¡M’ija, tenés temperatura!

¿Se acuerda de cuando se enfermaba en la infancia? Quizá una tos, un dolor de cuerpo, los ojos rojos. Mamá sacaba el termómetro. Puesto en la boca, bajo el brazo o en otra parte que hoy no quiere recordar, tras un minuto el instrumento indicaba con precisión algún número.

«¡Tenés temperatura!», exclamaba consternada, pues debía arreglar para cuidarlo en casa, mientras usted, a pesar del malestar, celebraba que no iría a la escuela. Claro, temperatura había tenido siempre. Lo que mamá constataba con el termómetro era que la temperatura había rebasado un límite aceptable. Usted tenía fiebre y así calificaba para una nueva categoría: enfermo.

Ya Hipócrates reconoció que la fiebre indica enfermedad. No es enfermedad en sí misma. La invención del termómetro con escala en el siglo XVII puso números a lo que se consideraría normal o no. Un tubito de vidrio con mercurio permitió que cualquiera determinara si había fiebre.

Pues bien, hoy el Ministerio de Educación (Mineduc) se ha lanzado a un nuevo esfuerzo por medir la temperatura del aprendizaje. Hace unas semanas anunció que Guatemala se suma al Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes (PISA). Una inversión que suena grande (algo más de 227 000 dólares), pero que es insignificante en el contexto de los 12 000 millones de quetzales del presupuesto anual de la institución.

El año pasado se evaluó la capacidad del Mineduc para usar el instrumento. Este año se harán planes; el año entrante, un piloto; en 2017 se aplicará como Dios manda (bueno, como manda la OCDE —Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos—); y en 2018 se tendrán los resultados. Mucho trabajo por varios años, con gran dedicación de la gente más preparada que tenemos. Pero desde ya podemos adivinar el hallazgo: m’ijos y m’ijas, ¡tenemos temperatura!

¿Cómo me atrevo a predecir esto? Sencillo, porque ya lo sabemos. Pruebas nacionales, pruebas censales, pruebas muestrales, pruebas piloto, pruebas de graduandos, pruebas del Mineduc, pruebas de la cooperación internacional… Cada vez que alguien sale a medir el desempeño estudiantil, el resultado es el mismo: atroz.

Y los detalles, igual de malos: les va peor a los pobres, los indígenas, los marginados, los rurales, los muchos que están fuera de la escuela, los que no fueron al prescolar, los que abandonan antes de tiempo por tener que trabajar, los que van a la escuela sin recursos, los que van a la escuela y encuentran que está cerrada, que el profe no está, que se pasa el tiempo fuera del aula o celebrando la fiesta patronal por dos semanas.

Esto no significa, en absoluto, que no debamos sumarnos a PISA. Al contrario, qué bien que la gente del Mineduc tenga los arrestos de lanzarse a tanto esfuerzo sabiendo que la opinión pública se los comerá vivos cuando salgan los resultados. Sin embargo, entendamos: PISA dará información valiosa para tomar decisiones, pero ella sola no cambiará nada. El Mineduc ha dicho que con PISA Guatemala entra «a las grandes ligas educativas», pero no es exactamente así. Guatemala hoy entra a las grandes ligas evaluativas. Nos hemos comprado un termómetro de lujo.

Su mamá, tras determinar que usted tenía fiebre, le hacía reposar, le daba una aspirina o quizá compraba un antibiótico. Sin eso, la fiebre seguiría. No importaba cuántas veces le pusiera el termómetro en aquel sitio del que seguimos queriendo olvidarnos. Igual con la educación. Evaluar, sí. Evaluar con buenos instrumentos, mejor. Pero si no cambiamos lo que hacemos en las escuelas, si no invertimos más, solo servirá para pintar un cuadro más detallado del mismo paciente afiebrado.

Lo más irónico es que ya hoy los resultados de PISA en otros países dan pistas sobre qué hacer, si escarmentamos en cabeza ajena: a) valorar las oportunidades de todos por igual, reduciendo el ausentismo, acabando con la repitencia, invirtiendo en los más pobres y dejando de creer que la educación privada es en sí misma una solución (simplemente identifica a los estudiantes con más recursos en casa, a quienes por ende les va mejor); b) poner más y mejores recursos en las aulas y escuelas más necesitadas, incluyendo mover los docentes y directores más competentes adonde hace falta —¡aunque se resistan!, agrego—; y c) compartir responsabilidades por el logro estudiantil con padres y madres.

Por ende, adelante con las pruebas, pero sepamos que los resultados solo servirán si los usamos para cambiar. Constatar otra vez y con precisión lo mal que estamos no hará por sí mismo que los estudiantes aprendan más. PISA valdrá la pena si cambiamos la educación empezando hoy.

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