Ganar no es igual que tener razón

No todos los triunfos son iguales. Hay victorias que son más fáciles porque su causa es ella misma más fácil: destruir es más fácil que construir.

El 2016 termina mal para quienes nos pensamos progresistas. Termina con la tentación de la desesperanza.

Gana Trump en los Estados Unidos y desata el triunfalismo racista. El brexit en Inglaterra afianza el más estrecho insularismo británico. Más cerca de casa y en modesta escala, las malas personas y sus malas costumbres se arraigan en el Congreso y ahogan la reforma judicial.

Perplejos, líderes y analistas en el Norte reflexionan: quizá no se supo apelar al gran pueblo. Quizá la gente vota por cualquiera que ofrezca mejorar su situación económica. Quizá los indiferentes son más.

Pero ante el fracaso propio conviene entender el éxito ajeno. En cada caso, el ganador triunfó en buena lid: hizo su oferta, pidió los votos según las reglas y los consiguió. Pero no todos los triunfos son iguales. Algunos se consiguen empezando con ventaja. Más aún, algunas causas son inherentemente más fáciles de promover.

La ventaja inicial es la más obvia. En una sociedad patriarcal empieza más adelante el hombre blanco que su contrincante mujer. Esta debe probar su aptitud cada día y en todo. Aquel la tiene por definición. Gana entre los hombres blancos porque ya es uno de ellos. Pero gana también entre quienes han vivido la dominación porque, «ni modo, así ha sido siempre». Aunque cueste articular este perverso sentido de orden cósmico.

El asunto es más obvio visto por contraste. Piense en Obama. Es de origen la oposición a su candidatura hace ocho y cuatro años, la oposición a su presidencia hasta el día de hoy. Se resisten sus políticas no por el contenido, que ya otros las han ensayado incluso desde el republicanismo. Se resisten porque es negro. A pesar de su vida personal intachable, empieza mucho más atrás que otros y su triunfo encarna algo más inaceptable porque es negro.

Esta anomalía insinúa la segunda razón por la que no todos los triunfos son iguales. Pero seamos explícitos. Hay victorias que son más fáciles porque su causa es ella misma más fácil: destruir es más fácil que construir. Por ello es más fácil promover el brexit que resistirlo. Basta un día sin juicio para salirse de la Unión Europea, para desmantelar 40 años de diplomacia económica.

Trump navega sobre la misma ola. «Make America great again», dice. Porque es más fácil voltear la vista a un mítico pasado mejor que imaginar de nuevo la sociedad y luego esforzarse en construirla. Es más fácil persistir en la injusticia que cambiar. Es más fácil dar el voto a quien ofrezca quitar la responsabilidad de cambiar. Es más fácil imaginar que los chaparros morenos que llegan desde Centroamérica son el enemigo. Es más fácil esto que admitir que los empleos que se fueron a China nunca jamás regresarán y que, aunque regresaran, no habría estadounidense que los tomara. Es más fácil navegar con bandera antiintelectual que mandar a los hijos a la universidad e inventar trabajos nuevos para ellos.

En Guatemala es igual. Basta quedarse en casa para que, en el Congreso, una vez más los componedores obstruyan la justicia. Es más fácil que salir a protestar. Es más fácil decir que a los indígenas les basta nuestra justicia injusta que construir un Estado para todos.

El año termina con victoria para quienes empezaron con la ventaja del privilegio o del prejuicio. Triunfan quienes promovieron lo fácil por encima de lo difícil, la destrucción antes que la construcción, la costumbre antes que el reto de crear algo nuevo y mejor. Pero el problema no es que hayan triunfado, sino que ahora pueden hacer lo que ofrecieron. En el mejor de los casos, nada. En el peor, destruir lo que ha costado tanto armar. Como una Unión Europea imperfecta pero pacífica. Como el seguro de salud en los Estados Unidos, insuficiente pero un poco más amplio. Como legalizar una migración indispensable. Como afirmar una justicia difícil, pero para todos.

El futuro nunca llega. Siempre se construye. El progreso nunca termina. Siempre se procura. Como especie no llegamos hasta aquí reforzando la ventaja, sino cuestionándola. A base de inconformidad construimos la democracia, redujimos la pobreza y controlamos la guerra. Progresamos imaginando futuros mejores y más justos, construyendo nuevas instituciones, organizaciones más complejas, sutiles y, sí, con libertades más difíciles de garantizar. Lo nuestro, lo humano, es contradecir siempre la ley del mínimo esfuerzo. El triunfo más profundo no es ganar la causa fácil, sino conseguir un mejor futuro para nosotros y nuestra descendencia.

Original en Plaza Pública

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