¡Salvemos al quetzal en el lago del mirador Diéguez Olaverri!

Recién me ha escrito un amigo afligido: instalan una torre de tendido eléctrico en el mirador Diéguez Olaverri, en Chiantla, Huehuetenango. ¿Cómo detenerla?

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El mirador Diéguez Olaverri tiene gran potencial turístico y una perspectiva de indudable belleza. Y una torre eléctrica allí lo echará a perder innecesariamente, así que oponerse es de sentido común. La pregunta, sin embargo, es si basta con salvar un mirador o si aquí deberíamos hablar de algo más amplio.

Sin duda podemos montar una campaña de concienciación a favor del mirador y de su valor intrínseco y potencial. Podemos movilizar la indignación, conseguir algún patrocinador intachable y emprender el equivalente de la teletón para miradores turísticos. Ya conocemos una variedad de causas igualmente justas: ¡salvemos el bosque!, ¡salvemos el lago!, ¡salvemos los perros callejeros!, ¡salvemos la Antigua! Yo mismo vengo de recaudar fondos para salvar Punto Crea. Y cada campaña demuestra que hay causas meritorias y gente generosa.

Al concluir el empeño estaremos satisfechos si conseguimos lo que buscábamos: atajamos la amenaza al pulmón natural, al ave símbolo o a la vista privilegiada. Y si no lo conseguimos, al menos tendremos el consuelo de haber hecho lo posible y de saber con claridad quiénes son los buenos que ayudaron y quiénes los malos que no se sumaron. Mientras tanto —cualquiera que sea el resultado—, el país seguirá su deterioro inexorable. Desde el mirador, con torre o sin ella, igual podremos ver las laderas cada vez más deforestadas. Desde el mirador, como ya es posible hoy sin torre y seguirá siéndolo con la torre también, veremos la basura que se amontona en los terrenos circundantes, porque la misma municipalidad que autorizó la torre no recoge la basura ni educa a sus vecinos a no tirarla. Mientras disfrutamos de la vista de los volcanes, podremos reflexionar sobre cómo esa basura irá a parar al cauce de los ríos que luego habrá que invitar a salvar con otra campaña ciudadana.

Aunque hay bastante gente que no quiere la torre e incluso se expresa contra ella, cada quien lo hace desde su pequeña e infranqueable trinchera.

Así que insisto: más que tomar el caso del mirador como causa, tomémoslo como detonante. Más que construir alianzas para derrotar a una empresa y un alcalde venales, reconozcamos la torre como el incidente que ilustra y cuestiona el abuso sistemático. Necesitamos señalar, siempre y juntos, a los abusivos que anteponen el beneficio propio al interés general: el empresario mercantilista, el alcalde miope, el legislador vendepatrias, el abogado tramposo, el contralor y el fiscal negligentes, el juez comprable. Más que salvar un mirador, un lago o un bosque, aquí urge salvar una sociedad que unos pocos han convertido en un sumidero en que se hunden bosques, lagos, miradores, derechos, justicia y ciudadanía. Es hora de decir que ya no más, que hasta aquí llegó el abuso.

Pero de esto nacen los verdaderos retos. Primero, porque, aunque hay bastante gente que no quiere la torre e incluso se expresa contra ella, cada quien lo hace desde su pequeña e infranqueable trinchera. Pequeña, porque en ella solo caben sus iguales. Infranqueable, porque se desconfía de todo el resto del mundo ¡aunque quiera lo mismo! El católico que rechaza la torre desconfía del evangélico que se opone también. La libertaria randiana que goza de la vista en el mirador desconfía del socialista que disfruta el montañismo ¡aunque ambos sepan que la torre allí es una pésima idea! Y el empresario ambientalista no se sienta con el militante del MLP porque, Dios guarde, qué van a decir los primos cuando se tope con ellos en la finca. Pero el militante tampoco lo haría con ese oligarca. Antes la muerte que el acuerdo aunque todos quieran lo mismo: una tierra donde el interés general manda sobre la depredación, donde el buen vivir y el vivir bien son posibles, donde se disfruta de nuestra riqueza natural, donde el hecho de que algo se pueda comprar no significa que se deba vender. Así seamos de derecha o de izquierda, ricos o pobres, creyentes o ateos, igual necesitamos una sociedad vivible, no el infierno sobre la tierra que tenemos y reproducimos hoy.

El reto no es simplemente derrotar la estupidez de quien pone una torre eléctrica en un mirador. Esta es la parte fácil por obvia. El reto es atreverse a hacer alianza pública con gente distinta, con gente que por clase, etnia, religión o historia viene de un lugar distinto que uno, reconocer que son tan legítimamente ciudadanos como uno mismo. Esto es políticamente costoso y socialmente arriesgado. Pero es el puente indispensable que necesitamos cruzar.

Ilustración: «Llanura en Auvers con nubes de lluvia» (1890), de Vincent Van Gogh.

Original en Plaza Pública

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