Anteriormente sugerí que no basta pensar en los migrantes como víctimas, menos aún como culpables. Necesitamos reconocer a las poblaciones móviles como actores que —en su contexto específico— deciden lo que quieren y procuran conseguirlo.
Pero pasar del foco en los Estados a la humanidad de los migrantes es solo el principio. Aunque reconoce la agencia de quien decide partir, no examina la migración como fenómeno colectivo.
La decisión de partir cristaliza en el espacio íntimo de la persona y la familia. Pero condensa razones y propósitos que no comienzan ni terminan allí. Muy distintas percepciones tienen el fiscal que busca asilo ante un régimen corrupto, el empresario que se instala en Miami, harto del pantano anticompetitivo de Centroamérica, y el joven chuj que abandona Huehuetenango para reunirse con su padre en los EE. UU. Sus percepciones específicas se construyen en redes interpersonales que llamamos comunidad, clase o, más ampliamente, cultura.
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