Gallinas

Vive la gallina sin ver quién le roba del nido cada huevo que pone y sin entender por qué. Y luego va y pone otro igual. Come, pone, duerme. Come, pone, duerme. Hasta que un día ya no pone tantos huevos y le tuercen el pescuezo.

Vive el gallo muy ufano. Se levanta muy temprano y canta: «En este gallinero mando yo». No pregunta adónde van las gallinas que desaparecen y agradece las que llegan. Ha de ser que las merece.

Vive el gallo arrogante, cubriendo a las gallinas, nunca preocupado por qué pasa con las crías. Cantar, cubrir, cantar, cubrir. Hasta que un día ya no cubre tantas y le cortan el galillo.

Perplejos terminan sus días el gallo y la gallina, que ponen el último vistazo de sus ojitos amarillos sobre aquel que les dio de comer, les robó los huevos y ahora les quita la vida. O quizá pregunten mientras pierden el sentido: «¿Yo qué hice?».

Vive la señora sin preguntarse de dónde viene el agua del grifo y la electricidad del bombillo. Vive sin preguntar por qué hay alguien dispuesto a madrugar y sembrar, cosechar y traer para que ella pueda ir al súper y encontrar la verdura sin agacharse.

Vive el gallo arrogante, cubriendo a las gallinas, nunca preocupado por qué pasa con las crías. Cantar, cubrir, cantar, cubrir. Hasta que un día ya no cubre tantas y le cortan el galillo.

Conduce la señora sin preguntar quién se llevó el dinero de la calle rota. Rodea con cuidado el bache. Viene y va, viene y va hasta que un día olvida el agujero y estropea el auto. Lamenta el gasto tanto como el mecánico lo aprecia, ambos sin preguntar quién se llevó el dinero de la calle rota. Sin preguntar por qué ella no vota.

Sube el diligente caballero por la escala salarial, nunca preguntando por qué hay escala y por qué él puede subir. Diligente va a la oficina, toma el curso de motivación. Llama por teléfono, obedece al jefe y manda al subalterno. Y saca las cuentas. Llama, obedece y manda. Llama, obedece y manda. Y saca las cuentas. Hasta que un día toca votar y escoge a Jimmy.

Perplejos pasan sus días el señor y la señora sin entender por qué su hija no puede salir a la calle. Será que Dios no lo quiere. Perplejos pasan sus días el señor y la señora ante tanto campesino que protesta. Si la vida es tan linda. Perplejos terminarán sus días el señor y la señora sin preguntarse por qué hay tanto pobre, por qué hay tan poca paz. Perplejos quizá pregunten ante tanto sinsentido: «¿Yo qué hice?».

Ilustración: Ojitos amarillos (2023, con elementos de Adobe Firefly)

Original en Plaza Pública (modificado aquí 13 de octubre de 2023)

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