No basta con estar encabronado: hay que estar empadronado

Aquí las opciones son solo dos: o actuamos o nos usan.

Una palabra describe el mandato de Morales. Una palabra lo define. Es un gobierno insolente. El revoltijo de incompetencia, corrupción, cinismo, violencia y defraudación que combina este gobierno se resume en esa palabra: se concreta en insolencia. Cada vez su intención es más descarada, más alevosa, más arrogante.

Esa insolencia arrasa con nuestras emociones, provoca indignación. Es indignación la que siente la madre ante el hijo respondón: muchacho insolente, ¡cómo se atreve! Es indignación la que enfurece al piloto cuando alguien rebasa por la derecha mientras todos esperan ordenados en el semáforo. Es indignación la que ahoga a la víctima cuando una jueza suelta al victimario por un tecnicismo leguleyo. La indignación es el eco frustrado ante el insolente que se sale con las suyas.

Fue la indignación lo que llevó a todo mundo a la plaza central hace tres años. Indignados ante un gabinete que hacía cooperacha para regalarle un helicóptero al corrupto presidente. Indignados ante la vicepresidenta que pagó a un estafador de feria por echar sal al agua y decir que limpiaría el lago de Amatitlán. Indignación ante Pérez Molina, que cobraba una tajada por cada contenedor que iba o venía en las aduanas.

Esa misma indignación ahora nos barbotea en el pecho al ver cómo desde el primer momento Alejandro Sinibaldi tenía un solo propósito de gobierno: robar. Esa indignación rebalsa cuando leemos que los diputados aún se apuran a recetar más transfuguismo y, no conformes, intentan castrar a la Corte de Constitucionalidad para que no les ponga límites. Es la indignación que provoca el muy técnico ministro de Finanzas al mostrar que quitarán dinero del Ministerio de Gobernación para dárselo al de la Defensa.

Pero la indignación solo sirve para empezar, no para terminar. Como con la madre a quien no le basta con el enojo, sino que luego debe explicarle al hijo por qué ayudar en casa. Como en 2015, cuando la plaza sirvió para sacar a un presidente, pero luego igual debimos encontrar otro. Como con Sinibaldi, con quien no basta con la indignación por su latrocinio, sino que hace falta encontrarlo a él ¡y encontrar el dinero!

Por eso hoy no basta con la indignación ante el verde olivo del disfraz ni el verde olivo de los cómplices. Hoy no basta con la denuncia en Twitter. Porque las leyes injustas se publican en el Diario de Centroamérica, no se escriben con 280 caracteres. Hoy no basta con rechazar a Morales si como diente de tiburón vendrá otro igual en su lugar.

Por eso hoy no basta con estar encabronado. Hoy hace falta estar empadronado. Que es igual que decir que solo los empadronados votamos. Y por eso no basta con acompañar la protesta, sino que hace falta organizarla. Que es igual que decir que solo la gente organizada tiene un efecto perdurable. Porque fue la gente organizada la que rechazó a Morales en Quetzaltenango. Es la gente organizada la que lo echará de Alta Verapaz y de toda la patria indignada. Es la gente organizada la única que podrá competir y hacer gobiernos dignos.

Por eso no basta con clamar justicia. Debemos asegurar que jueces y magistrados sean justos. Pero eso exige controlar el Congreso. Y no basta con reclamar salario para médicos y maestros, ya que eso requiere políticas adecuadas y presupuestos que las garanticen. Pero para eso hay que contar con diputados probos, con ministros expertos y valientes. Eso exige no tener gobernadores rastreros ni alcaldes cómplices. Nada sucederá si nosotros no lo concretamos. Solo pasará si usted y yo lo hacemos realidad.

La lección es sencilla, casi obvia: si usted y yo no hacemos política, no tendremos impacto político. Debemos formarnos, dejar ya las acusaciones idiotas («¡socialistas!», «¡oligarcas!»). Debemos debatir, que solo a cínicos, manipuladores e ingenuos les parece razonable no hablar de política con pasión y razón. Debemos empadronarnos, organizarnos, adherirnos a movimientos políticos, votar y ser elegidos. Aquí las opciones son solo dos: o actuamos o nos usan.

Debemos vigilar a los funcionarios, movilizarnos y protestar cuando incumplen. Porque ciudadanía no es decir dónde nacimos ni tener DPI ni cantar un himno. Menos aún es agachar la cabeza con la excusa de que hay que trabajar. Eso ya lo hacen las bestias que jalan carretas, que igual terminan en el matadero cuando ya no tienen fuerza. Ciudadanía es lo que hacemos con la voz, el voto y la acción, con la mente y el corazón. Ciudadanía es empeñarse en afectar el curso político de nuestra sociedad.

Ilustración: El poder de la pluma (2024), Adobe Firefly

Original en Plaza Pública

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