Quizá lo que nos haga mejores guatemaltecos sea dejar de ser tan buenos chapines.
Hace dos meses que Plaza Pública sacó su reportaje sobre trabajo infantil*/ en la industria del azúcar en Guatemala. Parece eterno. Dos meses de trabajo extenuante para quién sabe cuánta gente.
Seis, ocho, diez horas diarias de esfuerzo que usted y yo evitaríamos a toda costa. Y los niños siguen allí. En el azúcar, el café, las llanteras, las canteras y el mercado. En todos lados excepto la escuela.
Mientras tanto, estrenamos Presidente, cambiamos a medias los impuestos, nos horrorizamos ante la muerte en llamas de un montón de presos en Honduras. Y los niños siguen allí. En el azúcar, el café, las llanteras, las canteras y el mercado. En todos lados excepto la escuela.
Hace un par de semanas –día 40 del calendario desde que Plaza Pública nos escandalizó sobre el trabajo infantil– desde que escuché a la Ministra de Educación recordarle a los hijos del privilegio en la UVG –esos que incluyen a mi hija– que debían reconocer su buena fortuna y dedicarse a maestros, porque la patria los necesita. Y los niños siguen allí. En el azúcar, el café, las llanteras, las canteras y el mercado. En todos lados excepto la escuela.
Hace semana y media que a alguien se le antojó que podía cuestionar a una gaseosa y a un cantante pop por endosarle a la víctima –el manido “chapín”– la responsabilidad de cambiar la patria. Hace semana y media que a un ejecutivo de mercadeo se le ocurrió la estúpida idea de censurar un programa de radio. Hace tres días que el cantante, haciendo gala de una desaprensión monumental, desperdició la oportunidad de elevarse por encima de la trifulca y apeló a los tépidos glúteos de sus críticos como sesudo argumento para descalificarlos. Y los niños siguen allí. En el azúcar, el café, las llanteras, las canteras y el mercado. Y el coro de entusiastas aplaudieron como focas la diatriba malhadada de aquel que yo tenía por intelectual del arte. Pero los niños siguen allí, en todos lados excepto la escuela.
Hace nueve días que Joseph Kony, el maligno líder y secuestrador de niños del Lord’s Resistance Army saltó al estrellato global, luego de 27 años de atrocidades, gracias al video de Invisible Children. Apenas una semana en que una página de Facebook “KONY 2012 GUATEMALA” juntó efusivos y entusiastas 1,789 me gusta de chapines que ahora buscan pulseras a $10 (¡setenta y siete quetzales!), posters y playeras para mostrar su compromiso con los distantes y desdichados niños ugandeses. Y los niños trabajadores de Guatemala siguen allí. En el azúcar, el café, las llanteras, las canteras y el mercado. Y yo ineficaz me pregunto por qué sólo 65 gentes –ni siquiera el número de quienes llamo amigos y amigas– se apuntaron a mi pobre intento por llamar la atención al reportaje de Plaza Pública y sus tristes sujetos.
Y me asombro porque el cantante le reclama a sus críticos si “hubiese sido mejor idea llevar una cámara y fotografiar cuanto cadáver nos encontremos (…) para enviar al mundo de manera redundante una imagen de nuestro país que es la que ya conocen”. Me asombro, porque la misma gente que aplaude su réplica se apunta entusiasta a mostrar los horrores goyescos de un asesino africano. Pero en medio de todo, los niños trabajadores de Guatemala siguen allí. En el azúcar, el café, las llanteras, las canteras y el mercado. En todos lados excepto la escuela.
Así que tal vez, solo tal vez, lo primero que nos haga falta para acabar con el trabajo infantil sea un poco de distancia. Una distancia africana, para vernos en todo lo patéticos, humanos, incompletos, vergonzantes y vergonzosos que somos. Una distancia de continente ignoto, para dejar de pensar que nos ha tocado la gracia y matar la ingenua arrogancia, cuando somos una piltrafa; para abandonar la sandez de pensar que basta con sonreír para cubrir la multitud de nuestros pecados. Una distancia para admitir que quizá lo que nos haga mejores guatemaltecos sea dejar de ser tan buenos chapines, y no maldecir al que nos critica. Una distancia para tomarlo en serio: ni un solo niño fuera de la escuela hoy, mañana, nunca. Alcaldes, ministros, presidentes/generales, “miralindas” de bolsa Gucci, cantantes de pop endulcorado a punta de mercadeo, universitarias, líderes campesinos en el Polochic; Widmans, Paices y Botranes, Castillos y Pulidos –¡hasta Alvarados!– que digan e insistan: ni un solo niño fuera de la escuela, ni hoy, ni mañana, nunca.
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Original en Plaza Pública