Tag: inversión

  • Cómo ganar amigos e influir en los demás (o de idiotas e «idiots»)

    La semana pasada nos dejó dos noticias que ilustran —para mal— la relación de los Estados Unidos con Guatemala. La primera es conocida y específica. La segunda, oscura, pero de alcance general y nos afecta también.

    La noticia de la que todos nos enteramos fue la torpeza de tres diputados y de un amigo del presidente al contratar una empresa de cabildeo —lobby, dicen en inglés— posiblemente para influir sobre congresistas estadounidenses y procurar el retiro del embajador de ese país, Todd Robinson. La desesperación lleva al error, y el diputado Linares Beltranena —generalmente tan sagaz como malintencionado— y sus compañeros tropezaron mal. Buena seña para quienes queremos una Guatemala más justa, pues sugiere que la presión sí afecta a los pícaros.

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  • ¿Acordar lo que queremos o reconocer lo que somos?

    Ante el dilema entre la incertidumbre que provoca el afán de desarrollo y la seguridad que implica mantener la pobreza conocida, se apuesta por seguir igual.

    La semana pasada, María del Carmen Aceña subrayó en Contrapoder la necesidad de «llegar a un consenso y hacer un nuevo acuerdo fiscal» que concrete la voluntad de desarrollo. Sobre todo, que haga realidad los acuerdos de paz incumplidos en 20 años.

    Su columna es un resumen de puntos urgentes. Cosas como focalizar y priorizar el gasto público en los pobres, evaluar los gastos realizados —incluyendo pactos colectivos, jubilaciones y programas inefectivos—, incrementar la inversión per cápita en educación y salud, aumentar la carga tributaria, supervisar los proyectos, mejorar la contraloría pública y atender la deuda pública, especialmente la deuda municipal.

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  • Educación y trabajo, dos caras de la misma moneda

    La educación crea riqueza. Pero no es la riqueza usual, de oro y plata, dólares y dinero. La riqueza que crea la educación va por dentro.

    Sin embargo, esta riqueza también interesa al inversionista que busca mejores réditos. No me refiero a bienes intangibles, a la riqueza de una estética refinada, al valor dado a la sabiduría o al aprecio que tenemos por el buen juicio, aunque sean cosas buenas en sí mismas. Escribo aquí de cosas que se ven y miden en el mercado y la economía.

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  • Para mejorar la educación: reconocer los éxitos y cómo se consiguieron

    Encontrar soluciones eficaces exige aprender de lo que ya funcionó, y el pasado habla con elocuencia: concentrarnos obsesivamente en la secundaria, ampliar explosivamente los servicios públicos educativos en este nivel, hacerlos más eficientes.

    Para aprender importa más una buena pregunta que desvelarse buscando la mejor respuesta. Nunca más cierto que al enfrentar los retos del sector educativo.

    Vista por sus resultados, sin duda la educación tiene problemas. Ni 6 de cada 10 estudiantes completan los nueve grados que manda la Constitución. Pocos van a la preprimaria o al diversificado. Peor aún, entre los que van a la escuela, pocos aprenden algo. Menos aún aprenden a pensar.

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  • Regresión infinita

    Nada será solución si no tiene detrás un Estado competente, un Estado que quiera bien, pero que además pueda.

    En más de una ocasión me he divertido viendo entre dos espejos mi reflejo reflejarse en una regresión infinita. Apostaría a que usted también.

    Al entrar en algún ascensor con espejos habremos jugado con la imagen que se repite una y otra vez. Como una hilera de coristas, a izquierda y derecha se extienden las réplicas cada vez más pequeñas, haciendo al unísono nuestra voluntad. Es como abrir una puerta al infinito.

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  • En calle de tierra, un carro con tres ruedas

    Entendamos que producir los mismos resultados de aprendizaje es más caro mientras más postergados estén los estudiantes. No más barato.

    Surge nuevamente el debate sobre el gasto educativo, y yo quiero contarle una historia. Usted vive en la capital y necesita un auto para trasladarse. ¿Qué compra? Aunque hay baches en las calles, la mayoría pueden sortearse sin dificultad. Un pequeño pichirilo alcanza.

    Ahora suponga que viaja en lo más rural del país. Hay lugares donde no entra ningún auto. Aun donde sí se llega, el acceso puede ser un camino retorcido de terracería. Cuando llueve, el lodazal amenaza a todos, excepto a los motores más potentes y a las llantas más grandes. Allí el pichirilo urbano resulta inservible y sería imprudente gastar en algo menos que un poderoso 4×4.

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  • De selvas y torres celulares

    Pérez Molina quiere marcar distancia con su antecesor. ¿Tendrá la valentía y el nacionalismo para no actuar igual?
    Al visitar las islas de Cocos en el Pacífico, Darwin se sorprendió al ver que en los arrecifes de coral abundaba la vida, siendo el mar a su alrededor muy pobre en nutrientes. Sabemos ahora que esto se debe a la densa interrelación de especies en el arrecife mismo.

    Los peces mayores comen a los más chicos, los desperdicios de unos son alimento para otros y toda su riqueza descansa sobre la sutil interacción entre diminutos animales –los corales– cuyos esqueletos dan protección y soporte físico a los demás, y sus pares vegetales, que a fuerza de fotosíntesis convierten sol en biomasa.

    La selva tropical es igual. Su riqueza no está en la tierra, sino en la trama de mamíferos, aves, insectos, vegetales y microbios, que viven juntos y revueltos en los grandes árboles. Cuando el bosque se corta, la biomasa se cosecha como aparente riqueza –maderas finas y pieles de animales– pero tras una bonanza temprana lo que queda es incapaz de sostener un cultivo sin fertilizantes.

    Este empobrecimiento –pasar de riqueza autosostenida, a bonanza extractiva, luego a monocultivo y devastación final– sirve bien para entender lo que ha pasado con la gestión de las radiofrecuencias en Guatemala. La posibilidad de transmitir información –sonidos, imágenes, datos y demás– a través de las ondas de radio, y las leyes que regulan su uso, son para el caso la matriz en que se puede fundar un fértil ecosistema. Las grandes empresas de telecomunicaciones que dan acceso global, los cableros, fabricantes de antenas, vendedores de computadoras, programadores de software, cafés-Internet, proveedores de mantenimiento, escuelas digitales y servicios de tele-medicina son apenas algunas de las muchas “especies” que agregan valor social y privado en un ambiente que propicie su interrelación sostenible.

    En contraste, hasta aquí la gestión de radiofrecuencias se ha parecido a la depredación. La vigorosa privatización y desregulación que impulsó Arzú hace 15 años, produjo considerable bonanza. Los precios de las llamadas cayeron y los celulares se convirtieron en artículo de consumo básico. Muchos nos hemos beneficiado, incluyendo las empresas telefónicas.

    Sin embargo, la falta de previsión y la voracidad dieron al traste con las opciones de riqueza y diversidad sostenibles, al apostar por la “extracción” para unos pocos. Mucho se ha dicho sobre el remate a precios de quemazón que fue la subasta de radiofrecuencias en ese tiempo. Menos reconocido es que en ese remate se fue todo el bosque –tanto lo que debía venderse, como lo que debía permanecer intacto para el público. ¿Sabía usted que al conectar un dispositivo Bluetooth, en sentido estricto infringe la ley, pues el derecho a la radiofrecuencia que usan tales equipos fue vendida a un propietario privado? ¿Sabía usted que las radiofrecuencias que en otros países quedan a disposición del Estado para atender necesidades sociales, como la interconexión de escuelas y servicios de salud, también quedaron en manos de un mejor (mal) postor? ¿Está consciente que hay radiofrecuencias no usadas en 15 años, que tampoco pueden ser recuperadas, pues las concesiones y la propia Ley de Telecomunicaciones se escribieron de tal forma que es casi imposible demostrar el no-uso? Son auténticos baldíos.

    Hoy decrecen radicalmente las posibilidades de producción del ecosistema comunicacional. Urge introducir Internet en las escuelas, conectar las municipalidades y recolectar datos en puestos de salud, pero todo debe hacerse pagando caramente y al menudeo servicios que podrían ser casi gratuitos, y de paso generar muchos otros negocios de alto valor para el desarrollo local. Habiendo dejado las radiofrecuencias de utilidad pública –no son todas, ojo– en manos de actores privados, nos hemos pegado el tiro en el pie: cortados los árboles, ya no hay asidero para la sinergia saludable.

    Esta historia de autodestrucción podría enmendarse ahora, pues comienzan a caducar los primeros contratos de concesión. Sin embargo, los hechos son poco alentadores. Ya el gobierno de Colom cedió en una primera ronda de renovaciones, confirmando el trato desventajoso a cambio de contribuciones “voluntarias” (hoy suena conocido el término en torno a la minería). Pérez Molina quiere marcar distancia con su antecesor. ¿Tendrá la valentía y el nacionalismo para no actuar igual, cuando se presenten nuevas opciones de renovación? ¿Será la Superintendencia de Telecomunicaciones un auténtico regulador, o simple pelele de algunos? Hoy nadie explota las posibilidades, nadie puede explotarlas, y todos perdemos. A menos que se haga valer el interés nacional, nos esperan otros 15 años de ventajas para muy pocos, y oportunidades perdidas para todos los demás.

    Original en Plaza Pública

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