Una Presidencia incontrolable, un Congreso que cambie las reglas

Llegamos, tras 42 meses de gobierno pésimo, a las elecciones, al momento del pulso de las democracias institucionalizadas. El domingo votaremos. Si las autoridades electorales cumplen su mandato —cosa que en el último año se les ha dado bastante mal—, tendremos, fuera de toda duda, el compendio de las decisiones populares.

Habrá quienes se queden en casa por rechazo o desinterés. En una opción importante, otros repudiarán el circo anulando su voto. Si alcanzan, podrán arruinar la jugada de los poderosos y dejar sin protección de antejuicio a los candidatos más mafiosos. Pero es arriesgado. Los tramposos legisladores que reformaron la Ley Electoral pusieron un umbral elevado justamente para evitarlo.

Finalmente, estarán los ciudadanos que escojan a uno u otro candidato. Primero, los inexcusables, votando otra vez por quienes nos dieron 3 años de retroceso a la justicia, 24 años de concentración de la economía, 34 años de traición al sueño democrático, 65 años de oligarquía. Luego, los ilusos, que venden su marca en la papeleta esperando el proverbial plato de lentejas, una parte mínima del botín que capturará su elegido, aunque este los deje peor que nunca. Y de último, los que votarán porque conocen al candidato, entienden lo que este quiere y saben cómo lo conseguirá. Entre estos están los que ven más lejos y buscan justicia, democracia amplia, acabar con la corrupción, gozar de una economía que crece para una ciudadanía que prospera, pero también los que desde la miopía se conforman con una democracia superficial, con un Estado que solo beneficia a su clase.

Ante tal diversidad conviene insistir: el resultado del domingo será un fenómeno peculiar porque no surge de la decisión individual, sino del querer conjunto. Solo cuenta como agregado. Por esto, frente a la decisión común, debemos encontrar la necesidad compartida. Y lo que precisamos juntos es más que el que gane el candidato que yo quiero. Es acercarnos a lo que conviene a todos.

Vista así, la cosa se aclara. Más allá de identificarnos con un candidato por su oferta, por la canción de campaña o por lo que me dice el pastor que haga, más allá del cómputo de beneficios de corto plazo, hay necesidades amplias que nos competen a todas y todos, así seamos ricos o pobres, campesinos o citadinos, indígenas o mestizos, jóvenes o viejos, creyentes o ateos. Conviene a todos una sociedad en paz porque así cada quien puede perseguir sus ilusiones sin perder tiempo o dinero en guardias y garitas. Conviene a todos un Estado justo porque buenos y hasta malos —como quienes hoy languidecen en el Mariscal Zavala— ganan certeza y prontitud. Conviene a todos un Estado laico y comprometido con la diversidad porque, si protege al otro, también protegerá al propio. Conviene a todos una economía que crece: ¡todos los negocios aumentarán!

En conseguir esas cosas está la oportunidad electoral. Resulta una paradoja que haya sido el gobierno que termina el que nos haya enseñado, por contraste, lo que debemos procurar. Hoy sabemos a ciencia cierta lo que necesitamos de una elección, lo que no conseguimos con el falsario de Morales, aquello en lo que él nos defraudó.

Primero, necesitamos una presidencia incontrolable: que no responda al interés de los pocos, a los designios de la élite económica, a una camarilla militar o a un cónclave de traficantes de religión. Necesitamos una presidencia que no reciba al Cacif por la puerta de atrás mientras entretiene a la ciudadanía en la plaza. Una presidencia que se dedique a unir y a gobernar antes que a lamer botas en cuartel, directorio, iglesia o hasta cárcel, como hoy lo hace el que tenemos.

Hoy sabemos a ciencia cierta lo que necesitamos de una elección, lo que no conseguimos con el falsario de Morales, aquello en lo que él nos defraudó.

Y segundo, necesitamos un Congreso que cambie las reglas de juego. Donde el voto se dé y la ley se firme en función de la ciudadanía representada y del bienestar que se obtiene, no del dinero recibido bajo la mesa. Donde las propuestas vengan de un programa legislativo conocido, no del antojo pagado por un patrocinador oscuro.

Termino como empecé y resumo. Donde puedo, yo votaré por Semilla. Usted vote como quiera. Pero asegúrese de apoyar dos cosas. Primero, que su voto aporte a que tengamos una presidenta o un presidente que no se someta al poder tradicional. Y segundo, que su voto consiga un Congreso donde no quede uno solo de los mafiosos que hasta aquí amañaron las reglas de nuestra democracia. Un Congreso que sea un conjunto de diputados dispuestos a derribar el edificio del Estado arbitrario, corrupto y elitista.

Illustración: Caballo (2024), Adobe Firefly

No vote por candidatos amaestrados.

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