Salga a la calle y camine. Quítese esa modorra. Salga y pasee a pie por las aceras de la zona 15. Mire a su alrededor. Casonas de los años 60 y 70 esperando la primera oportunidad para ser sustituidas por edificios de apartamentos. Edificios que brotan como hongos por todas partes. Y poca gente. Muy poca gente a pie. Guaruras y guachimanes, empleadas de hogar y un vendedor ambulante. Los vecinos, los que pagan las hipotecas y las rentas, apenas se bajan despavoridos del auto polarizado a cerrar el portón. Si no tienen a alguien más moreno y más bajito que lo haga por ellos.
Anímese. ¡No le pido que camine en El Gallito, sino en Vista Hermosa, por Dios! Camine por esta ciudad del futuro y aprecie la ironía. Porque solo en un futuro muy lejano alcanzará a serlo. Levante la mirada: manojos de cables tendidos entre bosques de postes desordenados. Mupis que estorban el paso y la vista. Mire al suelo: grietas, aceras incompletas. Faltan tapas de drenaje, tapas de contador. ¡Hay hasta un perro muerto! En plena zona 15. Gente en silla de ruedas, ni lo sueñe. Ancianos con bastón, quédense en casa, que esto es una selva.
Pero no lo entretengo con las limitaciones tan obvias de quienes en más de dos décadas no han podido resolver el buen vivir ni para su propia élite. Esas grietas de la calle no se ven desde los autos que pasan, cada vez más a vuelta de rueda, trayendo al alcalde y a los concejales desde sus refugios en carretera a El Salvador. Viviendo como si eso fuera vida. No necesito detenerme a señalar la bancarrota urbanística de la herencia Arzú.
Mejor reflexionemos sobre el vecino, que quizá es usted, que me lee. Ese morador de Vista Hermosa que no camina, ¡que no se anima a caminar en su propio vecindario! Que tampoco protesta ante el mal trato, sino que más bien defiende a sus chambones líderes por tener los apellidos correctos.
Es un auténtico síndrome de Estocolmo: la víctima enamorada de su victimario. Esa perversidad es la que aún hoy da alas al pacto de corruptos. Porque esa élite invierte en ladrones rastreros con tal de evitar pagar impuestos. O para afianzarse como proveedor del Estado en vez de competir. Y se toma un café en la panadería San Martín (llegó en un auto 4×4 inmenso aunque vive a la vuelta de la esquina) despotricando contra los socialistas. Valiente batalla si no puede siquiera salir a caminar por la calle con su familia.
Pobre víctima, sobrevive sin ver que está encarcelada en sus edificios y condominios. Engañado, afianzó sus certezas primero con talanqueras y después haciendo upas a la guerra de Morales contra Iván Velásquez y la Cicig. Apenas pagó una cuota más del alquiler perverso de este infierno que llamaremos Miwate. Porque, si no cambia, igual tocará pagarle a una nueva tanda de criminales cuando la actual se haya ido. Y ni así podrá caminar por la calle. Aunque intente convencerse de que esto es progreso.
«Comunistas», «noruegos», «educación sexual», «impuestos». Palabras mágicas que desencadenan miedos irracionales aunque apenas alcanzamos a pagar la cuota de la tarjeta de crédito.
Sin embargo, la peor ironía está en la clase media. Más pobres que ricos, magos en llegar a fin de mes, no terminamos de desembarazarnos de tanto vicio mental. Comunistas, noruegos, educación sexual, impuestos. Palabras mágicas que desencadenan miedos irracionales aunque apenas alcanzamos a pagar la cuota de la tarjeta de crédito, aunque apenas alcanzamos a poner la plata del colegio privado. Apenas alcanzamos a reunir lo del hospital con toda la familia. Porque ninguno tiene seguro social y porque el seguro privado, puntualmente pagado desde que se tiene empleo, igual se niega a cubrir el gasto.
En vez de cuestionar y criticar, la pobre y agotada clase media apenas tiene tiempo para sobrevivir. Desde la gerencia media de la fábrica o el pequeño negocio, desde la oficina de bienes raíces (donde vende lo que nunca podrá comprar), va cansada del tráfico cada día, oyendo una radio que idiotiza. «La libertad no es sino el derecho a la libre circulación, ¿verá, usté?». Y calla porque el buen miwateco no se queja, sino que celebra. No tiene respiro ni el domingo, cuando le toca pasar cuatro horas entre tránsito e iglesia. Escucha embobado a un millonario hipócrita que le grita desde la tarima: «¡Gloria a Dios! No levantes un puño de protesta. Mejor levanta tus manos para alabar[me]. Y recuerda: paga puntual tu diezmo».
Ilustración: Manos en prisión (2024). Adobe Firefly