Vivimos atrapados en nuestra cabeza. Todo lo que vemos, oímos, olemos y tocamos, necesariamente es recibido primero por los sentidos, transmitido por los nervios y procesado por el cerebro.
Solo a partir de allí experimentamos la «realidad» en esta misteriosa construcción, nuestra conciencia, que filósofos y neurocientíficos no terminan de descifrar. El color de un amanecer y la caricia de quien amamos, pero también la infelicidad ante las limitaciones materiales y el desprecio al otro que nace del prejuicio, solo se hacen ciertos para cada quién dentro de la caja dura y oscura del cráneo, en el litro y pico de masa gelatinosa del cerebro.
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