Llevan las de perder

¿No les parece que ya es hora de sacar la cuenta? Tanto esfuerzo, tanto resistirse, tanto estorbar, y ni siquiera están logrando quedarse en el mismo sitio.

Hace 488 años vino a estas tierras un señor con quien comparto apellido. Decir que era malo es poco. Sagaz, valiente y sanguinario. Genocida, torturador y esclavista, barrió con civilizaciones. A pesar de ello, hoy los herederos de sus víctimas siguen allí, contestatarios, muchos en número, cada vez más en organización.

Hace 191 años, un puñado de criollos se sentaron a transar con el mandadero del imperio. De una vez le dieron empleo: “presidente”, y se quedaron con la finca que llamaron patria. Lo vieron como un gran negocio, pero igual no pasan de zope a gavilán entre los ricos del mundo.

Hace poco menos de siglo y medio, a los nietos de esos criollos se les ocurrió que sería buena idea quitar tierras a los indígenas para cultivar café, y de una vez ponerlos a trabajar en su producción. De un golpe resolvían dos problemas: tener mucho dinero, y controlar a esa gente. Sin embargo, esa gente sigue hasta hoy dando lata. Ahora son tres problemas.

Hace 58 años tocó entregar el honor y dejar que unos vaqueros les dijeran qué hacer en nombre de la “liberación”, para acabar con las ocurrencias democráticas de profesores, obreros y un coronel díscolo. Hace 58 años, los oficiales traicionaron a su Comandante General por miedo a que los Marines les dieran una paliza. Por 36 años trataron de olvidar la vergüenza desquitándose con los ciudadanos. Arrasaron con ideas y con aldeas. Pero nada. Apenas hace un mes, a una turba enojada le valió madre la historia y les armó tremenda bulla en un destacamento. Seiscientos,  entre soldados y policías, por dos docenas de pelones, pero igual tocó salir de allí en tres semanas “porque se restableció la gobernabilidad y el orden público”. Ajá.

Hace 16 años firmaron una paz a medias, porque el Frankenstein se le había salido de control a los de arriba. Bastaría darle baratijas a las víctimas, mandarlos literalmente a la punta del cerro, entretenerlos con el Ministerio de Cultura, y repartir dinero entre los comandantes. Desapareció la guerrilla, pero la capital se sigue llenando de gente pobre, de indígenas, y de narcos. Y lo peor, ¡el ruido! Ese ruido insistente de gente que manifiesta, de gente que escribe y habla, de gente que piensa y no deja de criticar. Antes a escondidas, hoy en la Internet. ¿Qué les pasa?

Hace una semana atentaron contra el Archivo de la Paz. No lo cerraron, dicen. Solo le quitaron gente, negaron su propósito, cuestionaron sus razones. Si usted quiere saber de las barbaridades de la Policía en los años de la guerra, que le cueste. Si quiere saber de la responsabilidad militar, olvídese. Sin embargo, 6,060 años de cárcel para los sádicos que barrieron con Dos Erres, y Ríos Montt sudando frío. Y no va a parar.

¿No les parece que ya es hora de sacar la cuenta? Tanto esfuerzo, tanto resistirse, tanto estorbar, y ni siquiera están logrando quedarse en el mismo sitio. Parece una persecución de Hollywood, el malo que huye y tira lo que encuentra frente al héroe para quitárselo de encima. Lo entretiene un rato, pero al final queda atrapado contra la cerca. Tal vez ya es muy tarde, porque tomaron partido y no pueden cambiar de bando. Tal vez aún es tiempo de enderezar, no sé.

Me come la impaciencia, me frustran los reveses, quisiera ver el desenlace. Tal vez no lo alcance, pero si el juego sigue como en los últimos 500 años, más temprano o más tarde, van a perder.

Original en Plaza Pública

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