País Penélope

Me senté a escribir pensando en Guatemala como país Penélope: siempre tejiendo para destejer. Asumí que aquí tejemos de día y destejemos de noche, como en la leyenda homérica. Quise ilustrar el argumento y busqué datos. Pero los datos resultaron más interesantes.

Como ejemplo muestro abajo la trayectoria de cuatro países en el índice histórico de desarrollo humano, que rastrea el progreso desde 1870 hasta 2015. Además de Guatemala, incluyo a Costa Rica por ser centroamericana, aunque distinta de nosotros en su historia; al Perú, un país con población indígena grande y contado como «historia de éxito económico» en las décadas recientes, y a Corea del Sur, que como tigre asiático tiene una historia más larga y dramática de desarrollo exitoso.

Fuente: Prados de la Escosura, Leandro, “Índice Histórico de Desarrollo Humano, 1870-2015”. Disponible en http://espacioinvestiga.com/inicio-hihd/ [última consulta: 3 de febrero de 2019].

Los datos llaman la atención. Primero, porque inicialmente todos nos parecíamos mucho. Allá por 1915 Guatemala, Corea del Sur y Perú estábamos todos bajo el 0.1 del índice. Costa Rica estaba mejor, pero no por mucho. Segundo, porque desde el final del siglo XIX y el principio del XX —cuando se extienden la educación, la medicina y el mercado capitalista— todos los países se han desarrollado. Esto daría para preguntar por qué tanto alboroto con nuestro retraso. Al fin, si todos vamos para arriba, eventualmente llegaremos a un estadio mejor de vida.

Pero tercero —y aquí está la clave—, porque, más allá de cualquier subida o bajada, lo que ilustran las pendientes de las curvas es que cada país parece comprometido a largo plazo con un ritmo de crecimiento. Es como si, más allá de lo que pasa de un año para otro, los coreanos han dicho durante todo un siglo: «¡Desarrollarnos, desarrollarnos!». Mientras tanto, nosotros repetimos siempre: «No tan rápido, muchá».

De esto se deriva una lección más siniestra: no siempre desandamos el progreso. Solo lo desandamos cuando se acelera más de la cuenta. Comprometidos con rendir menos de lo posible, solo nos empeñamos en desandar el progreso cuando hay riesgo de mejora significativa y volvemos al ritmo usual, a la pendiente histórica. Algo así como decir: «Mejoremos Guate, pero no demasiado».

Con esto cobra sentido el papel de Jimmy Morales y de sus secuaces. Sobre todo se entiende lo que procuran sus apoyos políticos y financieros. ¿Por qué apostar a tanta destrucción y tan acelerada mientras a la vez se insiste en que necesitamos educación, salud o inversión empresarial? No es que no quieran desarrollo. Nomás no quieren mucho desarrollo. Sobre todo temen que sea para todos. Mientras la apuesta en Corea del Sur fue radical, aquí la apuesta es por seguir igual, por evitar algo nuevo y distinto. Es como si dijeran que a perdedores no nos va a ganar nadie.

No basta con acelerar el ritmo a toda costa si no neutralizamos los poderes que luego podrán destruir el progreso.

Entendamos esta dinámica ingrata por lo que implica para quienes apostamos por un futuro mejor. No basta con la lección pesimista de que aquí la cosa nunca cambiará. La aceleración de Corea del Sur a partir de la segunda década del siglo XX, y especialmente desde 1960, muestra que sí es posible cambiar de ruta. Pero no basta con acelerar el ritmo a toda costa si no neutralizamos los poderes que luego podrán destruir el progreso. La campaña del pacto de corruptos contra la justicia lo subraya. No alcanzó con que durante un período avanzáramos en anticorrupción si quedaba la potestad para desandar lo hecho. No basta con el progreso acelerado como consigna de un solo equipo político. Porque luego la gente que no quiere cambio —y que además tiene mucho poder— siempre puede colonizar de nuevo el sistema a través de las elecciones para retomar el ritmo pusilánime del subdesarrollo. Por no reconocer esto, quienes hacen descansar el futuro exclusivamente en elecciones —como repetidamente les pasa a los amigos estadounidenses de Guatemala— pierden de vista lo obvio: no basta con elegir; la pregunta es a quién y para qué. El progreso debe ser la apuesta arriesgada de una coalición amplia, no solo un trato entre amigos.

Tiene también implicaciones para el votante. Porque contradicciones como izquierda versus derecha, indígena versus mestizo y agrícola versus industrial importan, pero resultan ser distractores si perdemos de vista que el debate hoy es corrupción versus anticorrupción. Fue en esto en lo que se manifestó la apuesta por el futuro. Y también donde se dio la deslealtad imperdonable de Jimmy Morales, que desanduvo donde importaba. Nuestro compromiso con la democracia, lo que debemos exigir hoy a los candidatos, es persistir en el desarrollo acelerado, que hoy se llama anticorrupción.

Ilustración: Tejer o destejer (2024), Adobe Firefly

Original en Plaza Pública


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