Derecha política, dice la enciclopedia, es aquella «que afirma que determinados órdenes sociales y jerarquías son inevitables o deseables», mientras la izquierda «defiende la igualdad social y el igualitarismo».
Dado que las jerarquías y su naturalización en las sociedades humanas han prevalecido históricamente, quien aboga por la derecha suele ser conservador. El temor al cambio ante el riesgo se traduce en mantener las jerarquías. Los psicólogos han encontrado que puede crearse un conservador asustando a un progresista, pero al revés no funciona.1
En contraste, en la izquierda todos quieren cambio: desde los más ordenados y jerárquicos marxismos ortodoxos, donde la serpiente política se come la cola conservadora, hasta los anarquistas de «cada uno por su cuenta», pasando por una variedad de socialismos y socialdemocracias.
Sirva esto para introducir la pregunta implícita del título, porque las derechas son eficaces en actuar juntas, mientras que las izquierdas viven enfrascadas en rencillas que darían risa si no hicieran llorar.
Pero no es necesariamente mérito de la derecha su propensión al acuerdo, como tampoco culpa de la izquierda el no hacerlo. Son rasgos emergentes del sistema, que facilitan la tarea de la derecha mientras complican la de la izquierda.
Expliquemos con la derecha. Un sistema social piramidal tiene en el ápice poca gente con mucho que ganar y en la base muchos con relativamente poco que perder. Las élites tiene un poderoso incentivo para conservar juntas su privilegio, mientras que a la multitud le cuesta ponerse de acuerdo y con actuar arriesga más de lo que gana. Casi sin querer se refuerza el ideario jerárquico de la derecha.
El segundo rasgo sistémico es la tarea política misma. Si la principal o única ocupación de la derecha es conservar el statu quo, para coordinarse basta decir no a todo. Y ante las amenazas, concentrarse en destruir las alternativas.
El reto para la izquierda es una imagen espejo de eso. Queriendo un sistema igualitario, debe desarmar la jerarquía que la élite protege con ahínco. Pero al lograrlo inducirá inevitablemente una multitud de voces y actores. Cada quién razonablemente reclamará atención, que eso era precisamente lo que buscaban: un sistema con oportunidades para todos. La dinámica está a favor de los conservadores: el «no a todo» concentra la atención de actores disímiles (todos quieren que nada cambie), pero las oportunidades para todos promueven la divergencia aún entre quienes comienzan juntos. Y mientras más exitosos, más divergentes.
Aunque la dinámica descrita es general, pensemos ahora en Guatemala. Entendemos por qué el llamado «pacto de corruptos» reúne desde directivos del Cacif hasta narcotraficantes, pasando por magistrados ruines, candidatas ambiciosas, presidentes vende patrias y diputados lamebotas. No necesitan conspirar, pues quieren lo mismo: que persista la situación con la que ya ganan.2 Cada uno en su particular espacio, sin necesidad de acuerdos, hace lo mismo para garantizarlo: decir no a todo y destruir cualquier intento de cambio.
Debemos preguntar si es posible hacer algo, o si la izquierda está perpetuamente condenada a perder, por dividida, ante una derecha igualmente destinada a ganar, así no sea particularmente competente, menos aún beneficiosa.
Mientras las derechas consiguen unidad como resultado casi inevitable, las izquierdas deben construirla deliberadamente, priorizando los medios antes que los fines.
Sí hay opciones, pero con una condición. Mientras las derechas consiguen unidad como resultado casi inevitable, las izquierdas deben construirla deliberadamente, priorizando los medios antes que los fines. Aparte del compromiso ideológico con la justicia, el progreso y la igualdad de oportunidades, las izquierdas se unen contra enemigos comunes y para garantizar la participación de todos. Y nada más. Su unión no conseguirá directamente los propósitos divergentes que puedan tener, únicamente abrirá la puerta para que luego los procuren, cada quien por su cuenta e incluso en competencia mutua. La unidad solo busca abrir la puerta. Las rencillas muestran que el sistema funciona.
Eso tiene implicaciones importantes. La primera es táctica. Las izquierdas guatemaltecas necesitan reconocer que no es realista procurar sosteniblemente una unidad sustantiva. La unidad siempre y solo será táctica. Pero con eso basta: ponerse de acuerdo informalmente contra el enemigo común (fácil ante el elitismo corrupto y profundamente incompetente en asuntos de bienestar), y apoyarse plenamente pero solo en lo que sea necesario para voltear la tortilla de la democracia. Luego tendrán toda la historia para seguir riñendo.
La segunda es de cultura política, para seguidores y ciudadanía. Lo insinuaba la semana pasada, pero conviene subrayar: si usted, lectora o lector, quiere más oportunidades, hoy en Guatemala usted ya es parte de la izquierda. Entiéndalo, abrácelo y vote en consecuencia. Lo urgente es el cambio. Ya luego tendrá tiempo para darle palo a la izquierda que gane.
Notas
1 Bargh, John (2017). Before you know it: the unconscious reasons we do what we do (Antes de que lo sepas: las razones inconscientes por las que hacemos lo que hacemos). Nueva York, Touchstone.
2 Hasta el Departamento de Estado de los EE. UU. termina siendo su socio (in)voluntario: en Washington también prefieren la continuidad conocida al cambio incierto.
Ilustración: Causa Común (2023, con elementos generados por Dall-E)