algunos ex-PAC. Todos obvias partes interesadas en el asunto. ¡Se me olvidaba!, también el Cacif.
Es evidente que el Cacif se sintió amenazado, y tuvo que mostrar su mano. Tuvo que destacar, agregaría yo, su impertinencia para la Guatemala del futuro, con más eficacia que cualquier opositor a su cuestionable papel en nuestras leyes, instituciones y sociedad. Cosa que me trae al concepto de “polarización”, tan de moda estos días.
Desde que unos notables del régimen levantaron voces de alarma porque la acusación de genocidio fracturaría la precaria paz de Guatemala, un número creciente de personas han hablado sobre la polarización como algo dado, casi como un fenómeno meteorológico. Esta interpretación esconde más de lo que explica, pues la polarización no es un hecho independiente o un factor del contexto, sino consecuencia de esfuerzos deliberados. Más que polarización, aquí lo que hay son polarizadores.
Volviendo al desplegado del Cacif, es obvia la alternativa que enfrentó dicha entidad: por un lado, convocar al fortalecimiento del sistema de justicia y perfeccionar el proceso contra Ríos Montt (superar las tácticas dilatorias, proteger el manejo técnico de la evidencia y el acceso para las víctimas y testigos, e insistir en la independencia de jueces, tribunales y la Corte de Constitucionalidad). Por el otro, hacer propaganda burda y asustar a la ciudadanía con amenazas falsas. Escogieron lo segundo, a pesar que, como mostraron los hechos del lunes, era usar tirantes con cincho. Concluya usted si esto los hace líderes para la Guatemala que queremos.
Finalmente, está la crítica a la supuesta injerencia internacional. Partamos de la inconsistencia lógica. Primero se exige que los actores internacionales se abstengan de entrometerse, y acto seguido se dice que la supuesta opinión que tienen sobre “guatemaltecos genocidas” nos afecta. ¿En qué quedamos, entonces?
Más de fondo, es hora de abandonar la mentalidad aldeana que dice que sólo nosotros podemos opinar sobre nuestros asuntos. Como ilustra el encantador Chapinismos del Quijote de Pérez de Antón, es notable el poco roce global de nuestra sociedad. Ello no debiera darnos orgullo, sino empujarnos a ser más cosmopolitas e integrarnos mejor con el mundo. ¿A quién piensa que beneficie esta supuesta soberanía?
Reconozcamos que el derecho de las personas no es un asunto local, sino de toda la humanidad. Atendemos primero a quienes tenemos más cerca, porque es más fácil y nos mueve el afecto. Pero no por ello consentimos el abuso cuando ocurre al otro lado del globo, ni queremos que otros se desembaracen de nuestros problemas en nombre de la lejanía. No somos una finca privada.
Yo prefiero verme como miembro de una comunidad mayor, una humanidad solidaria que no principia ni termina en este terruño. Le invito, amiga lectora, amigo lector, a abrazar también esa ciudadanía más generosa. Sobre todo le invito a reflexionar si los intereses que promueven los más poderosos son legítimamente nuestros. El espíritu mezquino de enfrentamiento que evidenció el desplegado no es propio de almas grandes ni de líderes nacionales progresistas. Como ciudadanos no ganamos nada con seguir el llamado a mantenernos ignorantes, aislados y timoratos.