Tag: violencia

  • Muerto el perro… se acabó el perro

    Muerto el perro… se acabó el perro

    El perro se orina en la alfombra de la sala. No es la primera vez. Enojado, usted decide poner alto al asunto. Lo único que tiene a mano es un martillo.

    Luego de darle múltiples martillazos a la cabeza del perro, efectivamente el animal no vuelve a ensuciar la alfombra. Mientras cava un foso en el jardín con la uña del martillo —la única herramienta que tiene a mano— para enterrarlo, reflexiona que se ha quedado sin perro. Y qué decir de la sangre regada por toda la sala.

    (más…)
  • Morongazos

    Contrario a lo que quisiéramos los más pacíficos, la violencia es eficaz. Esto no es un juicio de valor, sino una descripción de nuestra historia.

    La semana dio para bosquejar en toda su extensión el cuadro oscuro de la juventud en este país. No terminábamos de escandalizarnos por el crimen masivo contra las víctimas del ¿hogar seguro? cuando nos enteramos de que en un colegio privado un chico —quizá víctima de acoso— sacó una pistola en plena aula para resolver sus problemas de una buena vez.

    Ahora, como un extenso ejercicio en cerrar la puerta del establo cuando el caballo ya ha escapado, abundan las propuestas. Cumplir la orden largamente ignorada de clausurar el hogar. Revisar las mochilas de los estudiantes al llegar a las escuelas. La voz indignada de algunos que añoran tiempos más tranquilos pregunta cómo pudimos llegar hasta aquí. Pero, bueno, ¿acaso estuvimos alguna vez en otra parte?

    (más…)

  • Pobrecidio

    Así como hay una tarea importante de justicia material para con los pobres y las víctimas de la guerra, hay una crítica tarea de reformar nuestras maneras y nuestro lenguaje.
    A Don Álvaro, que ya para entonces pasaba de los 80 años, se le llenaron de lágrimas los ojos, al recordar lo que llegó a conocerse como la Masacre de La Cañada.
    –Llegaron unos quinientos, lo recuerdo como si fuera ayer. Estaba supervisando la reparación de mi Range Rover cuando nos sacaron a pura patada y culatazo. Nos llevaron por toda la calle. Habían botado la talanquera, y por la entrada de la garita nomás se veían los pies del guardia muerto, tirado en el piso. Nos juntaron a todos en la iglesia de San Judas Tadeo, tan bonita que era, redonda, allí en la novena calle, cerquita de la Avenida de las Américas. Ahora solo hay un baldío. Nos encerraron allí. Cuando al fin entendimos, ya le habían prendido fuego. No sé cómo logré salir por la ventana de la sacristía. Me voy a ir a la tumba con la imagen de los ojos del Johnny (¡su mamá siempre lo decía así, Yoni!), canchito. Todavía tenía puesto el uniforme, acababa de regresar del karate…

    Absurdo, ¿verdad? Sin embargo, la historieta quizá sirva para explotar aquella capacidad tan particular de los humanos –la empatía– y nos ayude a ponernos en los zapatos de otro, en el de las víctimas. Aún en campaña, el Presidente negó que en Guatemala hubiera habido genocidio. Démosle por un momento el beneficio de la duda, y supongamos que las masacres –ya constatadas más allá de la duda– no hayan tenido una dedicatoria étnica, y preguntémonos a quiénes sí alcanzaron.

    Durante la guerra, la muerte en masa, esa de fuego y anonimato de las víctimas, de fosa común y negación, fue aplicada con exclusividad a los pobres del campo. Mientras que personas de la clase media, e incluso algunos hijos de la élite fueron muertos uno por uno, o sufrieron la funesta “desaparición” por pertenecer a la guerrilla, incluso simplemente por señalar la injusticia, esto de morir amontonado fue solo para los pobres. Gente considerada tan distinta de quienes planearon los ataques, y de la clase media y alta que vivíamos en la ciudad de Guatemala, que a nuestros ojos habrían podido vivir en otro planeta.

    Justo antes de la Semana Santa me vino a la mente este pensamiento, cuando un colega compartió con indignación un mensaje de Twitter transmitido en referencia a la marcha campesina de esos días:

    “Caminata de campesinos se desplaza por el km 20, de la CA-9 norte, hacia la capital. / Malditos insectos”.

    No sería esta la primera vez que alguien usara el mote de insectos para denigrar la humanidad de otros. “Cucarachas” era el término que los genocidas aplicaron a sus víctimas Tutsi en Ruanda.

    Afortunadamente, lo nuestro no es un frenesí asesino, sino más bien los estertores ignorantes de una guerra que se resiste a terminar.

    En este contexto, el Presidente enfrenta una necesidad de corto plazo: asegurar la gobernabilidad. Esto incluye mantener tranquilos a los poderosos que dentro del Ejército sienten ya demasiado cerca la justicia, así sea sobre la cuestionable base de negar el genocidio para encontrar una salida jurídica. Sin embargo, a nosotros debe ocuparnos una consideración de más largo aliento: construir una sociedad más justa. Mientras él se ha dado el lujo de navegar cerquita de la injusticia, nosotros podemos ser más exigentes. Expresiones como la descrita deben ser señaladas como malignas, erradicarse de nuestro lenguaje y extirparse de nuestra conciencia. No a base de callar al que las usa, sino que señalando lo repugnantes que son.

    Es poco probable que los ya adultos enmienden las pulsiones que les hacen racistas y clasistas. Sin embargo, así como hay una tarea importante de justicia material para con los pobres y las víctimas de la guerra, hay una crítica tarea de reformar nuestras maneras y nuestro lenguaje. Le debemos a nuestros hijos y a los más jóvenes el crecer en una sociedad donde no haya –ni siquiera en nuestro lenguaje– un “otro” deshumanizado.
  • No es igual la muerte

    Ante el hecho universal de la maldad de la muerte causada, son la forma y diversidad las que marcan las gradaciones morales.

    Matar es malo. No importa quién lo haga, ni a quién. Con independencia de las creencias sobre un más allá, usted, yo y la vecina solo tenemos garantía de contar con esta vida. Ninguno –ni el Papa– tenemos garantías del más allá.

    Es por ello que cada uno nos rifamos todo en las pocas o muchas décadas que tenemos: el creyente apuesta a juntar créditos en la economía divina; el justo a hacer bien, el egoísta a sacar provecho mientras puede. Matar es tan malo, porque en nuestra factura dice: “por concepto de una sola vida”, y la muerte nos roba ese bien insustituible.

    Dejemos este punto a un lado y preguntemos acerca de las formas, los momentos y las razones de la muerte. Es aquí que el universal “matar es malo” comienza a matizarse. En Guatemala, los 36 años de guerra causaron muerte a gente muy diversa: unos soldados, otros oficiales, algunos del ejército, otros de la guerrilla. Hubo también civiles: algunos apoyaban por las buenas o por las malas a los combatientes –miembros de las PAC, apoyos de la guerrilla– y otros simplemente estuvieron en el lugar equivocado a la hora equivocada.

    En la guerra, la muerte llegó por razones muy distintas. Algunos soldados murieron en batalla de un tiro que pudo pegarle a cualquier otro. Algunas fueron víctimas del cálculo deliberado. Asesinar a un embajador, “desaparecer” a un líder sindical, más que actos de muerte (malos de por sí, no me cansaré de repetir), servían para escribir mensajes con sangre. A veces las razones fueron evidentes: destruir al contrincante; otras solapadas, incluso falsas: matar en nombre de la ideología para apropiarse de los bienes ajenos, quizá cobrar una revancha personal.

    Muy diversos fueron también los perpetradores. Obvios agentes de muerte fueron los soldados. Más sutiles matadores, los oficiales que diseñaban estrategias y dirigían tácticas, aunque su voluntad desencadenaba muchas más víctimas. Se contaron también los que actuaron “en caliente”, cuando la opción era dar muerte o morir en combate; y la frialdad del torturador, que ejecutó con detenimiento.

    Finalmente, la muerte se presentó con una terrible variedad. Mientras algunos sufrieron –o quizá gozaron– la muerte rápida de un tiro certero, para otros la agonía se alargó en una herida fatal. Peor aún, en algunos el dolor precedió largamente a la muerte: el dolor violento de la tortura al cuerpo, el dolor terrible de ver destruidas la familia y las esperanzas; la angustia de saber que, cuando llegara la muerte como alivio, no quedaría nada ni nadie para recordar, porque los demás habrían muerto también.

    Ante el hecho básico y universal de la maldad de la muerte causada, son la forma y diversidad las que marcan las gradaciones morales. Cuesta poco excusar al soldado que mata desde la distancia a un enemigo impersonal, pues a eso le han mandado. Pintamos de gloria la muerte del combatiente que empuña un arma y por ello cae ante un contrincante igualmente armado.

    Por el contrario, nos duele la muerte de quien no la ha buscado y no se ha podido defender. Nos espanta el dolor prolongado de la víctima, más nos horroriza el cuidado del torturador, y nos escandaliza cuando alguien mata a un gran número.

    En morir todos somos iguales. Es en la terrible variedad de actores, víctimas, formas y circunstancias que se marcan las diferencias al juzgar al perpetrador. Cuando las condiciones se acumulan –matar a sangre fría, matar al desarmado, prolongar la agonía, matar la esperanza más que sólo el cuerpo, y matar habiendo sido encargado de defender a la víctima– es imposible hablar de una muerte más.

    Todas las muertes durante la guerra fueron malas, y todos los muertos merecen memoria. Pero no todas las muertes fueron iguales. Matar no está bien, pero matar mal es peor. Es por ello que los militares responsables de las masacres reciben hoy una especial y justificada primera atención. Ellos fueron encargados de defender a los guatemaltecos. Quienes entre ellos causaron muerte con deliberación a numerosos ciudadanos desarmados, procurando su mayor dolor y la pérdida de toda esperanza, escogieron abrir una brecha insalvable entre esas muertes y cualquier otra. Es esa brecha la que reclama justicia, no revancha. Restituir la igualdad ante la muerte le urge a nuestra patria. Le urge para construir un presente y un futuro en que podamos decir con firmeza, y sobre todo con certeza: nunca más.

    Original en Plaza Pública

Verified by MonsterInsights