El año 2021 terminó con el gobierno de Guatemala alardeando que el producto interno bruto (PIB) alcanzaba un récord histórico: 7.5% de crecimiento con respecto al 2020.
La Cámara de Industria también se congratuló con un cinismo de antología: el primer motor del crecimiento fue un 35.4% de aumento en las remesas que envían los migrantes desde el exterior. Ese crecimiento es 2.3 veces más que el incremento de las exportaciones, 3.3 veces más que la ampliación en minas y casi 5 veces más que la expansión en la industria manufacturera. Dicho de otra forma, la «industria» más valiosa de Guatemala en 2021 fue la producción y exportación de gente. Más específicamente, de gente pobre.
Al cerrar, el 2021 trajo otro par de noticias. La primera fue que el número de muertes por desnutrición aguda se duplicó: en 2021 murieron de hambre 26 niños, comparados con 13 en 2020. Por si piensa que apenas son menos niños de los que caben en un microbús escolar le aclaro que para nada son poca cosa. Los niños que mueren de hambre son la punta del témpano, el canario en la mina de una sociedad disfuncional. Por cada niño muerto de hambre hay muchas otras cosas que han tenido que fallar: desde la agricultura que no produce alimentos suficientes para la población, hasta los servicios de salud que no reconocen ni atienden las emergencias, pasando por malas carreteras que no permiten distribuir alimentos a bajo costo, la falta de acceso al crédito para agricultores pobres, la mala educación para las familias y hasta una cultura indiferente que nos deja aceptar la noticia sin escandalizarnos. Si a eso agregamos que Guatemala es un país de ingreso medio, donde no debiera haber una sola persona con hambre, el asunto cobra una escala de vergüenza insoslayable.
La «industria» más valiosa de Guatemala en 2021 fue la producción y exportación de gente. Más específicamente, de gente pobre.
La segunda noticia tuvo el mismo tenor: Según evaluación de Unesco, Guatemala ha retrocedido en sus indicadores educativos. Los niños y niñas en primaria aprenden ahora aún menos que en el pasado. Aunque los resultados se publicaron en diciembre de 2021, las pruebas fueron realizadas en 2019. Ah, dirán los mandarines de la Cámara de Industria, entonces no tiene nada que ver con el 2021. Excepto que, a partir del inicio de la pandemia por covid-19 en 2020, entregar educación solo se hizo más difícil. Si en 2019 ya iba en picada, hoy solo puede estar peor.
Y así comenzamos a entender el tan alardeado 7.5% de crecimiento con una ilustración: la doctora le dice a la mujer embarazada que le tiene una noticia buena y otra mala. La buena es que sí, desde el último control prenatal aumentó 7.5% de peso. ¡Felicidades! La mala noticia es que lo que le crece adentro no es un bebé, ¡sino un tumor!
Humor macabro, pero no menos que el cinismo de la Cámara de Industria. Porque lo que no quieren entender ellos y su gobierno servil —o al menos no quieren que entendamos el resto— es que el crecimiento solo sirve para lo que sirve. Y en el caso de Guatemala el crecimiento económico apenas indica que hay más recursos disponibles para la extracción y para la concentración, nunca para el bienestar. Crecieron las remesas que a través del consumo de las familias irán a parar en los bolsillos de los pocos dueños de cadenas de supermercados, por ejemplo. Crecieron las exportaciones que producen recursos para los pocos dedicados al comercio internacional, como los grandes productores de azúcar o palma de aceite y los intermediarios de exportación agrícola, como en el café. Creció la minería, que literalmente saca lo que hay de riqueza en el país y no deja más que conflicto comunitario, contaminación ambiental y regalías exiguas. Parece que aquí alguien malentendió regalía como regalar la riqueza a las industrias extranjeras.
La patronal insiste en ser cancerbero de la miseria institucionalizada y en este caso fue su cabeza industrial la que ladró. La élite oligárquica a quien representa con prioridad es como un tumor con profundas raíces en el útero social, que succiona todo lo que produce el país. Y cuando crece lo poco que el país puede dar, esa patronal se alegra, pues su élite puede succionar más. Y mientras tanto literalmente depaupera y desnutre a la población. Necesita gente con hambre, gente sin esperanza que huya del país para apuntalar con remesas su economía improductiva y para alimentar su voracidad ilimitada.
Ilustración: Mortandad (2017, foto propia)