La maldición que impone el capitalismo es pensar que todo se puede comprar. Pero los más maldecidos resultan ser quienes piensan que basta con ponerse una camisa roja y parar el mundo para bajarse. Ni lo primero sirve ni lo segundo es posible.
Latinoamérica desanima al progre más entusiasta. El desastre en Venezuela y Lenín Moreno apenas agarrado del éxito electoral por un pelo en Ecuador dan para desesperanzar a cualquiera. ¿Acaso no hay izquierda que pueda ganar bien?
Pero el conservador enfrenta otro riesgo: caer en el triunfalismo. Queda demostrado —dirá— que solo el mercado y los líderes de derecha traen el éxito y el desarrollo. Desafortunadamente, la cosa nunca es tan sencilla. Darse por vencido sobre al papel del Estado en la protección social y en la redistribución de la riqueza es olvidar conquistas reales como el bienestar de los nórdicos, la mejora histórica en el trabajo fabril o el exitosísimo cuidado de la salud en Gran Bretaña o en Cuba (sí, esa).