Tragedia griega

Yacen los héroes desastrados, muertos sobre el escenario. Así es la tragedia: el héroe debe morir, para que la audiencia aprenda.
Sin duda los eventos que vivió Plaza Pública el viernes pasado fueron de tragedia griega. La decisión tomada por Martín Rodríguez, de censurar una nota de Oscar Pineda, irremediablemente tendría un final infeliz.
Como buena tragedia, como “alta” tragedia, los protagonistas corrían imparables al desenlace, no desde hace unos días, sino desde que se atrevieron a juntar el ateísmo racional y militante con la corta correa de la Iglesia. Visto con detenimiento, lo que pasó el viernes no fue sino el final anunciado desde el primer momento, casi ansiado para dar alivio, para hacer catarsis.

Yacen los héroes desastrados, muertos sobre el escenario. Por un lado la columna de Pineda, una ventana que dejaba entrar un aire distinto. Por el otro, la ilusión de Plaza Pública como un lugar donde se puede decir cualquier cosa. Y es que así es la tragedia: el héroe debe morir, para que la audiencia aprenda.

Cada uno saca las lecciones que puede, yo aprovecho la oportunidad para poner las mías por escrito. Primero, Rodríguez como director no tomó una decisión sobre la columna de Pineda. Tomó una decisión sobre Plaza Pública como un espacio necesario en Guatemala. Sospecho que la tomó aun a pesar de sus convicciones personales, y sin duda con un alto costo para su reputación profesional.

Segundo, la plaza pública, ese espacio donde se pueden decir cosas, hoy ha sido delimitada con mayor claridad. El merolico y el predicador pueden ofrecer sus versiones de la mentira, yo me puedo subir a una tarima a despotricar, pero si antes pensábamos que el atrio de la iglesia al costado de la plaza era cancha abierta para montar el tenderete, hoy quedó claro que no. Allí, ni palomitas que lean el futuro, ni aceite de serpiente, ni racionalismo. ¿Malo? Sí. Pero ahora ninguno podemos alegar que no hemos visto la raya en el suelo.

Tercero, la salida de Pineda subraya algo que usted y yo no queremos admitir. La razón por la que no se puede decir cualquier cosa, no es porque Rodríguez lo impida. Ni siquiera es que la URL ponga cortapisas. Es porque en este país los ciudadanos no estamos dispuestos a invertir en la libertad de prensa. ¿Cuánto hemos contribuido personalmente usted y yo al sustento de Plaza Pública? La Iglesia y sus instituciones son insatisfactorios suplentes para una población que no asume los costos dinerarios de la libertad. Igual como la cooperación internacional es un sustituto defectuoso para la ausente inversión nacional en el desarrollo. Estos líos son el precio de esa irresponsabilidad ciudadana.

Si antes podíamos vivir de ilusiones, como que en este mundo duro y sucio no había límites, pues hoy toca reconocer que la raya está allí, y es más gruesa mientras más dinero ponga una sola fuente. Más aún, toca decidir. Aquí está la clave. Rodríguez y Pineda tomaron una decisión hace ratos, el viernes apenas les tocó afrontar sus consecuencias. Si bien ellos tuvieron un problema ese día, ahora el problema es nuestro: del que lee, tanto como del que escribe.

Éste es el reto terrible que lanza la tragedia, que no es como ver un entremés, pues aquí no hay diversión. Lo que hay es una inescapable responsabilidad, no de tomar partido, sino de tomar acción. Hoy, con la sangre seca aún sobre el suelo de la plaza pública, cuando la vida sigue, a cada uno nos toca decidir: ¿estamos dentro, o estamos fuera? ¿Seguimos hablando, o nos abstraemos por no poder decir cualquier cosa?

Yo, por mi parte, me quedo dentro. Porque a Guatemala le urgen espacios en dónde dialogar, y hoy esta plaza es más abierta, más diversa y más interesante que cualquier otro medio. Porque es en la conversación, no en el silencio ni en los diálogos de sordos, que construiremos nuevas ideas. Me quedo porque puedo apoyar en un cien por ciento a Pineda, criticar a Rodríguez, y aún ser escuchado. Porque si insistimos en salir en desbandada cada vez que aflora la contradicción, nunca tendremos instituciones.

Le exhorto a usted a hacer lo propio. Si es autor, escriba, argumente, no se calle. Si es lector, lea, comente, comparta y contribuya dinero. Sí, dinero, ese que sirve para pagar las cuentas y quita las ataduras. Ya vendrán los tiempos para ampliar los límites. Por ahora, hay una urgente necesidad de hablar, y que el medio deje de ser la noticia.

Original en Plaza Pública

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