Triunvirato

Triunvirato es el gobierno de tres. Aunque su origen está en la antigua Roma, el nombre se proyecta hacia adelante para significar cualquier iniciativa que involucra una junta de tres personas.

Escarbar la etimología da algo más, ya que triunvirato no es tres personas cualesquiera. Es un gobierno de tres hombres. De ahí que contenga la raíz vir-, como en viril. Viene la referencia al caso cuando termina un mes que quitó a dos de los tres hombres que gobernaron lo que somos aún, que demarcaron la Guatemala que empezó en 1986.

Como punto de partida, el primer triunviro articuló el proyecto con el pasado. Efraín Ríos Montt representa la raíz impenitente de la guerra, la violencia que, ignorada en la Constitución de 1985, como implícito permanente enlazó la vieja Guatemala de los cafetaleros con la nueva que quería ser moderna, la de los militares de la paz, la de los industriales y los comerciantes, la de los intelectuales y los líderes indígenas.

El segundo triunviro trazó la arquitectura institucional del presente. Vinicio Cerezo no solo representa a quienes sobrevivieron la persecución de la guerra y devolvieron la fe en las elecciones a capitalinos clasemedieros e indígenas rurales. También delineó los alcances del Estado que inauguró su gobierno. Sus memorandos presidenciales fueron la componenda brillante del sueño de la democracia multicultural con las cuentas cabales y mezquinas del Consenso de Washington. Su mandato dio el rostro humano al ajuste estructural, convertido más bien en máscara por una serie de golpes de Estado solapados y por su propia corruptibilidad.

Pero fue el tercer triunviro quien ejecutó la construcción del presente. Anclado en el Ejército contumaz que dio origen a Ríos Montt y siguiendo el mapa de políticas de Cerezo, Álvaro Arzú concretó con formidable eficacia la democracia permitida de los terratenientes y los generales. Estableció con diligencia la administración pública enana del Banco Mundial. Fue él quien validó el criollismo como la cultura nacional que arrastramos aún al entrar al siglo XXI.

Ahora ese triángulo se desarma desde sus vértices, pierde forma y textura. El tiempo, más implacable que los héroes, les niega para su tarea más décadas de las que presta al ordinario mortal. Abril borró de golpe dos de las tres anclas de nuestra identidad fabricada.

Hay quienes quisieran remendar las esquinas rotas, apuntalar donde ahora faltan triunviros. Pero los grises y mañosos oficiales que ahora lideran el Ejército son remedos de Ríos Montt. Quisieran ser maquinadores brillantes, pero solo alcanzan para rateros incompetentes. Jimmy Morales ansía representar en escena el liderazgo autoritario de Arzú, pero sus dotes actorales escasamente dan para entremés. Y en el vértice de Cerezo, hoy dedicado al papel del elder statesman, desde Portillo no vemos siquiera una imitación que inspire. El ciclo del triunvirato llega a su término inexorable.

Álvaro Arzú concretó con formidable eficacia la democracia permitida de los terratenientes y los generales.

Por eso no basta con detenernos en la vida y obra de los notables. La legendaria displicencia de Arzú, tanto como la cinta negra de Cerezo y las arengas dominicales de Ríos Montt, hoy es anacronismo machista, más útil para la anécdota que para guiar los asuntos de Estado.

Quizá, como hoy con Arzú, sea mejor el silencio y dar espacio a los deudos para llorar. Acaso para invitarlos a la reflexión, para reconocer que lo que hizo bien o mal, lo que dejó de hacer, no es excusa para montar una empresa familiar. Álvaro hijo, tanto como Zury Ríos, es fruto de las debilidades de su padre, antes aun que de su apoyo. Así como criar caballos es vanidad cuando lo obvio es tomar un Uber, igual lo es clamar soberanía cuando la sociedad y la democracia no comienzan ni terminan en las fronteras de esta finca-país. Es como hacer campaña con la pena de muerte y pedir valor cuando urge la paz social. A los jóvenes y no tan jóvenes herederos convendría escapar de las obsesiones caducas de sus padres, que hay mejores cosas que hacer con la vida, siempre corta.

Ante todo, hay una agenda incoada pero también soslayada por los dos difuntos del mes. Hoy necesitamos soluciones nuevas, nombres nuevos, gente nueva. Sigue pendiente depurar el Ejército y sujetarlo a la democracia civil. Urge abrir la democracia a toda la ciudadanía. Y aún no se compromete esa ciudadanía con instituciones incorruptibles y eficaces. Podemos insistir en traer a la mesa las vetustas ideas y los modos inoportunos de quienes nos hicieron lo que somos. O podemos sepultarlos, dejarlos ir, admitir sus luces y sombras y entrar al tercer centenario republicano haciéndonos cargo del futuro.

Ilustración: Tres en uno (2024), Adobe Firefly

Original en Plaza Pública

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