El 26 de mayo La Hora publicó una noticia llamativa, aunque poco sorprendente. Hablando con Mike González y Mateo Haydar, personas vinculadas a la conservadora Heritage Foundation de los EE. UU., el presidente Giammattei dijo que buscaría expulsar de Guatemala a USAID, la agencia de cooperación internacional de dicho país. La presidencia no negó ni confirmó esto, pero igual volvió a denunciar la cooperación de los Estados Unidos la semana pasada.
La razón, citaron los entrevistadores, es que el embajador de los EE. UU., William Popp, se reúne «con líderes indígenas (…) que quieren derrocar mi gobierno»1. Todo puesto en una nota publicada en el Washington Examiner, un periódico también conservador, dedicado a cuestiones como negar el cambio climático y perseguir a los migrantes, con más de un desliz en materia de datos manipulados e incluso de autoría falsa.
En su nota, González y Haydar atribuyeron a Giammattei decir que la administración de Biden introduce a través de USAID algo que ellos llaman «indigenismo», que erradamente caracterizan como «un nacionalismo que prioriza a la tribu sobre el estado-nación de la misma manera que la teoría crítica de la raza exalta la categoría racial en los EE. UU.»
Sin embargo, la publicación en el Washington Examiner representa algo más problemático. Las afirmaciones de los escritores del Heritage Foundation son menos evidencia de nuestra dinámica nacional que de los truculentos métodos republicanos dentro de los propios Estados Unidos. Alejandro Giammattei es —nada nuevo— muestra de la comparsa servil con que nuestros gobiernos y sus dueños buscan que desde los EE. UU. los dejen depredar en paz.
En la nota los autores estadounidenses escribieron: «una revisión de programas de USAID confirma que la agencia se orienta con énfasis a trabajar con grupos indígenas y otros grupos de activistas de izquierda y ONG que, nos dicen líderes de negocios, hacen poco para promover e incluso interfieren con la inversión extranjera directa en Guatemala»2. Por las dudas no solo traduzco, sino que explico.
Primero, a ojos de los republicanos ultraconservadores —hoy casi una tautología—, los indígenas guatemaltecos con quienes habla el embajador Popp son «de izquierda». En lenguaje de Guerra Fría, anacronismo que siguen repitiendo allá tanto como en Guatemala, son «comunistas». Y bien sabemos lo que nuestros gobiernos conservadores acostumbraron hacer con los «comunistas», particularmente si eran indígenas.
Despejando toda duda citan a Giammattei: «he cerrado todos los espacios a la izquierda». Parece que la legítima diversidad política no cuadra con los republicanos en los EE. UU. ni con su complaciente amigo en Guatemala, aunque contemos 37 años de retorno a la democracia y 26 desde la firma de la paz.
Segundo, el pecado imputado no es solo trabajar con indígenas, suficiente mal, vimos arriba, para quienes catalogan en un mismo infierno la reivindicación afroestadounidense y al reclamo por los derechos indígenas. Lo que realmente cuenta es que esos indígenas «interfieren» en la inversión extranjera directa. El pecado mayor es posibilitar el disenso ante las industrias extractivas y de monocultivo agrícola, agrego por citar apenas dos de las áreas de inversión más problemáticas.
El atrevimiento de Giammattei no deriva de su propia fortaleza, sino que refleja una nueva guerra de poder, fruto de la política dentro de los EE. UU.
Y tercero, dicen que se enteran por los líderes empresariales. O sea sus amiguis, los empresarios de élite. Entendamos: del Cacif.
En este contexto el atrevimiento de Giammattei no deriva de su propia fortaleza, sino que refleja una nueva guerra de poder, fruto de la política dentro de los EE. UU. Nadie en Washington, republicano o demócrata, duda que el gobierno guatemalteco sea de hampones. Si fuera necesario darían a Giammattei la misma bienvenida que al expresidente hondureño, Juan Orlando Hernandez, ahora enjuiciado en Nueva York por narcotráfico.
Pero al menos por ahora Giammattei confía en que las elecciones de noviembre allá aumentarán la representación republicana en el Capitolio con gente racista, que receta más armas ante una matanza en una escuela y que persigue a los migrantes, indígenas guatemaltecos incluidos.
Y como muestran las iniciativas de Kámala Harris en el marco de la cumbre de las Américas, Giammattei puede apostar a que el actual gobierno demócrata tampoco actúe con sanciones contra los aliados y financiadores empresariales del presidente guatemalteco —ni aquí ni allá— porque los líderes demócratas están más preocupados por los votos en su país que por el ocaso de la democracia en Guatemala.
Así que entienda: si es indígena, escoja con cuidado sus alianzas. La influencia republicana de los EE. UU. le traerá mal. Y Giammattei hará lo posible por dejarlo fuera, por mucho que diga que da a los guías espirituales mayas algo que estos ya poseen.
Ilustración: A la orilla de la carretera I (2022, foto propia)
Notas
1 Traducción propia, aunque los autores hacen uso explícito del término «derrocar», en español.
2 Traducción y énfasis propios.
Declaración de interés: como consultor recibo fondos de USAID en proyectos de asistencia internacional.