«¿Un irresponsable? ¡Son un montón! ¡Todos!». Aislado en su auto, es incapaz de entender que es él quien transita al revés.
Por necesidad, los medios de comunicación tienen sesgo negativo. La nota roja, la catástrofe y el drama venden más periódicos que una anécdota reconfortante. Leyendo titulares es fácil deprimirse. Padres que abusan de sus hijas, líderes que lanzan sus pueblos a la guerra, dictadores inamovibles. Toda la depravación humana dispuesta para el consumo en un mismo sitio. Aun así, en medio de la sangre y la maldad, ocasionalmente encontramos noticias positivas.
Hace un par de días nos enteramos de que César Díaz, cineasta guatemalteco, recibió en el festival de cine de Cannes el premio a la mejor ópera prima por su filme Nuestras madres. Sigue el patrón de las buenas noticias en este país: alguien excepcional en su rama, independiente y sin apoyo oficial, es reconocido internacionalmente por reflejar un tema rechazado por la sociedad biempensante —esa sociedad que ahora recibe el genial mote de miwateca—.
Lo de Díaz resuena con otras buenas noticias que hemos recibido a lo largo de las décadas. Rigoberta Menchú, que obtiene el Nobel de la Paz en 1992. Erick Barrondo, que conquista una medalla en la Olimpiada de 2012. Jorge Vega, que conquista el oro en los Juegos Panamericanos. Mucho más atrás, novedades como que Asturias recibiera el Nobel de Literatura. Y en lo político, la ciudadanía que se hace eco de la innovadora Cicig y se moviliza para sacar del poder a Pérez Molina en 2015.
Esos logros se caracterizan, primero, por ser globales, obtenidos al competir en el escenario de toda la humanidad. Su segundo rasgo es que nos remiten a lo popular, no a la élite. Es el marchista que no tiene conectes en el Comité Olímpico Guatemalteco. Es la campesina indígena que pierde a su padre en la violencia de la guerra. Son los vecinos y empleados que, cansados, salen a la Plaza Central aunque el dueño de la empresa no cierre ese día. Es el autor que recupera el lenguaje popular.
Y tercero, se caracterizan por que, pese al reconocimiento mundial, en Guatemala la sociedad miwateca los rechaza. En un entorno que premia un futbol peor que mediocre y eleva funcionarios deportivos mafiosos, Barrondo no tenía ni siquiera para comprar sus zapatos de carrera. Vega debe quejarse de que un político se apropia de su imagen sin permiso para hacer campaña. Menchú, apenas el segundo Nobel de Guatemala y la primera mujer que lo obtiene, aún hoy —¡27 años después del premio!— es objeto de befa racista. Como tapa del pomo miserable, el triunfo popular de la plaza en 2015 y la eficacia de la Cicig no obstan para que la élite y su maquinaria política conspiren para silenciar y destruir el logro. El muy indigno Morales obstruye a la Cicig, el Congreso de la República y la Corte Suprema de Justicia lo aúpan, el Cacif arrastra los pies y el pleno de candidatos conservadores no tiene opinión.
Explicar esta paradoja en la que el mundo entero reconoce el logro, pero aquí se margina al campeón, exige recordar el chiste del automovilista que escucha por la radio, mientras va en carretera, que un irresponsable camina en contravía. Se asombra: «¿Un irresponsable? ¡Son un montón! ¡Todos!». Aislado en su auto, es incapaz de entender que es él quien transita al revés.
«¡Qué linda es Miwate!» define los límites de una burbuja, de la oscura arruga de la historia y la geografía en que recala este país. Marca la proverbial finca donde unos pocos ponen la agenda, la TV es un monopolio y los demás aprendemos a pensar igual. Élite empresarial, políticos, escuela, televisión e Iglesias repiten tantas veces que lo bueno es malo y que lo malo es bueno que terminamos creyéndolo aunque el resto del mundo señale lo contrario. Y entonces cuesta reconocer que no es normal tener guardias con escopeta en las farmacias, que la llamada injerencia extranjera no es sino ciudadanía global y que aupar a conservadores israelíes no es ser cristiano, menos aún ser bueno. Es apenas tomar atole con el dedo.
En poco más de dos semanas tendremos una oportunidad para reventar la burbuja, para escapar de la arruga. En las elecciones, asegúrese de no apoyar a uno solo de los actores que hoy nos ahogan y ahorcan. No vote por uno solo de quienes han conformado y confirmado el Pacto de Corruptos. Vote solo por gente que se ha atrevido a denunciarlos, por gente que nos dé triunfos como ciudadanos del mundo. Depende de nosotros que aquí tengamos buenas noticias.
Ilustración: vista del tránsito (2024), Adobe Firefly