Entre chambones e ineficaces, entre cómplices y cobardes

El Estado sirve para organizar el poder en una sociedad. En democracia, esa organización nos permite al conjunto de la ciudadanía conseguir lo que no logramos de forma individual.

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En Guatemala, sin embargo, la organización del Estado no sirve al bien común, sino beneficia deliberadamente a pocas personas. Debemos afirmar que el nuestro es un Estado perverso. Esto se hizo evidente —otra vez— con el caso de Gustavo Alejos, el mafioso operador político que interfiere en la elección de jueces y magistrados. El conjunto de personas e instituciones que en teoría están obligadas a procurar la justicia como interés general se articula, en cambio, pieza a pieza para garantizar el interés de pocos.

Por eso vemos a un encartado que, en vez de estar en la cárcel, pasa tiempo en un hospital. Vemos un sistema de custodia penal que no vigila a sus reos. Vemos jueces, magistrados, diputados y comisionados —funcionarios con fe pública— que mienten descarada y obviamente ante la prensa. Dicen visitar a un amigo enfermo, pero este no está ni enfermo ni ellos deberían conservar su amistad, aunque sea por la dignidad de sus propios cargos, no digamos ya por la conducta ilícita del sujeto. Y el mismo día que el fiscal valiente destapaba el caso, su jefa en el Ministerio Público, en vez de darle apoyo explícito, se dedicaba a perseguir a una contrincante política.

Pero el Estado no es solo actores del Ejecutivo o del Judicial. Incluye ampliamente a los agentes de poder en la sociedad, que aquí tejen una extensa red de perversión. Vemos desde el Congreso la satanización de las ONG y la protesta justo cuando necesitamos manifestarnos ante el descaro del manipulador y sus secuaces. Vemos un hospital privado que, en vez de clínica y tratamiento, ofrece un apartado con bar y encubrimiento. Vemos al Cacif pedir que se apure la elección de magistrados y jueces justo cuando debería postergarse para aclarar la intromisión de Alejos en el proceso. Todo pega. Funcionarios, operadores y liderazgo empresarial están metidos en la misma maquinaria de reproducción de un Estado perverso.

¿Dónde quedan los ciudadanos ante esto? Postulo que quienes aspiramos al bien común vivimos al margen, en uno de dos espacios. La mayoría, clasemedieros y en las clases populares, moviéndonos entre la chambonería y la ineficacia. Y los menos, en las élites, moviéndose entre la complicidad y la cobardía.

Los ciudadanos de a pie, los nuevos políticos jóvenes, los líderes y miembros de organizaciones populares, campesinos, indígenas, pobladores rurales y urbanos marginales nos criamos para la incompetencia: no sabemos hacer política, no estamos organizados, carecemos de información y no aprendemos a interpretar lo que sucede. Aún hay a quien le han enseñado que las ONG, los derechos humanos y las protestas son cosas de comunistas. Aún hay gente que, viendo el destape de Alejos, se ha creído el cuento de que el problema es el fiscal que lo evidenció. Y cuando al fin logramos superar esa chambonería aprendida, descubrimos que apenas nos hemos movido de la incompetencia a la ineficacia. Sin dinero y sin conexiones con la élite o con el medio internacional, aun queriendo bien y sabiendo qué hacer, logramos muy poco.

Mientras tanto, en las élites económica, social y cultural persiste una complicidad que se disfraza de solidaridad de clase. Ya lo vimos ante los hallazgos realizados por la Cicig en años pasados. Muchos prefirieron callar, cuando no atacarla explícitamente, mientras Jimmy Morales anegaba en su bazofia a dicha comisión, al Ministerio Público y a nuestra mejor oportunidad de construir un sistema justo. Todo, con tal de librar a sus familiares y amigos de la persecución que se habían ganado por años de prácticas comerciales corruptas. Y los pocos que al fin superan esa complicidad y reconocen el mal que hacen como clase apenas se mueven a la cobardía. Aunque lo peor que podría pasarles es ganar un millón en vez de dos, temen al ostracismo del resto. Y temen aún más aliarse públicamente con cualquiera que no sea de su propia élite.

Ante un centro podrido, los que estamos en la periferia necesitamos encontrarnos. Si tiene plata o poder y quiere bien para Guatemala, salga de su cómoda cobardía y acérquese a gente nueva y distinta. Atrévase a apoyarla. Si tiene necesidad de cambio, abandone la ineficacia de la desorganización y la desconfianza. Suficiente daño han hecho ya el prejuicio, el provincialismo, la cobardía y el inmovilismo. Nos urge hacer causa común contra el Estado perverso.

Original en Plaza Pública

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