Si vamos en serio y las intenciones son buenas, toca entender los problemas, alinear las causas y corregir los errores.
Los normalistas activos o potenciales y sus familias, también procuran el bien: asegurar empleo estable y digno, a cambio de una inversión razonable en estudios. Sin embargo, igual confunden resultados con medios. La formación magisterial no es garantía de empleo, pues cada año hay muchas menos plazas que egresados, con lo que la mayoría de nuevos docentes se forman para el desempleo o el subempleo. Queriendo mejorar sus perspectivas, apuestan a un caballo perdedor.
La intención de los reformadores de la docencia es igualmente buena: que los maestros enseñen mejor. Pero confunden el resultado con el medio. La formación universitaria ofrece mejores conocimientos pedagógicos, pero no garantiza una buena docencia. Puedo saber todo acerca de la física del ciclismo, pero sin mucha práctica y alguien que me oriente, igual no podré manejar la bicicleta.
Quienes hoy defienden a los normalistas también tienen buena intención: proteger y promover las oportunidades de quienes son agredidos arbitrariamente. El problema es que confunden el resultado con el medio. Garantizar el “derecho” a una mala formación, en una carrera sin futuro, más que auxilio es maldición. La formación normalista ha sido de las pocas opciones laborales para los chicos indígenas y del campo. Pero ello no exige perpetuarla a toda costa, ahora que es una opción perdedora.
Entre quienes hoy critican la causa normalista, también hay buenos propósitos: ¿por qué estorbar una educación con calidad? El problema es que confunden resultados con medios. No ven que quienes hoy apoyan la causa de los pobres estudiantes en realidad están respaldando a los estudiantes pobres. Dos años adicionales de estudios son mucho, cuando el normalista será el primer graduado de una familia. Ese estudiante representa una enorme inversión, un auténtico sacrificio familiar, en ingreso perdido, en ahorros usados. Al contrario de lo que afirma un columnista, cuando se vive al borde de la pobreza no se escoge ser inmediatista, ¡es que no queda otro remedio!
Entonces, si vamos en serio y las intenciones son buenas, toca entender los problemas, alinear las causas y corregir los errores. Reconocer que una formación académica es necesaria, pero que mejorar la calidad en las aulas requiere apoyo a los docentes en el aula hoy. Admitir que la formación magisterial en las Normales no es un derecho adquirido, ni siquiera una buena elección. ¿Por qué no tener más estudiantes indígenas y del área rural en ingeniería, administración de empresas, medicina, ¡en todas las carreras!?
Sobre todo, no basta ni es justo decirles a los estudiantes y aspirantes de magisterio que se aguanten, u ofrecerles palo. Debemos reconocer que su problema es económico, de ahorros y empleo. ¿Por qué no buscar soluciones más generosas, más creativas? Con programas como el alardeado “mi primer empleo”, el gobierno podría combinar formación superior y práctica docente con empleo en una empresa, para que los jóvenes estén mejor informados y tengan opciones al decidir si la docencia es realmente para ellos. Tanto críticos como defensores podrían construir programas de apadrinamiento para que los estudiantes del área rural sigan sus estudios universitarios –generalmente a nivel urbano– sin enfrentar ellos solos los altos costos económicos y sociales que se les imponen.
En suma, los normalistas no son enajenados, y la Ministra tampoco es un monstruo. Hay opciones, pero hay que definir bien el problema, hay que buscar soluciones prácticas, y hay que estar dispuestos a ceder por el bien de todos.