Tag: Guatemala

  • Espejito, espejito…

    Guatemala se ha visto anegada en los últimos meses en olas de acusación contra los “resentidos” que se atreven a criticar. Toca tal vez tomar un poco de distancia.

    El sábado por la mañana perdía tiempo navegando en la Internet cuando me llamó la atención un titular: “Cacif rechaza crítica de BM”. Me hizo reflexionar que, al menos en mi mente, “Cacif” y “rechazo” son palabras que frecuentemente van juntas.

    No queriendo dejarlo simplemente a las impresiones, decidí ser un poco más sistemático, y me puse a buscar una variedad de combinaciones de palabras en Google. Aquí le cuento lo que encontré.

    Al buscar CACIF critica recibí 139,000 resultados en el buscador. CACIF rechaza me dio 48,300 resultados. Por el contrario, CACIF apoya me dio 30,700 y CACIF construye otros 10,500 resultados. – Criticones los muchachos–, me dije.

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  • Ratón pequeño, cuchara grande

    En nuestra Guatemala corporatista, los ciudadanos de a pie –yo que escribo y usted que me lee– valemos poco para modificar las propuestas.
    Nuestra Constitución está irremediablemente torcida, y por más parches que le metamos, eso no va a cambiar mientras sigamos creyendo que las leyes crean las costumbres, más que al revés.

    La esperanza de  prevenir la trampa al aumentar el detalle muy pronto nos llevará al punto donde más que Constitución, lo que tendremos será el “Código Político de la República Cuasidemocrática de Guatemala”, algo así como su manual de operación.

    Pues bien, en medio del alambicado detalle operativo (“nueve magistrados, no trece”) de la más reciente ronda de parches, me llama la atención una isla de simplicidad, una modificación elegante, una cuña bien puesta que dice todo lo que hace falta, que no explica más de la cuenta, que abre la puerta para el desarrollo institucional futuro, en fin, un golpe maestro de reforma constitucional. Son apenas ocho palabras con que se propone modificar al artículo 244: “… es una institución permanente al servicio del Estado.” (Las cursivas son mías). No, no se trata de la implementación de la cobertura universal de salud, o de la educación bilingüe intercultural como la forma oficial en que se educa en Guatemala. Esas ocho palabras, en particular la que resalto, se le pretenden aplicar mediante esta reforma al Ejército de Guatemala.

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  • El diputado

    Hoy, ahora, aquí, piense lector o lectora en ese tramposo que conoce en la universidad, el trabajo, la familia o el vecindario.

    Hace década y media me estrenaba como profesor de postgrado en una universidad privada. Como no es inusual en esas circunstancias, detecté un caso de plagio entre estudiantes. El asunto era más que obvio. Dos trabajos eran prácticamente idénticos. El copión no se había tomado siquiera la molestia de modificar el texto del colega que, a sabiendas o bajo engaño le había dado su original.

    Recién regresado de formarme en una universidad gringa, donde esto del plagio es pecado mortal, no me costó tomar la decisión: un cero en la tarea para ambos involucrados. Como el copión no tenía un desempeño notable en el resto de tareas, esto significó que perdiera el curso que yo dictaba. Del que dio copia ya no recuerdo mayor cosa.

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  • El dilema del funcionario ético

    Con cariño, admiración, agradecimiento y respeto a los atrevidos, pero sin dejar que olviden: memento mori.

    Está el domador ensayando dentro de la jaula con los leones, ocupado con la silla y el látigo. Uno de los leones está más irritable que de costumbre, y él sabe bien que basta un instante de descuido para terminar como hilachas en esas fauces terribles.

    Entonces se acerca su esposa a avisarle que está listo el almuerzo. Irritado le responde –¡¿no ves que estoy un cachito ocupado aquí?! –Bueno– responde ella, –¿y quién te puso allí en primer lugar?

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  • 900

    Hoy podemos reconocer que Árbenz tenía razón. No por “comunista” sino por demócrata: una sociedad próspera no se puede construir sin oportunidades para la mayoría.
    El domingo 17 de junio se cumplen 60 años desde que Jacobo Árbenz con su firma refrendó el Decreto 900, Ley de Reforma Agraria, que horas antes había aprobado el Congreso de la República.

    Apenas dos años más tarde, Árbenz renunciaba ante la amenaza de los Estados Unidos, el ostracismo de la clase dominante y la traición del ejército, y se iniciaba el descenso al caos del que no terminamos de salir. Como ningún otro hecho, la aprobación del Decreto 900 marcó un viraje práctico y simbólico en nuestra historia reciente.

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  • No todo el que manifiesta tiene razón, pero todos tienen razones

    “¿Te gustan más los perros o los gatos? ¿Por qué?”. Un ejercicio simple con que podría desencadenarse a los siete años la carrera de un parlamentario.

    ¡Cómo han crecido los patojos, están enormes! Esta expresión, clásica entre familias amigas, refleja una realidad común: cuando el cambio es lento, es frecuente que no lo veamos, aún cuando quien no lo ha vivido lo note de inmediato.

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  • Detener la peña o marcar el cambio

    Me pregunto si hoy se están poniendo las bases para la Guatemala que vivirán mis hijos a los 40 años, o simplemente tapando las grietas que se crearon mientras ellos crecían.
     
     
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  • La oportunidad perdida

    Pudo ser El Enorme, y enfrentar violencia con paz, pero escogió escalar el conflicto y confirmar la desigualdad. Pudiendo ser el último líder de la guerra, prefirió ser otro líder de la guerra y ceder la oportunidad.

    Hay momentos que se nos presentan como coyunturas decisivas: son esos momentos que, vistos en retrospectiva, reconocemos como definitorios de lo que vendría después. Algunos los ven como pruebas. Otros, como oportunidades.

    Oportunidades para que luego, en palabras de León Gieco, no se diga de nosotros que quedamos “sin haber hecho lo suficiente”.

    Para la mayoría, estos momentos clave, cuando debemos dejar de hacer lo obvio y escoger lo difícil, ocurren en privado. Para quienes se lanzan a la lid pública, más temprano que tarde, la oportunidad para dejar huella se da a plena luz del día, a la vista de todos. Al popularísimo expresidente brasileño Lula da Silva esto le pasó en las elecciones de 2002: pudiendo seguir con un estilo de izquierda estridente, escogió moderarse, abrazó al empresariado aún en medio de la crítica, llegó a la presidencia y terminó de transformar Brasil en lo que hoy es.

    Otro tanto ocurrió con Nelson Mandela en Sudáfrica. Con 27 años de cárcel injusta a cuestas, escogió la reconciliación antes que la venganza en un país plagado de racismo. Más sorprendente aún fue el caso de Frederik de Klerk, último presidente de la Sudáfrica del apartheid, que a contrapelo de su partido, supo desmantelar el sistema de privilegios que tan bien le servía, y sentarse con Mandela para construir una democracia multirracial.

    Más cerca de casa, a nuestro Presidente se le presentó ya una primera prueba y oportunidad. Sin embargo, quien en su inauguración dijo soñar con que la suya fuera “… la última generación de la guerra y la primera generación de la paz en Guatemala” dejó pasar la oportunidad. Esa frase, quizá la más inspirada y la más inspiradora de su discurso, quedó sin contenido cuando confirmó el ciclo perenne de abuso, descuido, desesperanza, violencia y represión. Enfrentó la prueba y falló. Pudo devolver violencia con paz, pero escogió escalar el conflicto y confirmar la desigualdad. Pudiendo ser el último líder de la guerra, prefirió ser otro líder de la guerra y ceder la oportunidad.

    Pudo ser Otto, El Enorme, y aprovechar su legitimidad con el ejército para definir una nueva forma de hacer gobierno con los más pobres, los más frustrados y los más desesperanzados, pero escogió ser uno más, perdido en un mar de iguales. El primer presidente militar escogido en democracia plena y sin guerra desde Árbenz pudo, ya sin las suspicacias enfermizas de la Guerra Fría, confirmar lo que significa ser “Soldado del Pueblo”. Pero prefirió ser General de la Élite.

    Con un optimismo poco justificado, quiero pensar que no todo esté perdido, que quizá pese más el sentido que la pulsión de corto plazo. El arco que se torció hace más de medio siglo, hoy exige ser enderezado. Timothy Garton Ash puntualizó muy bien el reto, cuando se refirió al papel de Gorbachov en el desmantelamiento de la Unión Soviética como “un luminoso ejemplo de la importancia del individuo en la historia”. La cuestión no es solo de coyunturas, hidroelectricidad, líderes comunitarios exasperados o soldadesca. Es una pregunta de justicia y una pregunta de historia. Es una pregunta sobre el lugar que Pérez Molina quiera ocupar en ella.

    Original en Plaza Pública

  • Malos y Buenos

    Malos: los necios que dicen que el problema está en que los pobres no tienen acceso a tierra. Buenos: los que mejor reportan sobre el día de la madre que decir mucho sobre un municipio huehueteco. Si tan buenas que son las madrecitas.
    Buenos: los que se indignan porque se dude de Ricardo Arjona, ¡y encima tan lindos los paisajes de fondo de su anuncio!Malos: los que armaron Mi Familia Progresa, no tanto por corruptos, sino porque crean dependencia en los pobres. Malos: los académicos que cuestionan que el arte se use para vender gaseosas. Malos: los necios izquierdosos que siguen defendiendo a la shumada de manifestantes.

    Buenos: los que mancharon la cara de la estatua de don Tasso en la Sexta Avenida para expresar las demandas populares. Bueno: el alcalde de la capital, que le puso playeras verdes a los voluntarios que salieron a limpiar la Sexta después de que la mancharan los expresivos manifestantes.

    Buenos: los que ponen posts motivacionales en el Facebook. Buenos: los que cuestionan las investigaciones de la CICIG sobre el caso Rosenberg, aunque haya un montón de evidencia, porque nunca se sabe, usté. Bueno: el sector productivo que nos da de comer a todos, así que agradezcamos, y mejor si es con exenciones fiscales. Buenos: los que con puño firme llevan los destinos de la nación, así sea sin consultar.

    Malos: los mano-aguadas que con voz apagada dejan que en la prensa se diga cualquier cosa de ellos sin pagar violencia verbal con violencia física, por cobardes. Malos: los vividores de las ONG, que andan con plata extranjera metidos con los campesinos. Comunistas han de ser. Malos: los que no creen en Dios y les dicen a las jóvenes que usen anticonceptivos. Al infierno irán a parar por insinuar que tengan sexo.

    Buenos: los que saben que la solución de todos los problemas de la educación está en los colegios y universidades privadas. Buenos: los que defienden a la Tricentenaria Universidad de San Carlos, así nomás, por vieja. La autonomía es más importante que una pinche calidad académica. Buenos: los técnicos que no se meten en política, porque es más importante la institucionalidad que el cambio.

    Malos: los necios que dicen que el problema está en que los pobres no tienen acceso a tierra y medios de producción para salir de la pobreza. Ya quedó claro que aquí reforma agraria, nunca. Malos: los diplomáticos europeos metiches, y el presidente del Banco Mundial, que andan criticando lo que pasa aquí. Que no se metan. Al fin, razones tendremos los chapines para no decirlo.

    Malos: los que viven en un cañaveral, ante el engaño persistente de una empresa y la sordera del gobierno. ¡Péguenle fuego a sus champas! Malos: los que se abalanzan contra un destacamento militar, exasperados ante la intimidación de una empresa y la sordera del gobierno. ¡Cácenlos como animales, son peligrosos! Además, ni derechos tienen, ya nos lo aclaró la autoridad.

    Buenos: los que salen a poner orden en un pueblo desesperado. No con policía, sino con soldados. Buenos: los que dirigiendo periódicos, mejor reportan sobre el día de la madre que decir mucho sobre lo que pasa en un municipio huehueteco. Ay, si tan buenas que son las madrecitas.

    Malos los que critican, los que cuestionan, los que resisten; lo que no se conforman, los que quieren cambio. Buenos los que callan, los que no miran y no preguntan. Buenos los que aceptan y agradecen. ¿Entendió? Ahora vaya a postear la foto del perro en Facebook, y deje de hacer preguntas.

    Original en Plaza Pública

  • Élites sí, elitistas no

    En una democracia madura, la riqueza no es fuente de derecho. Más aún, en un marco ético progresista, la riqueza es causal de responsabilidad.
    Atribuye el Nuevo Testamento a Jesús palabras que dicen que “a los pobres siempre los tendréis con vosotros” (Juan 12:8). Lo que la cita no dice pero insinúa, es que a los ricos también los tendremos siempre con nosotros.

    Esta observación obvia esconde la peculiar dinámica que subyace a cualquier economía: tener recursos hace más fácil obtener más riqueza, y su ausencia lo dificulta. Por ello, la distribución de la riqueza en la sociedad tiende a estabilizarse de forma que unos pocos tienen mucho, y muchos otros tienen solo poco. Esto tiene implicaciones importantes al considerar las necesidades de redistribución, pero dejemos este punto a un lado, aunque sea importante.

    Parto aquí de un hecho sencillo: a menos que queramos embarcarnos en la insensatez de algunos comunismos utópicos –y francamente Guatemala no da señas de estar ni cerca de ello– tenemos ricos para rato. Centrémonos en vez en pensar acerca de esos ricos: los pocos, los afortunados, los que en verdad existen en Guatemala, y su relación con la sociedad.

    En semanas recientes hemos visto en medios y redes sociales una creciente disposición a discutir el lugar de las élites en Guatemala y sus vinculaciones con otras clases sociales. La reforma fiscal, el incidente Pepsi-Arjona-Espacio Intergeneracional, el señalamiento de supuestos financiamientos de cooperación internacional a iniciativas “terroristas” y la marcha campesina antes de la Semana Santa. En todos, la opinión pública se decantó por definiciones de “buenos” y “malos” en función de su extracción social, y de las alianzas entre clases que ejemplifican. En estas dos semanas, el subir y bajar del termómetro de la blogosfera se marcó en torno al incidente Luna de Miel: competencia desleal donde las exigencias del público a los actores se pintan con matices clasistas, tanto para arriba -hay quienes ven natural que los empresarios pequeños deban alinearse con los grandes-, como para abajo -están los que sentencian que el empresario pequeño se debe a la clase media que le dio origen.

    En todos los casos, el debate tiene algunos temas recurrentes: ¿se le debe agradecimiento y lealtad al “sector productivo” por su contribución a la economía y la sociedad?, ¿son inherentemente justos los medios y las causas de los pobres? ¿Pesa la extracción social en el mérito que tienen los esfuerzos benéficos o de solidaridad social que emprenden las personas?, ¿se es intrínsecamente bueno o malo en función de la riqueza que se goza, o la pobreza que se sufre?

    Hará falta aún mucha tinta y mucha saliva para dar respuestas sensatas sobre estas y otras preguntas; y el silencio será mucho menos útil para ello que la crítica estridente. Sin embargo, algunas afirmaciones pueden hacerse ya. La primera es que, en una democracia madura, la riqueza no es fuente de derecho. Más aún, en un marco ético progresista, la riqueza es causal de responsabilidad. Por el lado negativo, porque el acceso a más recursos crea tentación y capacidad de usarlos mal, y esto debe vigilarse y controlarse. Por el lado positivo, porque la riqueza compromete con usar el privilegio para el bien de todos.

    Al hablar de los ricos, nos conviene reconocer que “élite” no es muy útil como término peyorativo, sino que sirve más como un descriptor de hecho. A la vez debemos rechazar con energía el elitismo, la manía trasnochada de pensar que quien cae bajo ese descriptor es mejor, tiene más derechos, o mayor dignidad que los demás.

    Original en Plaza Pública

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