Lentamente la fundación empresarial de desarrollo económico y social descubre el agua azucarada. En 2013, con algarabía, la Fundesa convocó su «primer» acuerdo de desarrollo humano. El PNUD ya llevaba publicados 10 informes al respecto. Quizá debo agradecer: cada quien aprende a su ritmo.
La historia se repitió la semana pasada. James Robinson presentó en el Encuentro Nacional de Empresarios (Enade) la tesis publicada hace 7 años con Daron Acemoglu en Por qué fracasan los países. Explicó la relación entre élites extractivas, mala gobernanza y pobreza.
Reconozco a Fundesa su empeño divulgador: la ponencia está en Youtube. Así que resumo aquí algunos conceptos. Usted y yo los conocemos. Pero lo dice el invitado de honor en la fiesta de los empresarios, así que no serán ideas comunistas o de resentidos.
Salgamos primero de lo comunista. Contrastando Corea del Norte y Corea del Sur, Robinson afirma: exclusión y pobreza no son problema de socialismo versus capitalismo. Es que las instituciones económicas estén o no organizadas para incentivar productividad.
Segundo, detrás de la economía está la política. En una sociedad desigual la pobreza, como fenómeno económico, es deliberada: los poderosos se enriquecen a base de extracción a muchos pobres.
Las instituciones modernas controlan el impulso humano a la extracción, afirma Robinson. Esto exige darles dientes para regular a los poderosos. Por ejemplo, en los EEUU la ley Sherman antimonopolios acabó con Standard Oil, que metía sus tentáculos en Gobierno, juzgados y elecciones.
El desarrollo exige incentivar la innovación. Y como todos tenemos ideas, exige instituciones que nos incluyan a todos.
Así llegamos a nuestra patria y sus instituciones. Aquí el Cacif equivale al partido comunista de Corea del Norte o a la Standard Oil en los EEUU: es excluyente y tentacular. Promueve una economía extractiva, donde la riqueza del trabajo de muchos fluye a unos pocos: cemento, pollo, supermercados, banca y construcción son apenas ejemplos.
Robinson afirma: la asimetría y falta de certeza jurídica de la propiedad de la tierra reproducen una sociedad extractiva. Reflexione sobre quiénes resistieron la reforma agraria en la década de 1940 y van hoy tras la propiedad comunitaria en minas y monocultivos.
Robinson cita el absurdo: Mugabe «ganó» el premio mayor en Zimbabue, nomás porque podía. Aquí en 4 años vimos loteriazo tras loteriazo: Morales, desconocido, ganó la presidencia y expulsó a la Cicig. Thelma Aldana fue acusada a tiempo para excluirla de las elecciones. Sandra Torres, en cambio, sobrevivió hasta que Aldana fue excluida y los candidatos que quedaron contra ella (como Giammattei, Mulet, Arzú y Farchi) eran de derecha. ¡Qué cadena de casualidades! Robinson explica que Zimbabue es gobernada por una élite estrecha, que controla todo. Mientras que aquí… ¡Vaya!
Dejemos los problemas y veamos las propuestas. Lo primero para crear instituciones políticas inclusivas, afirma Robinson, es que rindan cuentas. Lo segundo es la capacidad del Estado para exigirlas. Conseguirlo requiere retirar la élite del control tanto de instituciones económicas como políticas.
Robinson recuerda: los países que tienen instituciones inclusivas empezaron con instituciones que lo eran menos. Es un mensaje de esperanza y una exigencia. Primero, porque es un proyecto político: hay que involucrar suficiente gente. La élite empresarial no ha mostrado mérito ni talante para hacerlo. Cuando había con quién —una sociedad entera levantada contra la corrupción en 2015— se resistieron al paro y tramaron tras puertas cerradas. Cuando había cómo perseguir la corrupción —el MP y la Cicig eran eficaces— empoderaron y financiaron al traidor Morales.
Segundo, es un proyecto fiscal. Guatemala tiene el Estado más pequeño y pobre de la región. Robinson es apenas el más reciente de una larguísima lista que lo repite. Ilustra: la capacidad institucional británica se desarrolló en el siglo 17 tras la Revolución Gloriosa y sus transformaciones fiscales. Revolución y fisco: no habrá beneficio sin sacrificio.
Hacer revolución exige componendas, agrega Robinson. Pero la élite no quiere sacrificar a ni uno de sus compinches corruptos. Serían creíbles mostrando la cabeza de un solo Arzú.
Termina Robinson y queda amargura en la boca. Si Fundesa y sus fiduciarios no se distancian explícitamente del Cacif enfrentarán un dilema grave: o tienen un cinismo del tamaño del Kilimanjaro, o una cobardía tan profunda como la fosa de las Marianas. Aquí hay gente que pierde la vida por proteger un riachuelo, no digamos pidiendo justicia. Mientras tanto, quienes podrían ganar 55 millones en vez de 70 millones no se atreven a denunciar a sus compadres y familiares corruptos, no digamos ya aliarse con otros en la sociedad para hacer una indispensable revolución gloriosa.
Ilustración: Ronda de los prisioneros, de Vincent Van Gogh