No hace tanto, antes de la internet, organizar un viaje internacional era muy retador. Alinear transporte, hospedaje y dinero exigía una buena dosis de conocimiento y bastante paciencia.
Encontrar y reservar asientos en un vuelo era tarea para especialistas que manejaban Sabre, un arcano sistema informático de la década de 1950. Pagarlos —al menos para una familia de clase media— exigía muchos meses de ahorro. Hacer que eso empatara con hoteles, horarios de bus o renta de auto era laborioso. Y antes de partir estaba siempre el ritual de los cheques de viajero. Impresos en papel moneda crujiente y de tinta realzada, debía uno firmar cada cheque ante la mirada del agente de viajes o en el banco y otra vez cuando se usara. Siempre se temía que las firmas no coincidieran y el cheque resultara inválido. Daba cierto orgullo recibir al fin el fajo de cheques empacado en su carterita plástica, que escondíamos en bolsillos interiores o hasta en cinturones secretos, junto con los boletos de avión misteriosamente impresos en copias de un delgado papel carbón rojo.
Mediando esa complejidad estaban los agentes de viajes: gente de propensión sociable y lengua fácil, lo suyo era lubricar el proceso, interpretando las ilusiones de quien viajaba a la luz de lo que era posible, empujando a tomar la gira en que recibían la mejor comisión, pero también movilizando una red de contactos para asegurar que todo pegara. Eran indispensables para reducir la ansiedad del viajero y resolver los problemas que surgían de un sistema tan enredado. Tanto importaban, que aerolíneas y hoteles estaban dispuestos a pagar su comisión.
Recuerdo con cariño acompañar a mis padres a Mundirama, agencia de viajes donde don René de León, afable amigo y vecino siempre nos recibía bien. Cada arreglo terminaba con la entrega de un maletín de viaje en cuerina azul, de un lado el logotipo de Pan American y del otro el rótulo de la agencia.
Las agencias de viajes han desaparecido casi completamente. Internet, con sus conexiones instantáneas, bases de datos extensas y memoria infinita acabó con ellas, reemplazando su función un enlace a la vez.
Traía esto a memoria al leer cómo la Casa Blanca ha inaugurado un nuevo capítulo de persecución al tráfico de personas migrantes entre Centroamérica y los Estados Unidos. Fue la misma vicepresidenta Harris, durante su estancia en Guatemala, quien develó el establecimiento de la «fuerza conjunta de tarea Alfa» para tal propósito.[1] Parecieran aprestarse a repetir con el tráfico de personas el error del abordaje al tráfico de drogas, a pesar de medio siglo de fracasos.
Es aquí que la memoria de las agencias de viajes y su indolora extinción resulta tan aleccionadora. Entre los coyotes usted encontrará gente horrible y no cabe duda que algunos cometen los peores desmanes contra sus víctimas desprotegidas. Pero en principio son agentes de viajes: reducen la fricción en un mercado complejo para arreglar el traslado de personas del punto «A» (digamos Chiantla, Huehuetenango) al punto «B» (Los Ángeles, por ejemplo). Su lengua fácil y red de contactos pegan los pedazos. Y los interesados —la sufrida familia del migrante— valoran el servicio lo suficiente para pagar la comisión.
Las antañonas agencias de viaje […] se acabaron sin operativos de policía de frontera, sin persecución ni salir a buscar las raíces del turismo. Fue la conveniencia la que las extinguió.
Sin embargo —y aquí está la clave— las antañonas agencias de viaje desaparecieron sin prohibirlas ni perseguirlas, sin retirar sus licencias ni vedar su registro. Entre las agencias de viajes también había charlatanes y escamoteadores. Pero se acabaron sin operativos de policía de frontera, sin persecución ni salir a buscar las raíces del turismo. Fue la conveniencia la que las extinguió.
Hoy el viajero hace todo, paga sin mediar palabra y, con un poco de suerte, sin complicación. Más aún, ¡los negocios se quedan con la plata otrora de las comisiones! Por supuesto, hubo resistencia entre las agencias de viaje. Pero hoy ese sector ha desaparecido, sustituido por otro aún mayor, más diverso y hasta más lucrativo: desde Airbnb, pasando por los múltiples hoteles boutique que anuncian en Expedia hasta las redes de intercambio como Home Exchange, todo mundo encuentra un nicho de negocios en la internet que dejó sin trabajo a las agencias de viajes.
Así que antes de dar carta blanca a los machos alfa, con sus comisiones alfa y sus soluciones alfa, ineficaces pero sobre todo dañinas, bien haría la gente del gobierno de los Estados Unidos en reflexionar: las personas migran. Esto es lo que hacen los humanos, migran. Y las conductas humanas —bien encaminadas y servidas en un mercado más perfecto— producen oportunidades económicas para todos los involucrados.
Imagen: Lady Liberty da la espalda. (2021, foto propia).
[1] Incidentalmente, la gente del sector seguridad tiene una preocupante fijación con la primera letra del alfabeto griego. Será quizá por el concepto del «macho alfa», cosa que ya pinta bastante mal para encontrar soluciones a cualquier problema de convivencia humana.