Tag: política

  • El problema del conservador

    Habiendo escogido su arbitrario pasado mejor, al conservador le toca defender ese pasado sin que existan razones objetivas.

    En Guatemala, el conservadurismo cultural resurge cada vez que hay asuntos clave de justicia por discutir. Algunos entienden muy bien que es el distractor perfecto.

    No es casual que ahora un grupo de diputados vocifere contra el matrimonio entre homosexuales y busque la penalización adicional al aborto. Ellos necesitan desviar la atención de la discusión sobre las reformas constitucionales al sistema de justicia.

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  • Derecha y elitismo

    Visto con detenimiento, tienen mucho en común un líder indígena en Huehuetenango con un sindicalista de hueso colorado en el Manchester de 1933.

    Bien por Daniel Haering, que ha señalado que el emperador va desnudo. Proclamándose en la derecha y desde la derecha, dice lo que nadie en la élite quiere oír: «El sistema político guatemalteco ha sido un proyecto con muchas más sombras que luces, verdaderamente indefendible».

    Haering argumenta en el blog Diálogos que la derecha guatemalteca tiene en la mano la clave para hacer cuajar el progreso tras la depuración que inició la persecución de la corrupción en 2015. Pero se desespera del inmovilismo, de la secular apuesta por el no antes que por el cambio.

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  • Entre Maduro y podrido

    La maldición que impone el capitalismo es pensar que todo se puede comprar. Pero los más maldecidos resultan ser quienes piensan que basta con ponerse una camisa roja y parar el mundo para bajarse. Ni lo primero sirve ni lo segundo es posible.

    Latinoamérica desanima al progre más entusiasta. El desastre en Venezuela y Lenín Moreno apenas agarrado del éxito electoral por un pelo en Ecuador dan para desesperanzar a cualquiera. ¿Acaso no hay izquierda que pueda ganar bien?

    Pero el conservador enfrenta otro riesgo: caer en el triunfalismo. Queda demostrado —dirá— que solo el mercado y los líderes de derecha traen el éxito y el desarrollo. Desafortunadamente, la cosa nunca es tan sencilla. Darse por vencido sobre al papel del Estado en la protección social y en la redistribución de la riqueza es olvidar conquistas reales como el bienestar de los nórdicos, la mejora histórica en el trabajo fabril o el exitosísimo cuidado de la salud en Gran Bretaña o en Cuba (sí, esa).

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  • Le explico cómo es esta vaina

    Entienda: en esta historia atroz que llamamos Guatemala no todos somos Estado porque no todos somos ciudadanos plenos.

    Imagine poca gente. ¿Cómo ponerse de acuerdo? Digamos mamá, papá y un par de hijas. Como los adultos están antes, se acostumbran a decidir entre ellos. Para cuando llegan las hijas, basta ver qué hacen mamá y papá.

    Ahora suponga un grupo mayor, 150 personas. La cosa se complica, pero es factible. Los primeros se organizan. Deciden por consenso o por el sagrado principio de que «el que tiene más saliva traga más pinol»: algunos mandan por su capacidad de convencer o porque nadie les gana a las trompadas. Como todos se conocen, no es difícil estar al tanto de la organización de la comunidad, pues nadie olvida quién resolvió el último problema o quién pega más duro.

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  • Madurar como sociedad política

    Mientras los individuos debemos resignarnos cada día a una cuota menor de tiempo para enderezar, para las colectividades el futuro siempre está abierto.

    A veces cuesta creer que haya progreso en estas tierras. Leer los diarios, con su persistente cuenta de muerte, pobreza, privilegio y defraudación, hace fácil pensar que vivimos en una noria, dando vueltas sin cesar, siempre sobre los mismos problemas.

    Sin embargo, en los últimos 30 años vimos al Estado dejar de ser el enemigo monstruoso del ciudadano que era en los años 1980. Muchos más niños van a la escuela primaria, aunque la escuela siga siendo mala. Muy lentamente se va cerrando el cerco a la evasión y a los privilegios fiscales. El silencio atemorizado ha sido sustituido por una persistente cacofonía de opiniones. Seguimos con muchos y enormes problemas, con amenazas claras de retroceso, pero no cabe duda de que hoy somos muy distintos de como éramos hace apenas unas décadas.

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  • El buen lobo

    Acaso su problema fue ser demasiado tradicionalmente estadounidense: no fue sino el buen lobo que cuida de la jauría.

    El debate arrecia. Obama y Trump son la misma cosa. No, Obama y Trump son distintos. Poco se avanza mientras no aclaremos en qué son iguales o distintos.

    Así que comencemos desde el principio. Ambos surgen en la misma sociedad y de la misma cultura política, del liberalismo democrático anglosajón expresado en la segunda mitad del siglo XX en los Estados Unidos. Los términos de ese entorno incluyen la libertad individual, el credo democrático (nunca igual que su práctica), un racismo fundacional, la fe en la superioridad de los Estados Unidos y sus ciudadanos, la realidad del poder y la riqueza que hacen creíble tal afirmación y la dedicación al mercado capitalista como solución universal.

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  • Por qué Trump solo sirve a Trump

    Su bronca con refugiados e inmigrantes indocumentados no es personal, sino cruelmente eficiente.

    Dale con Trump. Pero es que el asunto nos afecta más de lo que usted cree. Sin embargo, debo explicarme para seguir robando su tiempo de lectura.

    Partamos del antecedente. Brevemente, el tema de fondo es que el capitalismo contemporáneo hace agua: la economía global no crece lo suficiente. No hace falta Wolfgang Streeck para afirmarlo. Lo reconoce hasta el club de ricos del Foro Económico Mundial. No solo la explosión de tecnología informática sustituye cada vez más empleos, sino que su costo marginal casi nulo plantea retos a la acumulación por lo fácil que resulta copiar las innovaciones. Se dilapida la naturaleza porque todos queremos energía y cosas baratas, a la vez que en nuestro globo interconectado se acaban los espacios de nueva explotación natural y comercial. Como tapa del pomo, se paga todo con dudoso dinero fiduciario y el poder de los banqueros hace que nadie pueda cuestionarlos.

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  • La eficaz tarea de la destrucción

    El mandatario del norte se ha montado en un río de desorden y ahora navega feliz río abajo: miren cuán rápido voy.

    Terminan diez días de resultados en la Casa Blanca. Una ola de órdenes ejecutivas comienza a concretar sin ambigüedad algunas de las principales ofertas de campaña del nuevo presidente de los Estados Unidos.

    Plumazo tras plumazo, el mandatario estadounidense afirma su voluntad: se acabará la reforma al financiamiento de la salud de Obamacare, se echará a los funcionarios incluso mínimamente críticos, se construirá el muro en la frontera con México, se detendrá la migración a los Estados Unidos de toda persona de siete países musulmanes. Sin distingo de causas y circunstancias. Y así sigue: donde pone el ojo pone la bala. O al menos, por el momento, pone la firma.

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  • Acabar con el legado de Obama

    Algunas cosas se pueden borrar sin dejar rastros, pero muchas permanecen tan conspicuas en su ausencia, como si siguieran allí.

    Tras la sorpresa que causó la elección de Trump como presidente de los Estados Unidos, muchos en la prensa de esa nación prometieron abandonar el sensacionalismo. Reconocieron que su propio infoentretenimiento electoral había inflado la visibilidad del candidato.

    Poco duró la buena intención. Faltaban semanas para que tomara posesión, pero ya críticos y promotores por igual debatían sobre cómo acabaría con el legado de Obama. Pero hoy el señor de la tez naranja está sentado en el trono. Tiene acceso a las claves nucleares, y el significado histórico de su antecesor no es objeto de especulación, sino hecho dado.

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