El enemigo de Felipe Bosch

Reconozcamos a la Fundesa su persistencia. Agradezcamos su producción de estudios y propuestas, que nunca sobran.

Con tal de que se subieran al tren de la historia, hasta valió la pena pasar por alto la ironía de que la fundación empresarial llamara a su proclama de 2013 el Primer Acuerdo Nacional sobre Desarrollo Humano.1 Así Naciones Unidas le llevara dos décadas de ventaja y tuviéramos dos pactos nacionales al respecto: la Constitución de 1985 y los acuerdos de paz. Y fue bueno que ese primer acuerdo de la élite con el desarrollo humano fuera firmado por Felipe Bosch, presidente de dicha fundación ahora como entonces.

En entrevista reciente asegura el mismo Bosch que necesitamos salir de la corrupción aún más que de la crisis en que nos ensartó Jimmy Morales. Pero también se posiciona contra el Comité de Desarrollo Campesino (Codeca). Asegura que nunca los apoyará por venir de «bases delincuenciales». Y apenas un mes más tarde afirma que Morales no es corrupto, sin mediar proceso judicial y a pesar de la admisión del mismo señalado y de su ministro de la Defensa: Morales recibió un bono ilegal, devuelto solo al ser descubierto.

Así, Bosch aclara su alineación: aliado de Morales, opuesto a los campesinos del Codeca. Y da alas a su más poderoso enemigo: ¡él mismo! Conspira contra lo suscrito hace cuatro años en nombre del desarrollo. Conspira incluso contra la agenda de su fundación este año, contra retomar la inversión en infraestructura vial. Revisemos su dilema.

Las carreteras solo valen por quienes circulan en ellas y por los bienes que por ellas se transportan y trafican. Afirman los economistas que «profundizar el capital» ayuda a cualquier nivel de desarrollo: más carreteras son mejores que menos. Pero acotan que tiene rendimientos decrecientes. Produciendo poco, sirve lo mismo una carretera de cuatro carriles que un camino de tierra.2

Por ello, conseguir desarrollo exige construir capital social —una masa crítica de gente que quiere lo mismo y para bien—, no solo infraestructura. Pero, si Bosch ve enemigos en los campesinos, hacer carreteras es darle alas al contrincante.3 Sin importar cuánto invierta, el rédito mayor será para quienes hoy no tienen caminos. Bosch ya resolvió la salida de sus productos, pero los campesinos —la base del Codeca que denuncia— prácticamente no tienen acceso. Aun el primer kilómetro adicional multiplica infinitamente su beneficio.

Para cosechar la inversión, Bosch el inversionista necesitará construir capital social: articular un colectivo que comparta valores y conductas favorables al uso de tales carreteras. Pero crear capital social no es como fabricar capital físico. El ingeniero no consulta al cemento para levantar un puente, pero sin aquiescencia ciudadana no se tendrá el Estado deseado. Sin el acuerdo del trabajador no se construye la economía que quiere el empresario.

La alternativa es la mala apuesta que ya tenemos: seis décadas de un acuerdo en que cada uno, por su lado, quema el dinero que tiene. Aunque, de forma independiente, juntos destruimos lo poco que tenemos en común y todos terminamos más pobres.

Bosch se perdió pensando que la tarea era negociar, cuando tocaba convenir. Mientras la transacción merma (si es injusta) o simplemente intercambia, la invención expande: crea algo compartido que no existía.

Bosch se perdió pensando que la tarea era negociar (con el Codeca o con Morales) cuando tocaba convenir. Esto no es una transacción (como comprar y vender cemento), sino una invención, una imaginación. Mientras la transacción merma (si es injusta) o simplemente intercambia, la invención expande: crea algo compartido que no existía.

La salida no está en las buenas intenciones y malas alianzas de Bosch. Él necesita resistir algunos instintos, como preferir un presidente corrupto —pequeño pero controlable— antes que una población extensa, diversa e incontrolable, pero que hace ciudadanía.

Quizá para Bosch ya sea demasiado tarde. A todos nos cuesta superar las rigideces, y mientras más pasamos en ellas peor es. Pero tampoco es imposible. Podría buscar gente más inspirada dentro de su propia élite, que la hay. Sobre todo, podría exponerse y exponer a otros a un entorno distinto. Dejar de hablar con iguales y buscar a los escépticos. Quizá hacer un sabático incógnito en una democracia desarrollada, descubrir que hay cosas mejores y más divertidas que la vida de élite en Guatemala. Incorporar gente, no excluirla. Escuchar a las márgenes, no al centro (esos anodinos moderados por los que clama hoy). Necesita él incorporarse a los círculos de otros, no absorberlos, ahogarlos o evitarlos.

Necesita temer al conocido corrupto y abrazar a los desconocidos distintos. Porque, mientras aquel le dice lo que quiere oír, estos lo obligan a invertir en capital social.

Ilustración: Así te ves (2024), Adobe Firefly

Original en Plaza Pública

Notas

  1. El resaltado en cursiva es mío. ↩︎
  2. Avent, Ryan (2016). The Wealth of Humans: Work, Power, and Status in the Twenty-first Century. Nueva York: St. Martin’s Press. ↩︎
  3. En son de broma, imagine: ¡cuánta carretera nueva para bloquear! ↩︎
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