Con el final de la Semana Santa inauguramos la parte madura del año. Lo que se hizo en la infancia del primer trimestre ahora tocará completarlo. Lo que quisimos empezar pero postergamos hoy tendrá que abandonarse del todo antes de que nos alcancen los convivios del fin de año.
Quedan ocho meses para hacer lo que toque hacer, para hacer lo que se pueda hacer, con el agravante de que el año entrante es año electoral. Lo que se haga o deje de hacer en estos ocho meses pondrá la mesa para la elección del siguiente gobierno. Y, para subir las apuestas, ese nuevo gobierno será el que administre en 2021 nuestra entrada al tercer centenario de vida republicana, que hoy pinta tener más pena que gloria.
No nos quedemos en despotricar contra los pícaros de siempre, que usted y yo ya sabemos quiénes son. Pero considere que ellos también son conscientes de la importancia de estos ocho meses. Por eso usarán capital político, saliva, maña y ante todo dinero para promover su agenda. Porque pagar netcenteros cuesta dinero. Es caro comprar voluntades de diputado y de líder sindical. Son onerosos los servicios de un abogado transero o de un pseudohuelguero. Y, pese a la propaganda, no basta tener valor para montar de la noche a la mañana un partido político o una campaña. Se necesita mucha plata para conseguir bajo la mesa las bases de datos del Renap o del Tribunal Supremo Electoral para inventar masas de afiliados. Mucha plata para pagar caciques municipales que consigan votos por lotes de a mil.
Visto tanto afán invertido en fines maliciosos, es indispensable preguntarnos cuánto ponemos usted y yo en la democracia decente que anhelamos. Porque está muy bien nombrar a los corruptos en las redes sociales o en una columna. Se vale aupar a la gente joven que al menos da el paso al frente y arma iniciativas políticas. Queda bonita la foto del frente ciudadano. Pero la pregunta importante es cuánto nos cuesta concretamente a usted y a mí cambiar el país. En tiempo, esfuerzo y, sobre todo, dinero. Así que preguntémonos, usted y yo, si ya nos adherimos a una iniciativa política. Si hemos dedicado tiempo en los últimos seis meses a organizar y movilizar políticamente a nuestros vecinos, amigos y familiares, ya sea en protesta o en propuesta. Si hemos puesto dinero contante y sonante para apoyar una iniciativa política. Si la respuesta es que hemos hecho poco o nada, que no hemos invertido ningún dinero en esto, estamos regalando la oportunidad para reclamar por lo que pase ahora o más adelante.
Por el simple hecho de tener acceso a Plaza Pública, usted que me lee y yo que escribo ya tenemos un excedente de dinero e incluso de tiempo. Más allá de las necesidades de comida, escuela, salud, vivienda y transporte, tenemos lo necesario para comprar libros, ir al cine o tomar cerveza con los amigos. Gastamos en equipo deportivo y en juegos no solo para los chicos, sino también para los adultos. Damos limosnas y diezmos en las iglesias.
Esos gastos los hacemos porque valoramos el entretenimiento, el enriquecimiento cultural, la amistad o el bienestar espiritual. Vale la pena cuestionarnos si no adscribimos un valor similar al futuro político para nuestra patria y nuestros hijos. Y si nos creemos líderes empresariales, con un excedente aún mayor, la pregunta pesa aún más.
La pregunta no es qué hacen ellos, qué ponen ellos. La pregunta es qué hacemos nosotros —usted y yo—, cuánto gastaremos hoy y en adelante, para construir la democracia.
Sobra recordar que cuesta caro dejar el gobierno en manos de cuatreros. Lo vemos en los titulares de cada día, en la corrupción tóxica que sigue saliendo de casa presidencial, del palacio legislativo, de las municipalidades grandes y pequeñas. Es obvio que recuperar esas instituciones es indispensable para reorientar nuestra historia. Alguna gente se ha lanzado ya al esfuerzo. Personalmente, me parece que los jóvenes del Movimiento Semilla son una opción decente. Usted quizá conozca otras que no sean la política mafiosa de siempre. Pero la pregunta no es qué hacen ellos, qué ponen ellos. La pregunta es qué hacemos nosotros —usted y yo—, cuánto gastaremos hoy y en adelante, para construir la democracia.
Deje de esperar que alguien más se haga cargo de su futuro. Deje de encontrar excusas. Vaya hoy, ahora, aparte de su dinero, también de su tiempo, y apoye una iniciativa política democrática. La esperanza podrá ser lo último que se pierde, pero también es lo primero que debemos financiar.
Ilustración: En construcción (2024), Adobe Firefly