Tag: poder

  • Pilatos les sonríe

    Poco importó que en la bóveda del saber no hubiera oro ni plata, sino apenas palabras vacías, palabras robadas.

    El papel moneda es un invento genial. Cansados e incapaces de acarrear montones de plata, los financistas de la China antigua dispusieron hacer transacciones sobre el valor de su palabra.

    Los billetes empezaron siendo promesas sobre la riqueza material: “por diosito y mi madre que si me presenta este billete, yo le doy su plata”. Terminaron siendo netamente instrumentos de confianza: “por diosito y mi madre que este billete vale lo que le digo”.
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  • Qué puntería para darse el tiro en el pie

    Aunque los hombres no hayamos conspirado para construir las instituciones que enmarcan a las mujeres, hemos tenido un enorme poder en darles forma.
    Es terrible constatar la reproducción de la exclusión a lo largo y ancho de la sociedad. Como un holograma, cada partícula pareciera contener completa la información necesaria para repetir toda la injusticia.

    Nunca más patético que cuando la arbitrariedad queda en manos de la propia víctima. Nunca más obvio que al leer a Karen Cancinos en Siglo 21. Sorprenden el tino autodestructivo y la debilidad lógica y fáctica en los argumentos de quien dice valorar la importancia del ejercicio académico y de las ideas.

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  • El analista indignado se baña en el río de Heráclito

    No basta si tuvieron razón en su momento, ni siquiera si siguen teniendo razón. El problema es que hoy otros ya no piensan igual, y toca convenir.

    “La política es el arte de lo posible”, dijo Bismark hace siglo y medio, y sigue siendo cierto. Estando dispuestos a ceder podemos conseguir cualquier cosa.

    En democracia sirve de poco tener razón, si no se logran acuerdos. No es concordar en todo, pero sí conseguir mínimos comunes para la acción colectiva. La firma de la Paz es ejemplo. Cada parte cedió algo para conseguir el resultado común. Sin embargo, tuvo un resultado incompleto. Un trato parcial firmado entre algunos, sobre algunas cosas e implementado a medias. ¿Sirvió? ¡En parte!

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  • Una imaginación agotada

    Al encumbrado G-8 debiera preocuparle la incapacidad de sus adláteres para incorporar la Guatemala que hay a la Guatemala que necesitan.

    Imaginación y poder son ambos necesarios para cambiar. La imaginación inventa lo que hemos de buscar y el poder lo consigue.

    En el poder no somos iguales, pues mientras el pobre quiere, es el rico quien puede. Sólo en una revolución de masas se manifiesta el poder entre los pobres: cada uno pone su poquito y el resultado es imperioso. Pero impredecible. En tiempos ordinarios, el poder lo tienen las élites, que controlan los recursos para convertir voluntad en hechos.

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  • Balance: transformación con enfrentamiento

    Los conservadores fueron más disciplinados. Es más fácil, pues sus intereses son claros (dinero), compartidos (dinero), y medibles (dinero).

    Las sociedades pueden cambiar por acuerdos, donde las partes coordinan sus esfuerzos por un destino común. Pueden hacerlo también por conflicto, donde los bandos buscan ganar fuerza, derrotar al contrincante, y decidir unilateralmente el destino común.

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  • Ejército de inútiles

    El inútil no necesita servir, solo justificar su existencia.

    Inútil es aquello que no sirve. Inútil es también aquello que no sirve para el propósito al que se le dedica.

    En Guatemala, decimos inútil también para referirnos a una persona torpe, buena-para-nada, vividora o perezosa: “la pobre Juana tiene un esposo que es un inútil”. Pues bien, tenemos entre nosotros a un ejército de inútiles.

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  • Espejito, espejito…

    Guatemala se ha visto anegada en los últimos meses en olas de acusación contra los “resentidos” que se atreven a criticar. Toca tal vez tomar un poco de distancia.

    El sábado por la mañana perdía tiempo navegando en la Internet cuando me llamó la atención un titular: “Cacif rechaza crítica de BM”. Me hizo reflexionar que, al menos en mi mente, “Cacif” y “rechazo” son palabras que frecuentemente van juntas.

    No queriendo dejarlo simplemente a las impresiones, decidí ser un poco más sistemático, y me puse a buscar una variedad de combinaciones de palabras en Google. Aquí le cuento lo que encontré.

    Al buscar CACIF critica recibí 139,000 resultados en el buscador. CACIF rechaza me dio 48,300 resultados. Por el contrario, CACIF apoya me dio 30,700 y CACIF construye otros 10,500 resultados. – Criticones los muchachos–, me dije.

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  • Ideología o pragmatismo

    Podemos pelearnos por las etiquetas, pero es un ejercicio vano.

    Planteo aquí dos formas de ver las políticas públicas: o las juzgamos por su bondad (son buenas o malas en sí mismas), o las juzgamos por su eficacia (son buenas para algo). Ciertamente en política hay importantes asuntos morales: pocos negarían que aceptar mordidas o dejar que los niños mueran de hambre son asuntos de “bueno o malo”

    A pesar de ello, partiendo de que la política pública busca maximizar el beneficio equitativo para la mayoría, muchos asuntos públicos son cuestiones de eficacia. Una propuesta puede ser mejor que otra para incrementar los ingresos, ejecutar obras públicas, combatir la pobreza o dar servicios de salud.

    Sin embargo, con frecuencia atribuimos a nuestras propuestas una naturaleza moral, afirmando que son buenas solo porque sí, mientras tachamos de malas las de nuestros contrincantes. A veces esto es pura retórica: el candidato y el columnista por igual exageran la bondad de sus argumentos para ganar el debate. En el peor de los casos, nos creemos nuestras excusas, y atribuimos maldad intrínseca a propuestas que debieran evaluarse por sus resultados, no por sus intenciones y menos aún por sus orígenes. Le pongo un ejemplo dramático de nuestro pasado.

    Hace casi seis décadas, el gobierno ejecutó lo que a juicio de los especialistas fue una reforma agraria exitosa en razón de sus logros: extendió la tenencia de la tierra, incrementó la productividad y disminuyó la inequidad, mientras la producción agrícola nacional no sufrió, sino más bien creció en los pocos años que operó.1 Como sabemos, la eficacia de estos resultados no fue materia del juicio que llevó a la intervención norteamericana, acabó con la reforma y desató los peores demonios en nuestra patria. Entre las críticas pesaron más la supuesta bondad o maldad intrínseca del gobernante y sus aliados comunistas, argumentos que se magnificaron en el marco estridente de la Guerra Fría.

    Esta distinción entre moral y eficacia hoy resulta crítica para la nación. Estrenamos un gobierno liderado por un militar de la guerra, con un gabinete que incluye de todo: técnicos de izquierda y derecha, empresarios y militares. Es enorme la tentación de tomar este mapa de actores y redefinirlo en función de “los buenos” (los que piensan como yo) y “los malos” (los que no piensan como yo). Podemos pelearnos por las etiquetas –izquierda o derecha, progresista o conservador, revolucionario o reaccionario, liberal o libertario, usted escoja– pero ese es un ejercicio vano. Necesitamos evaluar al gobierno y sus agentes en función de su eficacia en maximizar el beneficio equitativo para la mayoría.

    El Presidente, que como candidato pudo darse el lujo de hacer una campaña rica en publicidad y escasa en propuestas, no solo debe decirnos con precisión qué resultados obtendrá, sino explicar de forma creíble cómo los obtendrá. ¿Cómo fomentará la creación de nuevas empresas y el surgimiento de nuevos empresarios? ¿Cómo eliminará el hambre? ¿Cómo asegurará que todos los niños y niñas en la escuela aprendan a leer en los primeros grados? ¿Cómo conseguirá que los más ricos contribuyan más a los ingresos fiscales?

    Por nuestra parte, los ciudadanos tenemos harta necesidad de vigilar y pedir cuentas. Los observatorios ciudadanos son una manera práctica de buscar resultados más que ideologías. Carlos Mendoza con su seguimiento a los indicadores de violencia ha mostrado el valor de la información y la importancia de predicar los análisis sobre datos, más que impresiones. A la vez debemos desconfiar de quienes moralicen la política pública con referencias al cielo o al infierno, o con etiquetas peyorativas (como “resentido” o “burgués” al hablar de política económica; “maligno” o “reaccionario” al hablar de políticas de población).

    Esto de ninguna forma significa que debamos pasar por alto la moralidad de los actos en las figuras públicas. Cualquiera que en el gobierno sea responsable de crímenes de guerra debe responder por ello ante la justicia con indistinción de su cargo y color político, y los ciudadanos tenemos igualmente la obligación de exigir la justicia que los muertos no puedan pedir. Cualquiera que robe o se aproveche del erario nacional debe ser señalado y juzgado prontamente.

    Al gobernante, a cada uno de sus ministros, debemos evaluarlos sobre dos condiciones particulares: que quieran el bien para la mayoría, y que sus propuestas funcionen.

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    1 Ver: Gleijeses, Piero. (1991). La esperanza rota: La revolución guatemalteca y los Estados Unidos, 1944-1954, Editorial Universitaria, citando numerosas fuentes, incluyendo comunicaciones internas del Departamento de Estado y de la CIA –escasamente admiradores del régimen arbencista.

    Original en Plaza Pública

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