Ratón pequeño, cuchara grande

En nuestra Guatemala corporatista, los ciudadanos de a pie –yo que escribo y usted que me lee– valemos poco para modificar las propuestas.
Nuestra Constitución está irremediablemente torcida, y por más parches que le metamos, eso no va a cambiar mientras sigamos creyendo que las leyes crean las costumbres, más que al revés.

La esperanza de  prevenir la trampa al aumentar el detalle muy pronto nos llevará al punto donde más que Constitución, lo que tendremos será el “Código Político de la República Cuasidemocrática de Guatemala”, algo así como su manual de operación.

Pues bien, en medio del alambicado detalle operativo (“nueve magistrados, no trece”) de la más reciente ronda de parches, me llama la atención una isla de simplicidad, una modificación elegante, una cuña bien puesta que dice todo lo que hace falta, que no explica más de la cuenta, que abre la puerta para el desarrollo institucional futuro, en fin, un golpe maestro de reforma constitucional. Son apenas ocho palabras con que se propone modificar al artículo 244: “… es una institución permanente al servicio del Estado.” (Las cursivas son mías). No, no se trata de la implementación de la cobertura universal de salud, o de la educación bilingüe intercultural como la forma oficial en que se educa en Guatemala. Esas ocho palabras, en particular la que resalto, se le pretenden aplicar mediante esta reforma al Ejército de Guatemala.

Douglas Adams, autor de la genial radiocomedia británica de los setentas, “La guía del viajero intergaláctico”, plantea la ocurrencia de que los ratones son seres trans-dimensionales: el inocuo animalito que nosotros vemos en nuestras dimensiones no es sino la protrusión local de un ser enormemente poderoso que vive en múltiples dimensiones, de las que no tenemos ni idea. Pues bien, pienso que aquí estamos ante un auténtico ratón. Puesto de forma más sencilla, esto es como el lema del vista de aduana: “no me des, ponme donde haya”. Y el problema es que no estamos hablando de plata, sino de poder. Más aún, aunque saludablemente se detalle el rol del Ejército en la seguridad pública (reformas propuestas al artículo 246), también se incluye una ominosa referencia al “ministerio que tenga a su cargo la seguridad pública…” (reformas propuestas al artículo 250).

Hoy el ratón se ha dejado ver, porque le importa. Podemos tratarlo como una nimiedad, o darle la seriedad que merece. El principal interesado en poner un candado constitucional que garantice la permanencia del Ejército, es el Ejército mismo. Piénselo: En 141 años de existencia que recién celebró, ¿cuándo fue la última vez que le tocó defender “la soberanía del Estado, la integridad del territorio y la seguridad exterior” (dicho sea de paso, felicitaciones al gobierno por proponer la eliminación del trasnochado concepto de “honor”)? Por al menos un siglo su rol ha sido inmiscuirse en la seguridad interna –un papel que con propiedad toca a las policías–, cuando no ha sido francamente dañino a la democracia y la ciudadanía.

Acaso al Ejército tocaría, como con los malhadados fondos sociales, ponerle una “cláusula de ocaso” y trabajar en serio para que la seguridad interna y la justicia operaran bien y fueran asuntos netamente civiles, reconociendo el absurdo de un ejército en un país como el nuestro y con una historia como la que se viene para una Latinoamérica en paz en el siglo XXI. Ya sé, esto es pedir demasiado, pero señala la dirección en que tenemos que movernos, no al revés.

En nuestra Guatemala corporatista, los ciudadanos de a pie –yo que escribo y usted que me lee– valemos poco para modificar las propuestas. Sabiendo esto, no es en vano que de las reformas se hayan excluido sectores que están tan urgidos de modernización como la seguridad y la justicia. La educación superior (artículos 82 a 90), la seguridad social (artículo 100) y el costosísimo e ineficaz deporte (artículos 91 y 92), son apenas tres ejemplos evidentes. En un sagaz intercambio de favores de realpolitik, al dejarlos fuera, el gobierno mejora la posibilidad de conseguir el apoyo de dichos sectores a las reformas en las áreas que quiere. Sin embargo, es precisamente a los agentes de dichos sectores –aló señores rectores universitarios– que les toca hacer batalla en estos frentes, precisamente porque no tienen nada que perder. ¿Estarán a la altura de las circunstancias?

Original en Plaza Pública

Verified by MonsterInsights