Tag: justicia

  • Por qué no podemos callar

    La humanidad ha llegado a concluir que hay castigos −como la tortura− que no se justifican en ningún caso, y que quedan proscritos para todos, no importa lo que se haya hecho.

    Supondré que usted apoya a los generales en el juicio por una cuestión de principios. Supondré que usted no se opone al juicio porque tenga miedo que si los generales pierden, el siguiente en la lista será usted.

    Supondré que honestamente piensa que andar con la bulla del genocidio y el juicio es en el mejor de los casos un error que dañará la “paz política”; o malintencionada conspiración de ex-guerrilleros en el peor. Pero aun así le digo: debiera estar insistiendo en que se oiga completa la causa de los ixiles.

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  • Justicia y la ventana moral que se cierra

    Llegará inexorable el día en que todos reconozcamos que los poderosos y también los débiles tienen por igual que responder por sus actos, siempre y sin distinción.

    No hay justicia en una sociedad cuando siempre ganan los poderosos. En días recientes hemos visto lo que esto significa aún con encartados, evidencia, argumentos, abogados, jueces, tribunales y cortes.

    Las amenazas de violencia, la suspensión del juicio a Ríos Montt y Rodríguez Sánchez y el dictamen de la Corte de Constitucionalidad son motivo de desaliento para quienes pensamos que es bueno que los poderosos respondan ante los débiles si han hecho el mal. Pero hay razones por las que Guatemala produce maratonistas de la talla de Mateo Flores y Erick Barrondo: aquí los buenos sólo ganan si tienen un aguante de muy largo aliento. Por ello, a pesar de la desazón, hay causas para el buen ánimo. Mientras en el pasado la razón del poderoso nunca hubiera sido cuestionada, cada vez le es más difícil salirse con las suyas.

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  • Todos queremos paz, pero no me mire cara de tonto

    El problema es que hoy pretendan que los malos de la película sean los inconformes, y que pedir justicia en los tribunales sea amenazar la paz.

    Todos queremos paz, pero no trate de hacerme sentir culpable si hoy les piden cuentas a los militares. Como nuestra paz precaria se construyó sin justicia y barrió bajo la alfombra lo malo y lo pésimo, ahora la podredumbre sale a apestarnos a todos.

    Han pasado 16 años desde la firma de los Acuerdos, que a algunos nos trajeron paz y prosperidad. Pero los que siempre fueron pobres, siguen siendo pobres. Los que fueron marginados, siguen siendo marginados. Si lo estamos haciendo tan bien, ¿de dónde se supone que salieron ese montón de desnutridos? Por si no se ha dado cuenta, los chicos indígenas sólo alcanzan a ir cuatro años a la escuela, y aún hay gente que piensa arrogantemente que el idioma de otros no debe hablarse, nomás porque no es el suyo. ¿O me va a decir que también es culpa mía que sigamos en el fondo de todos los indicadores sociales en Latinoamérica, por pensar que está bien que le pidan cuentas a Ríos Montt y Rodríguez Sánchez?

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  • Para un oligarca

    Basta apenas ir con los gringos a pedir visa para encontrar los límites de tu burbuja.
    A veces pienso que con escribir estoy nomás cortando varas. Mientras tanto tú actúas, dando palo a todo el que pide justicia, al que pide un trocito apenas de pobreza con dignidad, ni siquiera más.

    Chapines no somos solo tú y yo, que tomamos por sentados el agua, la luz, la escuela y la calle asfaltada. Ciudadano distinguido no eres tú, el de cuna de plata, blanco de tez, que en pleno siglo 21 aún no te has enterado que vives en una Guatemala morena. Tú y yo somos apenas usurpadores, que más temprano o más tarde descubriremos que nuestra prosperidad, peor aún nuestra certeza, eran prestadas. ¿Acaso quieres terminar como los generalitos, pobres diablos, clamando por una justicia que no supieron dar? Hasta el cielo pareciera negarles el sol por su obcecación.

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  • La coraza: No es el nuestro un Estado frágil

    Campesinas, alcaldes indígenas, normalistas, mareros, ¿qué diablos quieren?
    Decir que el Estado guatemalteco no responde a los ciudadanos es inexacto. Guatemala responde, y muy bien, a sus ciudadanos.

    El problema es que la ciudadanía está mal definida, y no todos cabemos en ella. Guatemala ha sido segmentada en auténticas castas: ciudadanos de primera, de segunda, e infelices “otros”. Mientras los pocos son bien servidos, los muchos no tienen protección ni consuelo, aunque tengan DPI.

    El sustrato racista de esta división viene de la Colonia, pero sus formas modernas son de la Reforma Liberal de 1871. Entre 1944 y 1954, los democratizadores de la Revolución de Octubre le metieron un susto a la élite, y tocó hacer ajustes al viejo modelo liberal. Ejemplar fue la tolerancia al IGSS. Aunque obra de la Revolución se le conservó, pues compraba cancha con sindicatos y maestros. Su alcance mínimo y nunca expandido demostró que era un favor para algunos, más que reconocimiento del derecho más amplio. A la vez, se apretaron los tornillos que hicieron al Estado más duro.

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  • Seis cuadras a pie en la Zona Viva

    De tanto no ver, de tanto no dejarnos ver, hemos aprendido a ser ciegos.
    Terminé la reunión de trabajo y decidí caminar las seis cuadras a la siguiente cita. Iba concentrado en mis asuntos, en las tareas del día, con la marcha en piloto automático.
    No sé por qué, pero en algún momento abrí los ojos. No los de afuera, sino los que conectan con la mente, y comencé a procesar lo que pasaba a mi alrededor. Esto fue lo que vi.

    Un hombre mayor caminaba agachado, cargando una mochila llena. Sus sandalias hacían contraste con las losas de piedra verde y brillante que, en un arranque de embellecimiento preferencial, colocó la Municipalidad en algunas aceras de la Zona Viva. Junto a sus rasgos indígenas, me hicieron pensar que la mochila era la versión moderna y urbana del mecapal, nomás que con el peso sobre los hombros. La lentitud de su paso y el aspecto ajado de su piel hablaban de una vida de trabajo duro.

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  • Malos y Buenos

    Malos: los necios que dicen que el problema está en que los pobres no tienen acceso a tierra. Buenos: los que mejor reportan sobre el día de la madre que decir mucho sobre un municipio huehueteco. Si tan buenas que son las madrecitas.
    Buenos: los que se indignan porque se dude de Ricardo Arjona, ¡y encima tan lindos los paisajes de fondo de su anuncio!Malos: los que armaron Mi Familia Progresa, no tanto por corruptos, sino porque crean dependencia en los pobres. Malos: los académicos que cuestionan que el arte se use para vender gaseosas. Malos: los necios izquierdosos que siguen defendiendo a la shumada de manifestantes.

    Buenos: los que mancharon la cara de la estatua de don Tasso en la Sexta Avenida para expresar las demandas populares. Bueno: el alcalde de la capital, que le puso playeras verdes a los voluntarios que salieron a limpiar la Sexta después de que la mancharan los expresivos manifestantes.

    Buenos: los que ponen posts motivacionales en el Facebook. Buenos: los que cuestionan las investigaciones de la CICIG sobre el caso Rosenberg, aunque haya un montón de evidencia, porque nunca se sabe, usté. Bueno: el sector productivo que nos da de comer a todos, así que agradezcamos, y mejor si es con exenciones fiscales. Buenos: los que con puño firme llevan los destinos de la nación, así sea sin consultar.

    Malos: los mano-aguadas que con voz apagada dejan que en la prensa se diga cualquier cosa de ellos sin pagar violencia verbal con violencia física, por cobardes. Malos: los vividores de las ONG, que andan con plata extranjera metidos con los campesinos. Comunistas han de ser. Malos: los que no creen en Dios y les dicen a las jóvenes que usen anticonceptivos. Al infierno irán a parar por insinuar que tengan sexo.

    Buenos: los que saben que la solución de todos los problemas de la educación está en los colegios y universidades privadas. Buenos: los que defienden a la Tricentenaria Universidad de San Carlos, así nomás, por vieja. La autonomía es más importante que una pinche calidad académica. Buenos: los técnicos que no se meten en política, porque es más importante la institucionalidad que el cambio.

    Malos: los necios que dicen que el problema está en que los pobres no tienen acceso a tierra y medios de producción para salir de la pobreza. Ya quedó claro que aquí reforma agraria, nunca. Malos: los diplomáticos europeos metiches, y el presidente del Banco Mundial, que andan criticando lo que pasa aquí. Que no se metan. Al fin, razones tendremos los chapines para no decirlo.

    Malos: los que viven en un cañaveral, ante el engaño persistente de una empresa y la sordera del gobierno. ¡Péguenle fuego a sus champas! Malos: los que se abalanzan contra un destacamento militar, exasperados ante la intimidación de una empresa y la sordera del gobierno. ¡Cácenlos como animales, son peligrosos! Además, ni derechos tienen, ya nos lo aclaró la autoridad.

    Buenos: los que salen a poner orden en un pueblo desesperado. No con policía, sino con soldados. Buenos: los que dirigiendo periódicos, mejor reportan sobre el día de la madre que decir mucho sobre lo que pasa en un municipio huehueteco. Ay, si tan buenas que son las madrecitas.

    Malos los que critican, los que cuestionan, los que resisten; lo que no se conforman, los que quieren cambio. Buenos los que callan, los que no miran y no preguntan. Buenos los que aceptan y agradecen. ¿Entendió? Ahora vaya a postear la foto del perro en Facebook, y deje de hacer preguntas.

    Original en Plaza Pública

  • Los valores de nuestros padres

    Hoy ha caído un muro antes infranqueable, y esto no es un simple evento fiscal o económico.

    En su discurso de toma de posesión, el Presidente Pérez Molina dijo que “…hoy más que nunca necesitamos de la restitución de nuestros valores morales como la honradez, el respeto, reconocimiento positivo de nuestra diversidad, la plena inclusión de nuestros pueblos indígenas el trabajo arduo y la libertad”. [sic]

    No hace falta ir muy lejos en la experiencia, la memoria o la historia para reconocer que lahonradez, el reconocimiento de la diversidad y lainclusión de los indígenas escasamente han sido valores fundacionales de la cultura guatemalteca.

    Esta prestidigitación verbal y simbólica –apelar a una mitología, reclamar un injerto en la supuesta buena raíz de una sociedad y a la vez adherirle conceptos “políticamente correctos” que no le son propios–, es un recurso convencional en la retórica política, así que apenas deben sorprendernos las inconsistencias. Bien sabe el Presidente que la cultura tradicional guatemalteca no ha valorado la diversidad –excepto para el servicio doméstico–, nosotros lo sabemos, y él sabe también que lo sabemos. Así que aquí no hay nadie bajo engaño.

    Sin embargo, la ocasión sirve para reconocer un tema mayor, y es que los valores que hasta aquí han ensalzado los poderosos cada vez sirven menos para producir riqueza, no digamos ya justicia, gobernabilidad y paz. Esos valores que fundaron la Guatemala liberal, la que representamos en nuestra bandera con anacrónicos fusiles y sables, esos que algunos han buscado conservar a sangre y fuego a pesar de industrialización, intervención norteamericana, apertura al mercado mundial, Revolución del 44, 36 años de guerra civil y 15 de paz a medias, cada vez son menos útiles, más embarazosos, incluso para los hijos del privilegio.

    Esto comienza a ser reconocido, y para fortuna de todos. La apresurada aprobación de la reforma tributaria es muestra, aunque cueste aceptarlo. Que la intocable camarilla de alta empresa haya tolerado el cambio a los impuestos podrá responder por supuesto a una mayor cercanía con el gobernante actual que con el pasado, pero no solo es esto. Antaño ello no hubiera sido razón suficiente para tocar el tema y correr el riesgo de abrir una puerta que ahora usted y yo –clasemedieros urbanos de corazón y billetera- más vale sepamos mantener abierta y empujar a como dé lugar.

    Hoy ha caído un muro antes infranqueable: “el impuesto sobre la renta no es negociable”. Esto no es un simple evento fiscal o económico. Con él se comienza a resquebrajar un conjunto de auténticos valores guatemaltecos, esos que dicen, por ejemplo, que un oficial es intocable para la justicia, que el derecho a la propiedad es solo para los ricos, que los indígenas y los campesinos son ciudadanos de segunda clase, incluso que a los hijos les toca reproducir sin chistar los modos y maneras de sus padres, y que Guatemala es un caso aparte, que aquí ni las leyes de la física se aplican como en otras partes.

    El futuro se construye viendo hacia adelante, no hacia atrás. La justicia, la plena ciudadanía, los problemas del presente y de mañana, los tendremos que resolver con nuevas fórmulas, no con los chambones valores que nos trajeron hasta aquí. Ciertamente las soluciones que usaron otros en el pasado pueden servirnos de guías, pero nunca de receta. Que la primera carta del castillo de naipes haya sido removida por un presidente conservador y militar, solo lo hace más llamativo.

    Original en Plaza Pública

  • ¿Para qué subir un volcán?

    ¿Volveremos a callar mientras otros deciden sobre una reforma urgente, pero de manera injusta?
    Diez y ocho mil gentes subieron el Volcán de Agua el 21 de enero, con el fin de “manifestarse en contra de la violencia que padece este país centroamericano”.

    Adopte por un momento el plan de bobo y pregúntese, ¿cómo evita la violencia el encaramarse en un promontorio de tierra?

    Por supuesto, a menos que los montañistas fueran los violentos, o la violencia estuviera en el volcán, la relación es más bien indirecta. Entonces, ¿para qué subir un volcán bajo estas circunstancias? Yo me atrevo a decir que es para hacer ejercicio. No el ejercicio obvio del cuerpo, que enfrenta la exigencia de dos kilómetros y pico de ascenso, sino el ejercicio del músculo moral, que nos dice que una causa justa bien vale un sacrificio. El ejercicio del músculo social, que nos muestra que en medio de todo, la clase media (no se engañe, esta es la que subió) es capaz de ponerse de acuerdo, organizar la logística, vencer la pereza y el inmovilismo y decir: aquí estoy, no me podrán ignorar.

    Pues bien, apenas dos semanas y media después de ir al gimnasio volcánico, yo le quiero sugerir que a esa clase media muy pronto le tocará mostrar si puede usar sus recién ejercitados músculos morales y sociales en cosas mayores. En los últimos días hemos visto al nuevo gobierno impulsar con decisión la impostergable reforma fiscal. Al fin, podríamos agregar. Esa será la buena causa que necesitará nuestro sacrificio, como ya señalan algunos, y yo me incluyo.

    Sin embargo, con decepción hemos visto también cómo la misma iniciativa, que exige sacrificio a la clase media urbana –profesionales y asalariados– amenaza con dejar sin mayor exigencia de sacrificio a las élites. “El PP apuñala a la clase media”, dice Gustavo Berganza sin más contemplaciones. En esta tierra de privilegio ello no es sorpresa, por supuesto. La pregunta clave es si esa clase media estará dispuesta a usar el músculo moral para afirmar que pagará su parte, pero también el músculo social para insistir en que no está dispuesta a subsidiar a una élite irresponsable.

    Sabiendo que nadie en su sano juicio abandona un privilegio a menos que se lo arranquen, ¿volveremos a callar mientras otros deciden sobre una reforma urgente, pero de manera injusta? Serán los actores de siempre el CACIF y algunos en el gobierno, quizá los maestros y sindicatos en la calle, ¿o asumiremos la clase media urbana un papel como ciudadanos?

    Diez y ocho mil personas subieron el volcán. Diez y ocho mil personas, en su mayoría jóvenes, que heredarán un fisco quebrado o sostenible, desigual o justo. ¿Cuántos ayudarán a decidir esto, subiendo el volcán del sacrificio que significa pagar impuestos? ¿Cuántos subirán el volcán que significa no callar, sino exigir a sus pares más acaudalados que también paguen su parte?

    Original en Plaza Pública.

  • Hoy pagamos el derecho de piso

    Yo les exijo que garanticen que los más ricos y privilegiados de nuestra sociedad también deban hacerse adultos y poner su parte en el bien común.

    Esto no le va a gustar, pero de todas formas se lo voy a decir. Hoy nos están apretando a los que más ganamos entre los asalariados y los profesionales con los cambios al ISR, y nos duele.

    ¡Claro que nos duele! Todos preferimos tener el dinero en el banco o a la mano, y decidir libremente para gastar hoy y aquí, en lo que queramos y cuando lo queramos.

    Sin embargo, no se engañe. Dinero contante y sonante no es prosperidad, si a cambio le toca poner a los hijos en un colegio privado –caro pero por lo menos bueno–, porque no hay escuelas públicas de calidad. Hoy le toca arriesgar la vida y la hacienda cada vez que sale a la calle, porque no hay policías profesionales. Entonces, ¿de qué sirve el dinero en la mano si el precio de tenerlo es una sociedad en harapos?

    Así que hoy nos está tocando a la clase media, a punta de legislación, hacernos adultos como ciudadanos contribuyentes, sí o sí. Ante ello es fuerte la tentación de responder con el tradicional, obtuso y manipulado “no a los impuestos”. Tras 50 años en que el CACIF nos ha metido con cuchara que lo que le conviene a los pocos le conviene a los muchos, esto nos sale muy natural. Sin embargo, sería perder una oportunidad dorada. Algo así como, habiendo cumplido los 18 años y pudiendo hacer cualquier cosa, escoger comportarnos como lo hacíamos a los siete. Así que, en vez de pedir el puré “Gerber” de un Estado mágico, que nos dé todo sin que nadie lo financie, mastiquemos las cuentas de lo que realmente toca hacer.

    Primero lo obvio: si vamos a pagar más, debemos exigir que se use mejor. Si me van a sacar más plata, yo de veras quiero ver esos policías (ojo, no soldados) patrullando calles, constituidos en servidores públicos, no en amenazantes mordelones. Si me van a sacar más plata, pues insisto en ver a todos los niños y niñas en la escuela aprendiendo, sin excusas. Si esperan mi conducta adulta como contribuyente, exijo políticas adultas. La universalización de la protección a la salud sería un buen comienzo. En suma: en la dimensión de Estado como servicio, si me van a hacer pagar más, insisto en recibir mejor servicio.

    Ahora bien, la oportunidad que le pinto tiene otra dimensión, aún más importante. El Estado no es simplemente un servicio que compramos al dar nuestro dinero al fisco. Oliver Wendell Holmes lo dijo de forma precisa: los impuestos son el precio que pagamos por una sociedad civilizada. Esto tiene al menos dos implicaciones importantes. Primero, la de la solidaridad. Si los guatemaltecos somos tan buenos y tan amables como nos gusta creer (“qué gusto verlo”, “¿en qué le puedo servir?”, “cuente conmigo”), debemos mostrarlo con hechos. No la limosna dada con asco al estar parados en un semáforo, sino la contribución constante y significativa para dar oportunidades y medios a los más pobres, que en esta patria son muchos. Esto es, más que una necesidad práctica, una obligación moral y una responsabilidad de ciudadanía.

    La segunda implicación tiene que ver con la equidad y la justicia: si unos vamos a pagar, esperamos que otros que tienen más, igualmente contribuyan más. Aquí es donde a nuestra clase media, a la que hoy se le está pidiendo más dinero, le toca tornarse adulta como actor político, ¡y actuar! Otto Pérez Molina me pide compromiso, y Pavel Centeno, su Ministro de Finanzas, correctamente lo traduce en que los impuestos se llaman así porque se imponen. Entonces, yo les exijo a ambos, con nombre y apellido, que igualmente garanticen que los más ricos y privilegiados de nuestra sociedad también deban hacerse adultos y poner su parte en el bien común. Quiero ver a mis mandatarios y mis representantes reflejar los intereses de la mayoría y rechazar las componendas, no importa cuántas sean las deudas de campaña que ellos contrajeron, no yo.

    ¿Se apunta usted a pedir lo mismo? Esto no es lucha de clases, es mayoría de edad ciudadana.

    Original en Plaza Pública

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