Tag: Libertad de prensa

  • Gritar «¡fuego!» en un teatro lleno

    Gritar «¡fuego!» en un teatro lleno

    En 1919 Oliver Wendell Holmes, legendario magistrado de la Corte Suprema de los Estados Unidos acuñó una frase que cobraría vida propia.

    Al documentar el criterio de la corte en un caso de libertad de expresión (Schenck versus Estados Unidos), anotó que una expresión peligrosa y falaz no está protegida bajo la primera enmienda de la Constitución de dicho país, pues sería como «falsamente gritar fuego en un teatro y causar un pánico». 

    La decisión judicial luego sería calificada para referirse únicamente a casos donde la expresión peligrosa y falaz busca deliberadamente causar actos al margen de la ley. El propio Holmes llegó a dudar de sus razones originales. Pero la frase pasó a ser argumento cajonero de quienes intentan restringir la libertad de expresión en los Estados Unidos, al punto de haber razones para dejar de usarla.

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  • Tragedia griega

    Yacen los héroes desastrados, muertos sobre el escenario. Así es la tragedia: el héroe debe morir, para que la audiencia aprenda.
    Sin duda los eventos que vivió Plaza Pública el viernes pasado fueron de tragedia griega. La decisión tomada por Martín Rodríguez, de censurar una nota de Oscar Pineda, irremediablemente tendría un final infeliz.
    Como buena tragedia, como “alta” tragedia, los protagonistas corrían imparables al desenlace, no desde hace unos días, sino desde que se atrevieron a juntar el ateísmo racional y militante con la corta correa de la Iglesia. Visto con detenimiento, lo que pasó el viernes no fue sino el final anunciado desde el primer momento, casi ansiado para dar alivio, para hacer catarsis.
  • No todo el que manifiesta tiene razón, pero todos tienen razones

    “¿Te gustan más los perros o los gatos? ¿Por qué?”. Un ejercicio simple con que podría desencadenarse a los siete años la carrera de un parlamentario.

    ¡Cómo han crecido los patojos, están enormes! Esta expresión, clásica entre familias amigas, refleja una realidad común: cuando el cambio es lento, es frecuente que no lo veamos, aún cuando quien no lo ha vivido lo note de inmediato.

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  • Ser ciudadanos es hablar y actuar

    La dinámica básica de la democracia la establecen el derecho y la irrenunciable necesidad de los ciudadanos de hablar entre ellos y con el poder.

    Por al menos cuatro décadas, Guillermo O’Donnell fue referente obligado para todo aquel que quisiera entender la administración pública y la burocracia en Latinoamérica. Ejemplar del académico que tiende puentes entre culturas, alternó entre la cátedra en universidades de los Estados Unidos, su natal Argentina y otros países de Sudamérica. Reflejo, por origen y temporalidad, de los retos y necesidades que impuso la historia de Latinoamérica en la segunda mitad del siglo veinte, experimentó el silencio de la dictadura, los dolores de crecimiento de la democratización, y las complicadas relaciones de odio-amor con la federación del Norte. sin embargo, mostró estar a la altura del reto para plantear en su ejercicio académico respuestas atinadas y nuevas y acuciosas preguntas.

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  • ¿Dónde está el problema?

    El problema, el gravísimo problema está en la cortapisa a la libertad de expresión.
    No solo es de los pocos chapines visibles a escala mundial, y habiendo una legión de músicos de pop –todos igualmente banales– es justamente a él a quien otros chapines deciden criticar.

    Le cayó palo a la Pepsi. El lúcido análisis de Mario Roberto Morales explicó con ciencia cómo la propaganda nos endilga a los ciudadanos la responsabilidad de arreglar las cosas, la resignación de aceptar que lo malo es bueno, y que la culpa de todo es nuestra. Y de paso, vendernos más de sus inservibles pero sabrosas aguas negras.

    Le cayó a la agencia de publicidad, por presionar a la estación de radio para retirar el programa de Grupo Intergeneracional. Sin embargo, los mercadólogos estarán tranquilos en sus conciencias, pues su responsabilidad es mantener y mejorar la imagen de sus clientes. Siendo este un mercado libre –alegarán– es asunto suyo decidir en qué estaciones de radio pautar.

    ¡Le cayó hasta al Grupo Intergeneracional! Que por qué tanta mala sangre, con lo que cuesta que los guatemaltecos nos sintamos orgullosos, y que la gente haga esfuerzos para movilizar a la ciudadanía, ¿por qué tomarse el trabajo de criticar la campaña de la Pepsi y Arjona?

    Ser un excelente promotor del propio arte, aunque no sea grande, no parece razón para tanta crítica. Al fin, yo no soy un García Márquez e igual escribo aquí. Combinar implicaciones inverosímiles con productos de consumo diario tampoco lo inventó la Pepsi. Hace rato que las comadronas dicen que hay que usar rojo para evitar el mal de ojo, y ante semejante disparate no las crucificamos con análisis sociológicos. Hace rato que la mercadología enseña a engañar en las aulas académicas, y no hemos salido a boicotear a las universidades.

    Entonces, ¿dónde está el problema? Porque si hasta aquí le he dado la impresión que no hay un problema, lo estoy confundiendo. Sí, hay un problema y es grave.

    El problema clave no es de ética profesional, semiología del mercadeo o estética musical. Claro que quisiéramos que el artista fuera un alma pura. Sin embargo, basta considerar a Mozart y Michael Jackson, por citar apenas dos, como muestras que arte y calidad personal no necesariamente caminan juntas, y no por eso dejamos que se nos enreden los calzoncillos. Por supuesto que es condenable que una empresa de gaseosas y su agencia de publicidad se porten como malandros callejeros, amenazando a los débiles para salirse con las suyas, pero ya mucho se ha dicho acerca de sus motivos: son pinches vendedores de agua azucarada. ¿Y qué decir de la validez del argumento de Grupo Intergeneracional? La creciente evidencia científica en materia de sistemas emergentes complejos también da razones para cuestionar su análisis y afirmar que es la gente, un individuo a la vez, que llevan al cambio. Así que estos temas apenas debieran quitarnos el sueño y el tiempo.

    El problema, el gravísimo problema está en la cortapisa a la libertad de expresión. Cuando una voz se ve callada a la fuerza, no importa cuán estúpidos o álgidos sus argumentos, nos quedamos sin forma de operar la conciencia de nuestra sociedad. Segar el diálogo nacional que se realiza por los medios de comunicación es quitarle una pata al trípode Estado-ciudadanía-medios que sostiene y permite crecer a la democracia.

    En este caso, defender o atacar el voluntarismo cursi y señalar el arte mediocre o las conspiraciones empresariales es entretenido, pero es mear fuera del balde. Mientras tanto, el consentimiento de la radio ante la presión de los publicistas pasa relativamente desapercibido, y es grave. El silencio cómplice de las entidades gremiales de prensa es una vergüenza mayor que la de una radio cobarde. La inmovilidad de diputados, ministros y agentes del interés público, como la Procuraduría de Derechos Humanos, da señas claras que ante este Estado, los ciudadanos valemos poco, y nuestra voz, menos.

    Original en Plaza Pública

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