Hace dos semanas Marcos Antil, empresario guatemalteco y migrante a los Estados Unidos, invitaba a disrumpir el statu quo.
Disrumpir —palabra que adquirimos del inglés— es una rotura brusca. Pero Antil no pide violencia, sino innovar copando espacios libres mientras los poderosos se distraen con el statu quo.
No hace tanto, una conocida intelectual de la élite tradicional ilustraba lo opuesto: pedía que la Cicig actuara «con discreción» en casos que implicaran a empresarios de la oligarquía. No falta desde entonces quien se lo recuerde con burla: no quería mover el bote mientras los suyos estuvieran al timón. El camino de Antil es distinto. Siendo muy joven debió escapar de la pobreza de Guatemala a través de la migración. Pero por lo mismo también escapó del sofoco económico y creció en un contexto de efectiva competencia, muy distinto de la estrechez de la élite empresarial en este país.
Hoy la llamada a la acción de Antil cobra creciente relevancia. La Casa Blanca exige abordar las «causas radicales de la migración» en Centroamérica, y el concepto (o al menos el eslogan) crece como hiedra por el mundillo intelectual y político de Washington y alcanza nuestros países. Imagínelos —políticos, diplomáticos y opinadores—, estaca en mano, hurgando la tierra y buscando las susodichas raíces, mientras los frutos de la migración, como es el propio Antil, caen jugosos y maduros sobre sus cabezas atolondradas.
Imagínelos, estaca en mano, hurgando la tierra y buscando las susodichas raíces mientras los frutos de la migración, como el propio Antil, caen jugosos y maduros sobre sus cabezas atolondradas.
Pero el llamado destaca que la clave está en la economía. No como podría creerse sin poner más atención, pues no se trata de la secuencia simplista de fomentar comercio, crear empleos, dar ingresos y ¡magia! retener migrantes. Esto apenas llevará por el camino (o más bien el despeñadero) por el que ya se embarcan entusiastas los representantes comerciales y de asistencia internacional de los Estados Unidos en Guatemala: más negocios con la misma gente de siempre. Y por ende, con los resultados de siempre.
La clave para cambiar está en hacer nuevos negocios que se traduzcan en nueva política. No solo hay que hacer comercio con nuevos empresarios, sino que su nuevo dinero debe convertirse en nueva acción política. La política y la economía van juntas. Lo entendió hace rato la oligarquía que, aunque pida disculpas, igual financia la peor política mientras coopta 58 juntas directivas públicas para concretar su política de «no al cambio en nada, nunca». Y lo entendieron sus ahora competidores, los más mafiosos: no bastó producir nuevo dinero traficando drogas. Al menos una parte de la riqueza se dedicó a financiar la política. Y el resultado está a la vista: son dueños de una maquinaria de partidos, diputados, funcionarios, abogados y adláteres enquistada de forma casi inexpugnable en el Estado guatemalteco.
Sin duda debe retomarse la persecución a la corrupción, ese primer strike con que erró el gobierno de los EEUU, cuando el torpe Trump abandonó a la Cicig. Permitirá cerrar la puerta del pasado. Pero para el futuro es más importante consolidar opciones: cultivar nuevos actores políticos. Y esto requiere dinero. De lo contrario, como ya muestra la conducta de la directiva del Congreso, siempre habrá nuevas salidas, cada una más tramposa que la anterior.
Obviamente financiar la política en Guatemala —así sea de progreso y justicia— no es asunto de estadounidenses. Pero sí pueden ayudar a construir los conductos por los que fluyan recursos entre emprendedores y empresarios guatemaltecos de avanzada, por un lado, y políticos jóvenes y progresistas guatemaltecos, por el otro. Si los Estados Unidos da aliento a tales acercamientos puede evitar su segundo strike.
Quizá bastaría con dar terapia contra el miedo. El empresariado guatemalteco «disidente» necesita superar el susto que le provocaron sus pares reaccionarios, documentado en detalle por Alejandra Colom y comentado en abundancia en este medio. Sobre todo —y esto funciona aún si no terminan de tomarse el té de tilo— deben superar la desconfianza política e invertir en gente distinta de las falsas derechas de siempre. Se lo pongo claro, porque esto es lo que importará en menos de 3 años: Guatemala no mejorará si la política no cambia. Y la política no cambiará si no se elige una plana completa de candidatos que no sean parte del compacto corrupto que rige al menos desde 1996, esa colección de micropartidos de ficha y candidato de venta al mejor postor que nos han presentado y de los que hemos elegido al menos los 4 últimos presidentes. Pero sin dinero nadie, excepto los mismos, ganará elecciones. Estamos avisados.
Ilustración: Fruto maduro – higos (2020, imagen propia).
Original en Plaza Pública