Queremos progreso, pero sin cambiar nada

Todos los días el tránsito nos regala, con torcida generosidad, la oportunidad de reflexionar sobre causas y efectos, sobre acciones y resultados.

En la ciudad capital (y crecientemente también en otras ciudades) experimentamos en carne vida cómo funciona la relación entre lo que se quiere, lo que se hace y lo que se termina teniendo. El tránsito, al empezar o terminar la jornada laboral y cada vez más a cualquier hora también, nos recuerda que lo que decidimos y lo que hacemos no es indiferente.

Abordar el problema de los embotellamientos es complejo, pero no imposible. Hay suficientes ensayos en el mundo que ya demuestran formas mejores o peores de enfrentarlos. Hay principios, como priorizar al peatón. O como no ensanchar las calles, que simplemente invita a tener más vehículos. Y entendemos bien que no hay una bala mágica, una sola intervención que lo resuelva todo.

La experiencia global ha demostrado que se deben realizar múltiples intervenciones distintas, todas a la vez y complementarias, de forma persistente y a largo plazo. De manera coordinada se deben desalentar el parqueo en la vía pública, introducir autobuses de buena calidad y atractivos incluso para quien tiene automóvil, instalar ciclovías, extender áreas peatonales, aliarse con la ciudadanía y los comercios pequeños y medianos y desarrollar la economía local en torno a las paradas del transporte público. Todo debe promoverse a la vez, todo paulatino, todo con una visión que piensa en generaciones, no en elecciones.

Lo contrario, ¡cuántos lo constatamos a diario!, es reducir el universo al afán inmediato, al interés del funcionario enano y de sus compinches. Como cuando construyen pasos a desnivel que priorizan el acceso a la mega iglesia o el centro comercial del mafioso benefactor. O cuando en tres décadas se ha sido incapaz de separar transporte público de corrupción, de regular el estacionamiento, o de controlar la publicidad desenfrenada, habiendo más bien llenado la ciudad de mupis que no dejan ver ni a peatones ni a conductores. Así se explica que, en el país que inventó el sagrado derecho a la libre locomoción, cometan el absurdo de cerrar el centro de la ciudad sin previo aviso y sin señalización, nomás porque dos limitados deciden encender el «fuego patrio» ante un público de… ¡nadie!

«Ciudad del Futuro», la intentan llamar. Pero pasan días, meses y años, siempre improvisando, siempre atendiendo solo a la conveniencia propia y rastrera. Garantizan que lo único que heredarán, no ya a la ciudadanía en general sino incluso a sus propios hijos y nietos, será una ciudad sin futuro.

Pero la ironía está en que no escribo hoy por reflexionar sobre el horrendo gobierno municipal que tendremos por 4 años más, sino sobre la lógica social que garantiza que sigamos eligiendo autoridades así. Porque lo que sucede en Tu Muni (¿de quién?, hay que preguntar) es apenas síntoma, representación de una más amplia patología del compromiso político: queremos que las cosas mejoren, pero sin cambiar nada.

Despotricamos por la tarde, sentados en el tránsito que no camina. Y a la mañana siguiente enviamos a la estación de radio mil soluciones. Eso sí, todas en tercera persona: que hagan, que pongan, que digan. Queremos vivir como en Suiza, pero sin que nos cueste nada personalmente. Porque no queremos pagar un solo centavo más en impuestos. No queremos subirnos en una bicicleta o en un bus en vez del auto, o abandonar la idea necia de que la educación sea privada, en vez de sofocar la ciudad con buses amarillos y su carga de niños adormilados. No queremos dejar de consumir en ese centro comercial que nos arruinó el vecindario a todos.

Esperamos que el progreso venga por misteriosa razón de las manos de la misma gente que en tres décadas no ha hecho cambios, que en tres décadas ni siquiera ha podido iniciar el cambio.

Esperamos que el progreso venga por misteriosa razón de las manos de la misma gente que en décadas no ha hecho lo necesario, que en décadas ni siquiera ha podido iniciar las mejoras. Queremos progreso, pero que no se nos exija dejar de pensar como hasta hoy, dejar de actuar como hasta hoy, creyendo siempre lo mismo y satanizando siempre a los mismos. Que haya progreso, pero que no nos saquen de la zona de confort conservadora, convencional, cobarde. Queremos que el cambio venga con un ojalá y un suspiro, mientras agachamos la cabeza, encogemos los hombros y aguantamos un día más.

Sin duda tendremos que hacer algo diferente. Si queremos progreso seguramente tendremos que tomar otro camino.

Original en Plaza Pública

Ilustración: Una campesina que cava (Vincent Van Gogh, 1885)

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